| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
La vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán y la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, en el 40 Congreso Federal del PSOE.
La vicesecretaria general del PSOE, Adriana Lastra; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán y la presidenta del PSOE, Cristina Narbona, en el 40 Congreso Federal del PSOE.

Cesarismo en el PSOE

Esto del cesarismo sanchista no es ninguna broma -ni un eufemismo -, sino una patología consolidada y arruyada por Zapatero.

| José María Lozano Edición Valencia

Por benevolencia, o en evitación de palabras más gruesas que pueden connotar los ya a estas alturas famosos presuntos delitos de odio manejados de forma discriminada, interesada y perversa, algunos de los más significativos opinadores se afanan en calificar de cesarista la política y, sobre todo, la actitud personal de Pedro Sánchez.

El asunto es complejo porque ya admitió el alemán Max Weber -a finales del XIX- que en la “democracia de masas” anida una tendencia congénita hacia la formación de liderazgos carismáticos. Y ello pese a que expertos en economía atribuyen el término al francés Pierre J. Proudhon -también en el XIX, pero a mitad de siglo-, quién lo estableció por vez primera en su texto crítico con el liberalismo económico “Manual del especulador de bolsa” para calificar, entonces, la evolución del capitalismo. Hoy, cuando el capitalismo de última generación puede ser calificado sin ambages como “capitalismo de la avaricia”, un capitalismo sin límites, principios, ni compasión alguna por mucho que disfracen de solidarios, circulares, sostenibles e incluso éticos, gran parte de sus perfiles y actividades publicitarias. Una suerte de cesarismo compartido por los poderes económico y político -a nivel mundial, y más allá de las alarmantes y extendidas teorías de la conspiración- parece caracterizar la “nueva normalidad” (término, por cierto, acuñado mucho antes de que apareciera en nuestras vidas esta macabra pandemia).

Es sabido que el filósofo Antonio Gramsci -que fue Secretario general del Partido Comunista de Italia a finales del primer cuarto del siglo pasado- con esa seguridad aparente y ese cinismo que, por ejemplo, hoy representa la artificialmente encumbrada Yolanda Díaz, llegó a considerar positivo el “cesarismo progresista” del propio Julio César o –¡asómbrense!- de Napoleón Bonaparte, para encontrar en su descendiente casado con Eugenia de Montijo (Napoleón III) o en el canciller Bismark, primer unificador de Alemania, cesarismos “regresivos” o reaccionarios. Calificativos interesados y espurios aparte, su definición de cesarismo sigue resultado operativa “el cesarismo expresa siempre una solución arbitraria, confiada a una gran personalidad, en situaciones caracterizadas por un equilibrio de perspectivas catastróficas”. ¿Son esas circunstancias las que tipifican el momento político que estamos viviendo en la España actual, la España de Sánchez?

Una suerte de cesarismo compartido por los poderes económico y político parece caracterizar la “nueva normalidad”

Uno de los historiadores que en aquella misma época -finales del XIX y principios del XX, o entreguerras para ser más exacto- mejor estudió la Roma clásica, el francés Jérôme Carcopino, apuntó con acierto “es propio del cesarismo apoyarse en la voluntad de los que aniquila”. Y esbozó corolarios que es fácil reconocer en el panorama mediático y propagandístico que preside hoy la realidad: i) modos populistas en una suerte de democracia directa y plebiscitaria a convocatoria de un líder pretendidamente carismático; ii) fidelización y secuestro del electorado mutado en masa clientelista, acrítica y súbdita; y iii) marginados y lumpen travestidos en bolsa de reserva y apoyo decidido -mediante supuestas ayudas e incentivos- deliberadamente abandonados en su precariedad social.

Nerón y Calígula, entre los primeros emperadores tras Julio César, son recordados por quemar Roma o por pretender hacer senador a Incitato (su corcel). Ignoro si Sánchez observaría arder Madrid tocando la lira -u otro instrumento de cuerda- ya que los especialistas en incendios urbanos son sus socios de gobierno, pero nombrar ministro de cultura a un analfabeto funcional que, carente de titulación alguna pretende instituir la de zoocuidados domésticos -tal vez acabemos viéndola elevada a master en algún currículo político- es una realidad que ya sufrimos en España.

Antonio Gramsci -que fue líder del Partido Comunista de Italia - con esa seguridad aparente y ese cinismo que, por ejemplo, hoy representa la artificialmente encumbrada Yolanda Díaz, llegó a considerar positivo el “cesarismo progresista” del propio Julio César

De manera que, si somos rigurosos, esto del cesarismo sanchista no es ninguna broma -ni un eufemismo -, sino una patología consolidada y arrullada por Zapatero y Delcy Rodríguez (que por lo recientemente conocido, pensaban celebrarlo juntos en aquel frustrado -o no tan frustrado- viaje a España).

Pan y circo, cristianos a los leones, despilfarro y quiebra económica, lujo opaco, arbitrariedad como hoja de ruta, relectura tergiversada de la historia, manipulación, adoctrinamiento y represión del disidente, fueron -y son ahora y aquí- alguno de los indicadores de ese totalitarismo antidemocrático y -claro- demagógico que se ha dado en llamar cesarismo. Así que, un servidor, acaba coincidiendo con los opinadores citados al principio.