| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La España de 2016 se deja llevar por miedos, odios y mentiras, adora políticos populistas como Pablo Iglesias y no tiene un Kantorowicz o un Haber.
La España de 2016 se deja llevar por miedos, odios y mentiras, adora políticos populistas como Pablo Iglesias y no tiene un Kantorowicz o un Haber.

Del regeneracionismo al populismo, olvidan el mejor patriotismo

El populismo simplifica la política, la convierte en una película de buenos y malos. Como hizo antes el regeneracionismo. Pero la historia del patriotismo en Europa demuestra su error.

| Pascual Tamburri Opinión

Populista. Poujadista. Hasta fascista. A Podemos y a Pablo Iglesias les cae de todo últimamente. Y quizá no sin razón, porque su discurso es facilón y comercial. Se dicen las cosas que la gente que les puede votar quiere oír. Y mañana si hace falta se dirán otras, y se negarán éstas. Sin más; la ideología va por dentro, bien rebozada de propaganda, y además de propaganda adaptada a los tiempos y los públicos. Tampoco es una novedad, sin necesidad de irnos a los Gracos o a Cayo Mario –que tenían eso sí otra dignidad-, populacheros ha habido siempre y hay en muchos tiempos, más cuando la percepción es de crisis. Populistas los hay sin contenido, o con éste oculto, o con un discurso bien trabado pero lleno de simplificaciones como en de los regeneracionistas.

¿También los regeneracionistas de Joaquín Costa? Pocos han hablado más en la política española de castas, de élites, de “arriba” y “abajo” y de políticos corruptos –con razones, pero sin razón-; y no habló que yo sepa de “puertas giratorias porque aún no estaba de moda. Es fácil ganarse simpatías en un pueblo (o en una tele, o en una red) hablando mal de “los ricos”, “esos”, “los de arriba”, haciendo una gustosa papilla de verdades, mentiras y tropiezos ideológicos si los hay. Llámese populismo, llámense regeneracionismo, llámese Podemos, es una mezcla potencialmente muy rentable en votos. Eso sí, lo que sí está demostrado es que es mala para la comunidad, para la Patria. Pero, por supuesto, eso preocupa poco cuando y donde los políticos, de todos los partidos hoy pujantes, ponen su éxito electoral por encima del bien de la nación. En escandaloso contraste con otros hombres ejemplares hoy desdeñados, que pusieron su patriotismo por encima de sus éxitos y de sus intereses.

Poco se recuerda el patriotismo de Fritz Haber (1868-1934). Se trató de un prestigioso científico judío alemán, pionero genial de los abonos modernos y de los insecticidas hoy imprescindibles; fue miembro fundador de la prestigiosa Sociedad Kaiser Wilhelm; organizaba en el Berlín de la república de Weimar unos prestigiosos Colloquia a los que asistía su protegido Albert Einstein; y murió en 1934, exiliado fuera de Alemania por ser judío. ¿Un héroe?

Pero, sin ser falso nada de lo anterior, Fritz Haber-cuya tragedia humana ya ha dado lugar a algo de literatura y hasta de cine, pero no mucha atención popular en estos tiempos facilones- consiguió la síntesis del amoníaco a alta presión (fuente de los explosivos que han marcado un siglo); abandonó el judaísmo familiar y se convirtió, contra el gusto de su padre, porque deseaba integrarse totalmente en la Universidad y en la Nación; firmó la Declaración de Fulda de 1914, apoyando la causa alemana en la Guerra Europea (eso sí, junto a otros patriotas universitarios como Max Planck, Paul Erlich o Richard Willstäter); combatió en ella y desarrolló los gases tóxicos más agresivos de su tiempo (incluyendo en su equipo a tres futuros Nobel como Gustav Hertz, James Franck y Otto Hahn); entre los gases que creó está el Zyklon B, nada menos. Nunca renegó de su radical nacionalismo alemán, y quiso que su epitafio fuese “En la guerra y en la paz, mientras le dejaron, un servidor de su Patria”.

¿Cuál es el Fritz Haber “real”? Ambos. Renunció a sus intereses y sus comodidades no para caer simpático, sino páralo que él creyó servicio a la que él amó como Patria. Y pagó por ello. Claro que nunca tuvo que ser evaluado como universitario por una agencia oficial de la España invertebrada del siglo XXI, ni tuvo que defender su patriotismo en las redes ni los debates.

También del Georgekreis, Ernst Kantorowicz fue un historiador alemán nacido en Prusia Central en 1895. Que la religión de su familia fuese judía no fue importante para casi nadie, y desde luego no lo fue ni para él ni para sus ideas. “Nació alemán, amó Alemania y en Alemania y por Alemania luchó, trabajó, vivió y pensó mientras pudo hacerlo”. En la Primera Guerra Mundial, como muchos jóvenes estudiantes de su generación, combatió como oficial voluntario en un regimiento prusiano de Infantería y lo hizo con entrega y brillantez, siendo condecorado y herido. Al acabar la guerra exterior militó en las Sturmtruppen. En 1918, como una gran parte de los jóvenes alemanes con su perfil, creyó que su patria, invicta en los frentes, había sido entregada a los Aliados por la puñalada en la espalda de los socialdemócratas y espartaquistas, y luchó en las milicias nacionalistas contra la anexión de Posen a Polonia, y después en las ligas y Cuerpos Francos patriotas contra los intentos comunistas de asalto al poder. ¿Un extremista de derechas?

Seguramente hoy lo llamarían así en coro, en España, tanto los marxistas edulcorados con populismo como los oficialistas, economicistas, que tratan de venderse como socios de un regeneracionismo muerto. No lo fue, sino que también amo a su país por encima de su comodidad, de su carrera o de su conveniencia.

Una vez consolidada la república democrática de Weimar e impuesto el Tratado de Versalles, Kantorowicz abandonó su ciudad natal y la industria de su familia, que habían sido definitivamente ocupadas por los polacos: ante todo quería seguir siendo alemán. Tras dejar el Ejército y los grupos paramilitares no cambió de ideas políticas, y con ellas se convirtió en un brillante estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Berlín y luego en Heidelberg, adquiriendo esa visión amplia y pluridisciplinar que la configuración actual de los estudios en España ya no permite. Enamorado, entre otras cosas, de la Edad Media, a ella se consagró como investigador, y en ella alcanzó la cima del saber y después del prestigio. Pero siguió cultivando la amistad de los círculos nacionalistas y románticos, la amistad de nobles y derechistas, la pertenencia al Georg-Kreis y el contacto con el también medievalista Percy Ernst Schramm.

Kantorowicz vio pronto como su biografía del emperador Federico II (Kaiser Friedrich der Zweite) renovó por completo el conocimiento y la interpretación de la vida del último Hohenstaufen reinante y marcó un nuevo modo de hacer historia. “Publicada en 1927, mereció encomios de lectores tan variados como los de Mircea Eliade, Ernst Jünger y Benito Mussolini. Los que entonces tenían el control de la opinión académicamente correcta se horrorizaron ante la innovación metodológica de Kantorowicz, y ante su osadía, pues publicó su estudio sin notas ni fuentes de ninguna clase, por lo que fue denostado como indigno de un doctorado y de una cátedra "serios". Tuvieron que callar cuando, después de decir que lo consideraba inútil para el valor de la obra, publicó en 1931 un volumen de documentación y notas abrumador incluso para la tradición universitaria alemana”.

En medio del auge político del nacionalismo alemán y del avance de Hitler, siendo presidente el mariscal von Hindenburg Kantorowicz conquistó la cátedra de Historia Medieval en Frankfurt del Meno. Las leyes nazis le privaron de la docencia y después, para su gran dolor, de la ciudadanía alemana. No hubo para él una excepción, pero permaneció hasta 1939 en Alemania, nunca habló contra su país ni aceptó servir a otros contra él, esperando siempre un cambio de rumbo. Después, en último extremo, trabajó exiliado en Berkeley y en Princeton. Pero sin acomodar sus convicciones al ambiente, ni renunciar a su patriotismo.

Sería magnífico poder decir de nuestros políticos, entrantes o salientes, lo mismo que de Kantorowicz o de Haber. Pero desgraciadamente no es el caso en la España de 2016, que se deja llevar por miedos, intereses, odios y mentiras.

Pascual Tamburri