| 04 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
Donald Trump.
Donald Trump.

Los tiempos están cambiando

| Eduardo Arroyo Opinión

Encontramos multitud de personas en el denominado “centro derecha” que se escandalizan de la degeneración del régimen venezolano. No es de extrañar: incompetencia, corrupción y violencia a partes iguales. Luego culpan a “los gringos” y todo arreglado. El problema de la victimización es que siempre delega la responsabilidad en otro. Pero el problema es también que esos mismos “centro derechistas” corren cuando se trata de hacer negocios en China. Aquél régimen se aparta de los cánones de la democracia occidental tanto como el régimen chavista, con la salvedad de que, al revés que Venezuela, los chinos son eficaces y por eso generan recursos. Y no solo meros recursos porque lo hacen a una escala nunca vista.

Con los datos de la Oficina Nacional de Estadísticas, Terry Jeffrey ha documentado para cnsnews.com cómo Pekín ha saqueado durante décadas la potencia manufacturera más grande de la historia: los EEUU. En España esos mismos “centro derechistas”, “republicanos” en América, “conservadores” en Alemania o en Francia, globalistas todos ellos, se preocupan porque la República Popular se arma y amenaza Taiwan y los mares de Oriente. En cambio ni uno solo de ellos parece preocuparle como China ha pasado de un déficit comercial de apenas unos millones de dólares a otro déficit comercial de miles de millones de dólares o de euros.

En el caso de España, con el muy “patriota” PP o con el “socialista” PSOE, la cosa ha sido igual: ¿podemos considerarnos soberanos cuando la deuda adquirida por Pekín crece y crece? Se sabe que España no revela oficialmente quienes son los tenedores de su deuda pero parece que, cuando en 2011 Zapatero corrió a China a pedir financiación para las cajas, El País hizo trascender que China tenía el 12% de la deuda española (El País, 12.4.2011). Esto ha ido en aumento. 

El 10 de abril de 2014 el ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, en una declaración inadvertida por el horario del Debate programado en la cadena 1 de TVE, a raíz de la decisión de limitar la jurisdicción internacional de la Audiencia Nacional, manifestó: “Aquí ha habido un juez (Ismael Moreno) que ha querido enjuiciar a dos ex presidentes de la República Popular China sin tener la menor posibilidad de investigar eficazmente lo que pasó en Tíbet (...) Esto es un brindis al sol que no acaba con la impunidad y en cambio nos crea un conflicto internacional. China tiene el 20% de la deuda pública española y bastaría un clic en un ratón en un ordenador chino para que este país se encontrara una prima de riesgo como la que teníamos hace años y por tanto más colas en los servicios de empleo” . Al tiempo de esta declaración Luis de Guindos se alegraba por la decisión de “Standard&Poor's” de subir la calificación de solvencia de España, porque iba a permitir que inversores, “especialmente asiáticos”, volvieran a comprar nuestros bonos (El Mundo, 25.5.2014).

Algunas preguntas nos vienen inevitablemente a la cabeza porque, si esto es cierto (y no hay razones para pensar que no es así), ¿quienes son los responsables de esta pérdida evidente de la soberanía nacional de la que tanto se blasona a la hora de negar un referéndum en Cataluña? Más concretamente, ¿qué modelo económico es el responsable de que la financiación tenga que recabarse en países como China? ¿quienes son los partidarios y defensores de dicho modelo?

La situación en los EEUU es mucho peor en este sentido, dado que, como los EEUU publican periódicamente la situación de la deuda, se sabe que la pérdida de soberanía de la nación norteamericana es tremenda. De ahí, que sean los políticos de aquél país, demócratas y republicanos, los responsables del auge de Bernie Sanders y Donald Trump. Esos políticos, por supuesto, no saben de los efectos de sus medidas del mismo modo que no lo saben los de aquí, y por eso jamás ves que se discutan en sus programas electorales. Quienes sí que lo saben son los trabajadores que han perdido sus empleos y las pequeñas empresas destruidas.

En los EEUU solo Donald Trump en el campo republicano está dispuesto a hablar de este tema y por eso, los mismos que se escandalizan del “terrible” Donald Trump olvidan decir que es el hijo más directo de sus políticas. He escuchado en una meliflua columna de ABC que una empresa canadiense ofrece una isla para exiliarse en caso de que Trump gane las elecciones. Esta idiotez solo puede hacerse cuando no se entiende absolutamente nada, porque cuando sí que ha habido motivos para exiliarse -sobre todo los trabajadores y clases medias- ha sido durante los últimos veinticinco años de republicanismo estilo Bush.

En el plano teórico, la situación generada en EEUU, en España y en otros países de la UE descansa en algunos sofismas de notable calado: el primero es que las cuentas del Estado son equivalentes a las de un negocio particular. Esto es falso porque el Estado puede tomar dinero prestado de sí mismo. Por consiguiente solo si se acepta el embuste hay que recurrir a un prestatario externo como China. En segundo lugar, la estafa de que el abaratamiento de la producción repercute rápidamente en la bajada de precios y en el bienestar de los consumidores. Esto es falso porque la reducción de los costos de mano de obra, producidos en forma de deslocalización y despido, repercute en todos los consumidores en forma de subsidios de desempleo y penuria general.

En tercer lugar, el sofisma de que la deslocalización es la consecuencia del libre comercio porque lo que en realidad hay es libertad -exclusiva- para las grandes multinacionales que envían su producción al extranjero para aumentar sus cuentas de resultados. No hay libertad para los países, que entregan vergonzosamente su soberanía y su libertad. Detrás de estos sofismas hay otro aún mayor: que el Banco Central está para garantizar parámetros macroeconómicos, como la estabilidad de precios, en vez de para financiar el crecimiento. Los precios pueden ser estables en una economía sin financiación que, necesariamente, deberá ir a buscar fuera la manera de financiarse, aunque sea mediante deuda pública, es decir, hipotecando el futuro de la nación.

No sé si Trump será finalmente presidente. Pero lo que sí se es que los temas a debatir a medio plazo en las elecciones americanas no van a ser ya los mismos que se han estado debatiendo -o no debatiendo, según- en los últimos 25 años. Esto, que podemos denominar “efecto Trump” en su vertiente de nacionalismo económico, alcanza otras esferas de la política: no a las guerras ideológicas,   patriotismo y defensa de las fronteras. Es inevitable que estas ideas lleguen a otros países y de hecho un buen ejemplo lo tenemos en Rusia.

El problema de los globalistas es que si el discurso heterodoxo antiglobalización y patriota se normaliza en los EEUU, pronto se normalizará en otros países occidentales donde hasta ahora ha estado tácitamente perseguido e incluso ilegalizado. Como hace poco me comentó un amigo ruso, estamos en tiempos de cambio: las cosas van por ahí.