| 29 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Partidos de fútbol

El soberanismo se mueve por consignas destinadas a generar emociones en una masa que, desoyendo la razón, se convierte en la grada extrema de un partido de fútbol. Así se activa el resorte.

| Fernando Roca Opinión

Las últimas semanas, además de seguir casi al detalle la actualidad política, a veces incluso sin querer, he dedicado algunos ratos a observar de forma presencial las manifestaciones y actos independentistas que se suceden en las calles de Barcelona. El 1 de octubre, el 3 de octubre, el 21 de octubre. Y veo que son partidos de fútbol.

Espacios abarrotados de personas donde el individuo desaparece y pasa a convertirse en una pieza más del engranaje. Todo sumido en cánticos e imágenes, simbología, propaganda y lema. Religión. Y como quiera que esa deshumanización del hombre ha sido manejada por Vargas Llosa en su obra La civilización del espectáculo de forma brillante utilizando la comunión del fútbol como principal expresión, me limitaré a reflejar sus palabras:

"[...] En nuestros días, los grandes partidos de fútbol sirven sobre todo, como los circos romanos, de pretexto y desahogo a lo irracional, de regresión del individuo a su condición de parte de la tribu, de pieza gregaria en la que, amparado en el anonimato cálido de la tribuna, el espectador da rienda suelta a sus instintos agresivos de rechazo del otro, de conquista y aniquilación simbólica (y a veces real) del adversario."

Con estos ojos y estos oídos he sentido los silbidos al helicóptero de la Policía Nacional y gritos de «fuera las fuerzas de ocupación». He presenciado igualmente, en otros contextos igual de nacionalistas pero no separatistas, algunos «Artur Mas, cámara de gas».

Preguntemos al que anda perdido entre la masa, qué hace usted caballero, aquí con sus niños en el campo, viendo este partido

No seré yo quien deslegitime a aquellos que desean expulsar a agentes de la autoridad de su territorio o asesinar al ex-president de la Generalitat. Lo que sí me atrevo a cuestionar es la idea que flota sobre esas masas que salen a la calle en busca del «desahogo a lo irracional».

¿Esconden odio las consignas que la muchedumbre, en nombre de la llibertat y la democràcia, vocifera cada semana? ¿las pretensiones del gentío son infundadas?, ¿la mentira se cuela entre los eslóganes sin que el individuo se percate?, ¿hasta qué punto las arengas repetidas hasta la saciedad se han convertido en culto y verdad sin pasar por el filtro de la razón?

No valen todas las ideas

En el respeto a las personas reside el débil cuestionamiento que se hace en ocasiones del discurso de algunos, porque la corrección que se apoderó de todos nosotros llegó para quedarse y nos impide en ocasiones llamar a las cosas por su nombre, en pos de una consideración casi sumisa a las opiniones del prójimo. En este sentido, el catedrático Aurelio Areta escribe en su artículo de El País:

"No es verdad, pues, que cualesquiera sentimientos sean legítimos y dignos de respeto, un absurdo paralelo a la majadería de que todas las opiniones son respetables. Descorazona tener que repetirlo una vez más. Respetable será siempre el sujeto, pero no siempre su sentimiento: mejor dicho, con frecuencia ese sujeto será respetable a pesar de su particular sentimiento. Pues se admitirá que no valen lo mismo el amor que el odio, la admiración que la envidia, la benevolencia que la sed de venganza". 

Lo que vemos en Cataluña es una ola de sinrazón que hastía al más paciente. Es una multitud movida por los hilos de promesas del futuro y condenas del presente. Emoción en definitiva. Y es en estos momentos en los que no se debe titubear a la hora de objetar sobre las pasiones y el trasfondo de las aspiraciones. Preguntar al que anda perdido entre la masa, qué hace usted caballero, aquí con sus niños en el campo, viendo este partido de fútbol.

 

* Fernando Roca pertenece al Club Liberal 1812 de Málaga.