| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Pablo Iglesias e Irene Montero, en un mitin del 4M
Pablo Iglesias e Irene Montero, en un mitin del 4M

La jugada de Iglesias para desaparecer pero seguir controlando Podemos

El líder caído de Podemos nunca quiso marcharse del todo y prepara su última jugada para seguir controlando los restos sin estar en primera fila: Yolanda Díaz ya se ha dado cuenta.

| Javier Rodríguez España

 

Pablo Iglesias nunca ha tenido ganas de abandonar la política. Solo lo ha dicho, o lo ha llevado a la práctica, cuando la política le ha abandonado a él. Amagó cuando la tensión interna en Podemos, imprimida por Íñigo Errejón, tambaleó su liderazgo: ya entonces, hace más de tres años, coqueteó con marcharse y anunció que le sucedería alguna mujer. Pero purgó a los críticos y, de aquel anuncio, nada quedó hasta el 4M.

La posible desaparición de Podemos en Madrid le llevó a dar el "salto mortal" que, finalmente, ha acabado aparentemente con su carrera política: abandonó el Gobierno, se designó a sí mismo candidato y nombró sucesora para competir electoralmente en las Generales, una Yolanda Díaz que, como ministra de Trabajo, venía precedida de un cierto perfil moderado más acorde a los tiempos.

En su fuero interno, no obstante, Iglesias soñaba con seguir controlando el partido para, desde allí, controlar al Gobierno y convertir a Díaz en una mera delegada: algo se olió ella misma, hasta el punto de verse obligada a aclarar, a quien quisiera oírla, que eso ya se vería. Que de momento era vicepresidenta tercera y ahí se quedaba, tal y como adelantó ESdiario.

 

El estropicio electoral

La debacle en Madrid, agravada por el sorpasso de Más Madrid al PSOE, hizo inevitable el desenlace. Iglesias tenía que marcharse, su perfil estaba quemado y su futuro pasaba por tres frentes públicos: saltar de nuevo a la televisión, con el empresario Jaume Roures; guardarse la "bala" de ingresar en el mismo Consejo de Estado con "pensión vitalicia" donde ya se sientan dos exvicepresidentas (De la Vega y Sáenz de Santamaría) y viajar por el mundo como conferenciante y consultor en su calidad de "primer vicepresidente marxista de un país de la Alianza Atlántica", como le gusta presumir en su círculo más cercano.

Pero lo sustantivo de su estrategia: controlar el partido "desde fuera" y situar al frente a alguien de su estricta confianza. Nunca a Yolanda Díaz, cuya elección como candidata encierra una "maldad" a juicio de quienes mejor conocen por dentro Podemos: "No controla ni a Podemos ni a su grupo parlamentario. Sería el cartel electoral, pero nada".

Ya no está claro si Iglesias controla su sucesión. Ni siquiera si hay algo que heredar en Podemos, arrastrado por las urnas al infierno

La propia gallega se lo ha olido; de ahí su resistencia a ejercer de nada que no sea titular de Trabajo y vicepresidenta tercera del Gobierno encabezado por un PSOE en el que no pocos querrían ficharla, incluso como independiente, para un puesto potente en su lista para las Generales, bien por Madrid, bien por Galicia.

Porque Díaz, como los menguantes apoyos que le quedan a Iglesias y los crecientes detractores, saben que su primera opción como secretaria general era Irene Montero y, quemada ésta en la misma hoguera electoral que él mismo, la segunda es la amiga íntima de ambos, la obediente Ione Belarra.

 

¿Logrará Iglesias controlar su propia sucesión? ¿Hay algo que heredar o la cuesta abajo de Podemos ya no tiene remedio? ¿Qué pasaría si alguno de los ilustres fundadores diera el paso de intentar refundar el partido? ¿O si, como se da por hecho, alguno de ellos se enrola en el partido de Errejón, ya dispuesto a volver al escenario nacional impulsado por el éxito en Más Madrid?

Ésas son las grandes preguntas que se hacen en Podemos. Y por primera vez en mucho tiempo, ni Pablo Iglesias ni Irene Montero controlan las respuestas, aunque pocos se lo digan en ese búnquer en que se ha convertido el cuartel general de un partido que soñó con asaltar los cielos y ha acabado sumido en el infierno.