| 29 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
La alegría de Iglesias da qué pensar.
La alegría de Iglesias da qué pensar.

Conjurar el peligro

El líder de Podemos no ha calibrado lo que podía suponer su tuit de alegría por la salida de Otegi de la cárcel. Y es que al final acabaremos aplaudiendo el acuerdo de PSOE y Ciudadanos.

| Marcial Martelo Opinión

@Pablo_Iglesias: "La libertad de Otegi es una buena noticia para los demócratas. Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas”.

Desde voladuras indiscriminadas y asaltos, hasta robos a mano armada y liberaciones a punta de pistola de presos de ETA, pasando por los secuestros de Gabriel Cisneros y Javier Rupérez. Tales eran las sospechas que recaían sobre Arnaldo Otegi, hasta que a partir de 1979 ya se fueron sucediendo las sentencias firmes de condena: secuestros, injurias a la Corona, enaltecimiento del terrorismo y pertenencia a banda armada fueron los delitos finalmente confirmados por los tribunales, y los que lo llevaron a ser visitante asiduo de la cárcel.

Pese a todo esto, y según se deduce de su último tuit (en realidad, de su mismidad toda), Pablo Iglesias considera que Otegi, recién salido de prisión, era un preso político: “Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas”. La ecuación es clara: dado que las ideas de Otegi son las de ETA y dado que la pertenencia a ésta fue lo que le llevó a prisión la última vez, parece inevitable concluir que para el Gran Líder no merece castigo sino respeto pertenecer a una banca criminal responsable de cientos de asesinatos, mutilaciones y secuestros. O sea, que todo esto debe ser tratado como un asunto de Alta Política y no como una vulgar cuestión de política penitenciaria  

¿Por qué? ¿Tal vez porque considere que el empleo del horror y la barbarie es una forma legítima de hacer política?

Hasta ahora Pablo Iglesias sólo ha confirmado como instrumentos democráticamente admisibles la demagogia, la mentira, el populismo y los escraches. Por tanto, lo demás queda entre interrogantes, no se sabe si a la espera de sentir su necesidad o de conseguir su legalización (que es sabido que la violencia ejercida desde el Poder no es violencia, sino ejercicio del legítimo monopolio estatal de la fuerza); o, naturalmente, porque su conocida sensibilidad democrática haga innecesario explicitar la respuesta.

Y llegamos así a una segunda conclusión, que parece igualmente clara: aunque sólo sea por frenar a Podemos, y por provisional que sea ese freno, ya estaría justificado el pacto de Ciudadanos con el PSOE.

Volar el andamiaje de la corrupción, purificar una justicia prostituida por la burocracia partidista y devolver a los ciudadanos el protagonismo perdido por sus representantes a manos de un poder ejecutivo que todo lo controla. Todo esto es esencial, pero todo esto debe hacerse conservando el sistema de libertades que, aunque imperfecto, nos dimos en el 78. Y eso pasa por conjurar el peligro de los extremistas totalitarios de turno, que hacen lo que siempre han hecho a lo largo de la Historia: convertir a los ciudadanos en súbditos robándoles la libertad, amparándose en la frivolidad de unos, en la desesperación de otros y, sobre todo, en la pasividad de la mayoría.