| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Contra los prejuicios post covid-19

Peor que no poder salir, relacionarte ni socializar, es vivir con la psicosis a que te arrebaten tu propia dignidad y con la amenaza de convertirte en víctima del estigma de la enfermedad.

Sábado 18 de abril de 2020. Corrían por aquel momento justo cinco semanas desde que se decretaba el primer estado de alarma por COVID-19 en España. Mientras nubes y claros batallaban por hacerse un hueco en la Calderona, en Gátova, al igual que en el resto de municipios de nuestra región, la ansiedad ante el seguimiento de la pandemia comenzaba a invadir la inusual rutina a la que se adaptaban a marchas forzadas muchos hogares.

No, ni la reedición de unos frustrados ‘nuevos pactos de la Moncloa’, ni los aplausos, ni la bajada en las cifras de contagios, conseguían aplacar el miedo, la sospecha y desinformación sobre el peligro de contagio, más si cabe, cuando el caos de cifras sanitarias seguía bailando al son de la carencia de mascarillas que trataba de combatirse. Pues ya anidaba la rabia y frustración en quienes hemos perdido a nuestros seres queridos sin poder despedirlos, junto al pánico y desconcierto frente al contagio y el consiguiente miedo a la exclusión, al rechazo y la estigmatización. 

A todos, pero especialmente a quien suscribe, como vecino de un pequeño municipio, Gátova, agricultor de vocación, y firme defensor del entorno rural, nos causó rechazo la hipócrita desidia que mostraron entre otras Administraciones, inicialmente la Generalitat, dando la espalda ante las peticiones de ayudas excepcionales por parte de los sectores agrícolas y ganaderos más perjudicados desde la declaración del estado de alarma.

Unos sectores y un entorno rural que no ha conocido de riesgos, a la hora de salir a trabajar día tras día sin descanso y proveer de alimentos a millones de hogares. No obstante, y por desgracia, un mundo en el que muchas veces, el estigma y rechazo social hacia quienes han contraído el COVID, sus familiares e incluso amigos, muestra una vez más el alcance de la alargada sombra de la ignorancia, en forma de discriminación y prejuicios.

Una odisea, la de pasar el virus, a la que se suma en estos casos un mezquino ‘apartheid’, que sufren quienes, no lo olvidemos, han sufrido y vencido al virus, que paradójicamente se convierten en víctimas de un gueto, de un cordón sanitario que nadie está exento de sufrir, especialmente en un entorno como rural como el mío en caso de contraer el virus.

A un testimonio lleno de lágrimas y afligimiento le acompaña la indiferencia, el abochornante escarnio y señalamiento por parte de algunos.

El cruel reflejo de este relato, no es otro que padecer la desgracia de tener que acompañar y despedir descarnadamente, hasta el último momento, a un ser querido, y ver cómo frente a un testimonio lleno de lágrimas y afligimiento le acompaña la indiferencia, el abochornante escarnio y señalamiento por parte de algunos.

Unos, tratando a los otros, a los señalados, como ‘apestados’, sin saber los primeros que son los verdaderos contagiados, por la ignorancia y los prejuicios; caladero perfecto en el que sembrar el odio y la criminalización a través de la desinformación, que alimentan hábilmente los populismos para verter sus soflamas de miedo y crispación para borrar la dignidad, la convivencia y diversidad entre iguales.

Pasar página, dicen algunos. Que es lo que hay que aguantar, así se compadecen otros. Pues no. Me niego, no es esto la nueva normalidad. No es esto cuanto he aprendido de convivir en sociedad. Tampoco, dejar de saludar ni mirar para otro lado con impasible frivolidad. No frente a una pena de pandemia que puede convertirnos en un rebaño inmune, pero hacia toda clase de empatía, solidaridad y atisbo de humanidad.

Mi pena, es que entre otras cosas, a día de hoy todavía no haya vacuna contra la falta de humanidad.

Por eso mismo, porque aún peor que perder a un ser querido, no poder salir, charlar, relacionarte ni socializar, es vivir con la psicosis, con el miedo a que te arrebaten tu propia dignidad y con la amenaza de convertirte en víctima del estigma por tratar de superar en cuerpo y alma una enfermedad.

Porque podremos vivir, convivir y combatir hasta superar virus, bacterias y pandemias, pero no podemos permitirnos seguir incubando más criminalización, miedo e insolidaridad, como caldo de cultivo hacia el odio y desprecio por la fraternidad. Por eso, por eso mismo, mi pena, es que entre otras cosas, a día de hoy todavía no haya vacuna contra la falta de humanidad.

*Abogado y diputado de Les Corts Valencianes