| 04 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Sánchez, junto al documento de la propia Moncloa que confiesa que nunca encargó ni posee un test antiplagio que sin embargo difundió como una conclusión oficial
Sánchez, junto al documento de la propia Moncloa que confiesa que nunca encargó ni posee un test antiplagio que sin embargo difundió como una conclusión oficial

El obsceno plagio de Pedro; las abrumadoras mentiras del presidente

El plagio de la tesis fue obra de Pedro Sánchez, pero la mentira para maquillar ese bochorno es autoría ya del presidente del Gobierno, con recursos públicos para lograrlo.

| Antonio R. Naranjo Opinión

Lo contó Carlos Herrera el jueves en su programa. Aquel 14 de septiembre de 2019, cuando las informaciones periodísticas arreciaban contra Pedro Sánchez con una serie de inapelables pruebas de que había plagiado su tesis hasta extremos sonrojantes, recibió en su móvil personal un mensaje oficial de La Moncloa que desmontaba la acusación y aseguraba, con entusiasmo, que nanai de  la China.

Los nanai componen una reducidísima minoría étnica china ubicada en la fría Siberia, y su minúsculo tamaño debió de inspirar a algún castizo para acuñar la expresión que aún hoy utilizamos para referirnos a la irrelevancia de un fenómeno: los test antiplagio más reputados, vino a decir oficialmente la Presidencia del Gobierno, demuestran lo infundado de las sospechas y garantizan que el trabajo del doctor Sánchez cumplía todos los parámetros exigibles para aspirar algún día al puesto de catedrático.

 

Acuérdense que en aquel momento,  el PSOE movilizó a dos de sus más contumaces edecanes y edecanas, Carmen Calvo e Isabel Celáa, para reforzar la categoría institucional y científica de la nota que, como Herrera ya, conoció toda la opinión pública, recibimos todos los medios de comunicación de España y difundieron, sin hacerse pregunta alguna, la práctica totalidad de los mismos. 

El plagio obsceno se convirtió así en una  campaña de mentiras, en una fake new de la residual España franquista que no aceptaba ni digería el aterrizaje de Sánchez en la Moncloa y se inventaba lo que fuera necesario parar minar y derribar a El Elegido, que alcanzó el clímax con el mensaje de que, de manera inminente, el ofendidito Sánchez iniciaría acciones legales contra los inspiradores del bulo.

La complicidad de la práctica totalidad de las televisiones que, con razón, asfixiaron poco antes a Cristina Cifuentes por su pavoroso comportamiento con su máster ACME o transformaron las lagunas del expediente académico de Pablo Casado -saldado el primer caso con una acusación judicial y el segundo con el desmentido de la Universidad y la inaceptación judicial del asunto-; cerró aparentemente el episodio y el Doctor cum laude pudo seguir haciendo historia a su antojo.

 

La resolución del CTBG que confirma que, pese a lo difundido por Moncloa, nadie en la Presidencia encargó ni posee ningún test antiplagio

 

Para cualquiera que, como decía Groucho Marx, siguiera haciendo caso a sus propios ojos, el plagio seguía siendo indiscutible, pues bastaba con comparar el texto 'original' del Doctor con los trabajos ajenos fusilados con tanta contumacia como rudeza, pues además de incluir páginas, párrafos y trabajos ajenos en su integridad literal, incorporaba erratas e inexactitudes tan gloriosas, explicada en su día por Arcadi Espada en su imprescindible artículo "Usted no es una persona decente".

"En la bibliografía de la tesis se cita (página 341) un autor desconocido: Voir M. Granovetter (1985). El mismo que aparece citado, y del mismo modo, en la bibliografía (página 170) del libro. El señor Voir M. Granovetter  no existe, aunque sí un cercano pariente suyo llamado M. Granovetter (...) A no ser que quepa explicarla por el mismo incurioso método intelectual que consiste en copypastear  sin mesura, vaya usted a saber de qué remoto documento, no solo el nombre de Granovetter sino la voz francesa Voir, Ver, en francés".

En un país serio, con un presidente investido a la fuerza, a mitad de partido, con los apoyos mefistofélicos de los mismos independentistas a los que debía ayudar a aislar y paladín de la decencia como etéreo argumento para justificar el acceso al poder negado sistemáticamente por las urnas; ese cúmulo de evidencias hubiera sido suficiente para hacerle dimitir o convocar elecciones.

 

 

El tío que tuvo -y perdón por la expresión- los santos cojones de justificar el desalojo a Rajoy apelando a la ética, con el ejemplo de un dimisionario político alemán por plagio; el mismo que transformó el relato como simple testigo de su predecesor ante el juez en una prueba de cargo contra él; el mismo que unas semanas antes imponía a sus diputados un exigente Código Ético solo al acceso de monjas de clausura; va y logra el título de Doctor copiando a otros.

Frente a la certeza de que los máster de algunos de sus rivales no son más que tristes homenajes al ego académico, que solo valen para completar con bisutería un triste currículo personal limitado casi por completo a la política, cabe recordar que la habilitación cum laude tiene además efectos económicos notables.

Lograr una plaza de profesor o ascender a cátedro garantiza unos emolumentos y apunta a la consolidación de una carrera universitaria cómoda, rentable y especialmente dirigida para tipos que, como Sánchez, siempre han encontrado acomodo laboral en la política o su entorno: digamos que nunca ha habido tortas por hacerle CEO de ninguna compañía y que si su currículo está ubicado al 100% en el ámbito político es porque solo allí, en un gabinete, de concejal, de diputado o de asesor, pudo hacerse hueco.

 

 

Que además se supiera que el tribunal examinador era una pléyade de amiguetes, que la Universidad examinadora era una institución privada con aún menos controles que la pública o que la tesina evolucionara a libro con la coautoría ya visible del señalado como negro del trabajo doctoral y a la sazón jefe de Gabinete del Ministerio que -vaya por Dios- inspira la totalidad de la tesis;  remataba un bochorno al que ningún otro político del centroderecha hubiera sobrevivido pero que Sánchez, con sus altavoces, taparon y transformaron en una campaña de la recua conservadora con alergia al gluten democrático de la nueva España sanchista.

Pero hete aquí, y volvemos al origen, que aquel desmentido monclovita -"La tesis del presidente supera ampliamente los softwares de coincidencias"- era una patraña, una mentira y un montaje a la vez difundido desde el canal oficial de la Presidencia, que asumía así su autoría para darle una autoridad legal y moral que obviamente no tendría si careciera de tan elevada firma.

Al descarado plagio se le ha unido la mentira: el primero lo hizo un tal Pedro; pero lo segundo lo ha cometido el Presidente de España

Era La Moncloa, en fin, quien asumía el desmentido, quien institucionalizaba la respuesta y quien otorgaba a todo ello la máxima jerarquía. Y era mentira. Tal y como este periódico ha demostrado, tal y como a la propia Secretaría General de la Presidencia no le ha quedado más remedio que reconocer por escrito y tal y como ha confirmado el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno; nadie en el complejo presidencial encargó, conoció ni puede mostrar los supuestos informes antiplagio que sin embargo difundieron a los cuatro vientos para fabricarle una coartada a Sánchez.

 

 

Esto no es una opinión, es un hecho: Sánchez mintió al beneficiarse de un montaje obsceno para salvarle el trasero, y La Moncloa mintió a los españoles al presentar como verdad institucional una milonga tan escandalosa que solo la complicidad de la práctica totalidad de los medios de comunicación y la ingenuidad de la oposición permitió prosperar. Porque bastaba la pregunta que los niños de la fábula de El Rey desnudo ya hacían para que todo el montaje se desvaneciera como la casita del cerdito perezoso a soplidos del lobo.

¿Pueden enseñarnos los supuestos test antiplagio?

De igual modo que a Cifuentes, insisto que con razón, se le preguntó de todo hasta que sus lagunas y vergüenzas florecieron; a Sánchez bastaba con hacerle una pregunta para que ni los más cafeteros del sanchismo, esos que ya miraban para otro lado ante la brutal catarata de pruebas del plagio, no les quedara más remedio que reconocer que, al plagio en sí mismo, se le había añadido la mentira.

 

 

El presidente ha mentido y ha hecho mentir, pues, difundiendo una verdad falsa que ahora no puede documentar: ni enseñando ya el test antiplagio -en el caso de que exista- arguyendo que fue un encargo personal, sería menos cierto que aquel 14 de septiembre utilizó a La Moncloa para difundir a ciegas un desmentido con rango oficial, utilizando recursos públicos con fines privados al objeto de fabricarse una coartada que frenara su descrédito.

Si la tesis de Pedro Sánchez es una copia barata de trabajos ajenos, la defensa de la tesis de Pedro Sánchez es una burda mentira prefabricada con recursos institucionales que sitúa al personaje en su contexto.

Como universitario, una farsa, uno más de tantos politiquillos que se garantizan una plaza aprovechando las vergonzosas conexiones entre la política y la universidad, la institución probablemente más corrupta de España. Y como presidente, un mentiroso compulsivo que hace lo contrario de lo que dice y dice lo contrario de lo que hace con tal de obtener siempre el beneficio personal deseado.

 

Ahora que la disolución de las Cámaras ha zanjado la Comisión de Investigación demorada insólitamente por ingenuidad del PP -o vaya a saber usted la razón real- y ahora que ni la evidencia documentada de que nunca se hizo en Moncloa el test antiplagio con el que se engañó a los ciudadanos es suficiente para obligar a Sánchez a dar explicaciones y dimitir; sólo cabe preguntarse si son los tribunales el único y último recurso para poner en su sitio a la verdad y restituir la higiene pública que los hechos merecen. 

Porque lejos de ser una anécdota, la perversa utilización de la maquinaria del Estado y de los recursos públicos que subyace en la patética defensa de Sánchez con su tesis, es la categoría que acompaña en todo al presidente más cesarista y caprichoso que jamás ha tenido ni tendrá España.

El mismo que declara irregularmente como "secreto de Estado" los gastos de su mujer, enchufada dos días antes en un puesto que solo obtuvo cuando su marido llegó al poder; el mismo que publica un libro onanista desde la presidencia; el mismo que trata el Falcon y los helicópteros como si fueran las limusinas de una estrella del rock y el mismo que negocia con Torra, con Junqueras o con Iglesias lo que no está en su mano pero siempre podrá maquillar con otro comunicado falso y la complicidad de las pantallas amigas. O no, quién sabe.