| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Manuel Avilés.
Manuel Avilés.

Siempre la libertad

El pensamiento políticamente correcto se sube a la chepa y no hay cojones de hacer frente a él para no ser tachado de retrógrado o facha.

| Manuel Avilés Edición Valencia

En España dicen que hay libertad. Los que tenemos una cierta edad –dejaré de decir por ahora lo de anciano desguazado porque se enfadan muchas integrantes de la Asociación Española de Encuentros Literarios-, los que tenemos cierta edad hemos vivido épocas, la franquista por ejemplo porque a la de la Inquisición no llegamos, en la que había que tener mucho cuidado con lo que se decía. En mi pueblo –Andalucía profunda- se miraba de reojo mandando callar al que iniciaba algún tema mínimamente espinoso. ¡Cuidado! El vigía de occidente andaba atento, los obispos, compinchados con él, andaban atentos y todo el mundo cuidaba de la ortodoxia. Todo el mundo se tentaba la ropa para no tener problemas. Eran temas tabú la guerra, los huidos, los fusilados, los rojos, los depurados, los que habían estado en la cárcel “por política”… Muchos asuntos eran tácita o expresamente prohibidos, de imposible abordamiento y el silencio se cernía irremediablemente sobre ellos.

Hoy, el pensamiento políticamente correcto, -nunca me olvido de la frase de Felipe González no es lo mismo la opinión pública que la opinión publicada, la que se impone desde los grupos de poder- se sube a la chepa y no hay cojones de hacer frente a él para no ser tachado de retrógrado, facha, cavernícola, machista, maltratador, antidemócrata, fascista o calificativos aún peores.

En esta campaña electoral que lleva un desarrollo de muchos meses, no el par de semanas que dura en teoría, he oído decir auténticas barbaridades: ETA vive y está en las instituciones, por ejemplo. Bildu tiene que ser ilegalizado. Los terroristas cobran de los presupuestos y alguna más que no voy a citar porque me quedaría sin espacio para el artículo, sobre todo promesas que se va a llevar el viento tan pronto se cierren las urnas.

A todos los que pronuncian frases que chirrían les diría, alto y claro, aquello que se atribuye a Voltaire, pero que dicen que él nunca pronunció. Es igual que la dijera o no. A mí me parece una frase para la historia de la humanidad: “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”. Si no la dijo Voltaire, muy bien podría haberla dicho el filósofo, humanista, escritor ilustrado y genial, enciclopedista, pieza fundamental del llamado Siglo de las Luces, de la Revolución francesa que nos transportó de un mundo teocrático y dictatorial al mundo de la modernidad. Este mundo, yo lo siento así y así lo expreso, peligra hoy por la imposición, sin prisa pero sin pausa, sin descanso, del pensamiento dominante.

Estuve hace unos días –no diré dónde porque la magnífica organización y el extraordinario trabajo de los que lo llevaron a cabo no merece ni una coma de crítica- presentando mis dos últimos libros: De prisiones putas y pistolas. El desmantelamiento de ETA en la cárcel y El gato tuerto. Un caso judicial. Ambos libros, basados escrupulosamente en la realidad, nada de imaginación y ambos con razonable éxito editorial para Kerrigan y Al Revés, la editorial que creó y dirige y para Marta Robles jefa de la colección Sin Ficción.

Participaba en una mesa redonda con otras personas, autores de otros libros. Agotaron dos turnos de palabra en los suyos y, cuando yo explicaba el contenido de mis dos obras hice algunas afirmaciones que ahí están para el que quiera leerlas. A saber:

En noviembre de 1991 – yo era director de Nanclares de la Oca- ETA mató a un niño con una bomba lapa en el Peugeot 504 de su padre guardia civil en Erandio. Fabio Moreno se llamaba el chiquillo. Sobrevivió su hermano gemelo. A mí me impactó especialmente aquel atentado porque yo tengo gemelos y muy bien podría haber sido uno de ellos el asesinado.

Una semana después hubo otro atentado en Madrid y fue Irene Villa, junto a su madre, la víctima gravísimamente mutilada. Me enfadé como pocas veces en mi vida. Algunos medios, uno especialmente “libélico” más, hablaban de cómo los etarras en las cárceles pedían langostinos y champan para celebrar los atentados. A mi en ninguna cárcel donde he tenido etarras me lo han pedido.

Entré hasta el taller de pintura y cerámica -hablo de Nanclares, cielo plomizo, frio de cojones, cárcel vieja y con presos saliéndose por las costuras- donde había una docena de etarras haciendo botijos y figuras de barro. Quieto en la puerta e indignado por el atentado de esa mañana dije: ¡Aquí huele a hijo de puta que tira para atrás!

¿Fui imprudente? ¿Fui incorrecto? Posiblemente, pero eso fue lo que pasó y, si lo cuento como histórico, no puedo mentir. Ahí estuvo el inicio de las famosas “Cintas de Nanclares” donde por primera vez y de manera determinante, los presos criticaron a la cúpula de la banda terrorista. Ese fue el inicio de la famosa Via Nanclares y de todas las “Maixabeles”, aunque se empeñen en olvidar a Antonio Asunción y en tachar de traidores a Etxabe y a Urrutia. Nunca quise escribir ese libro y, si lo hice, fue por la petición de Antonio Asunción, un genio inigualado hasta ahora, media hora antes de morirse conmigo a su vera en el Instituto Valenciano de Oncología.

Segunda afirmación relativa al libro El gato tuerto. Un caso judicial. Soy un gran frustrado. He trabajado cuarenta años por la Justicia y cada día creo menos en ella, viendo algunas cosas que veo. Dos mujeres se van de vacaciones a Cuba. No van a ligar sino a disfrutar de la naturaleza. Al segundo día, una chica joven, guapa, psicóloga… entra en el restaurante El gato tuerto de La Habana, un negro alto, guapo, de sonrisa blanquísima se le acerca con un mojito y ella queda prendada. No fue un amor de fin de semana. Seis años tardó en casarse con el negro guapo y traerlo a España. La tragedia se desató después.

Yo cuestiono aquí algunos principios que se consideran intocables en el Derecho: el principio de igualdad, la carga de la prueba, la presunción de inocencia…. ¿No se puede criticar, desde el respeto por supuesto, a la Justicia? ¿Es infalible ahora que ya no lo es ni el Papa desde los escritos de Hans Küng?

Un señor de la mesa, se levanta y diciendo algo como… no soporto esto, se va. Perfecto. Está usando su libertad, pero podría haber argumentado su salida y habríamos discutido sobre qué se puede y qué no se puede decir en una mesa redonda en la que se habla de libros y de su contenido. No hubo discusión. Perfecto. Usó su libertad como yo la mía. Siempre la libertad.

Si hoy no dices, todos y todas, ellas y ellos, mujeres y hombres, jóvenes y jóvenas… eres un machista porque no utilizas el lenguaje inclusivo. Yo eso lo considero una gilipollez y, como creo que soy libre lo digo y si me estigmatizan por ello, me importa un rábano porque solo me debo a mi hematólogo, ese que ha descubierto por qué soy piel roja y no es precisamente por ser alcohólico, cosa que no soy. Por ahora. Se puede decir negro –pero no se le puede llamar mono a Vinicius como han hecho en Valencia este domingo-. Se puede decir huele a hijo de puta, a los etarras, indignado por dos atentados sangrantes recientes y afrontar las consecuencias de lo dicho. Lo que no se puede hacer es falsear la realidad y, si lo has dicho, cambiarla para quedar como un político políticamente correcto.

Los dos libros ponen lo que pasó o lo que yo creo que pasó porque la memoria puede ser traidora, que se lo pregunten a los magistrados – Rafael Bañon, grandísimo profesor y mejor persona- que me daban clase de Penal hace mil años. Solo y siempre la libertad. “La libertad, Sancho - le decía Don Quijote y en su tierra estábamos- es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Cuando Cervantes habla del cautiverio, no se refiere solo al que amarran con hierros y cadenas, con cerrojos y candados, que también puede haber cautiverio del pensamiento.

Siempre la libertad incluso la de irse sin argumentar de una mesa de discusión sobre lo que en ella hay publicado.