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La factura ´hinchada´ de Pío XII

Tras la II Guerra Mundial, el Papa reclamó a los EEUU el pago de más de un millón y medio de dólares en compensación por los daños ocasionados en su residencia de Castel Gandolfo

| Juanjo Crespo * Edición Valencia

El 10 de julio de 1943 el Presidente de los EEUU Franklin D. Roosevelt escribió  una misiva al Papa Pío XII con motivo del inminente desembarco de las tropas aliadas en la península itálica.

“Cuando Su Santidad esté leyendo esta carta, el ejército americano y británico estarán desembarcando en suelo italiano.”

El motivo de la misiva era tranquilizar a Pío XII y asegurarle que sus fuerzas respetarían el territorio neutral de Ciudad del Vaticano, y que no atacarían las propiedades del Papa.

Los aliados sabían que romper la “Línea Gustav” -la última defensa nazi al sur de Roma- iba a necesitar de un número muy importante de bombardeos de aviación y artillería. Tendrían que luchar frente a un enemigo bien pertrechado y sin ninguna intención de regalarles un solo metro de terreno.

Durante 1944 los aviones norteamericanos se emplearon a fondo y los días 2 y 19 de febrero, 31 de mayo y 4 de junio, sus bombas produjeron destrozos en la residencia del Santo Padre. La resistencia alemana era feroz.

Finalmente, cayó Roma y todo el Valle del Po. El ejército alemán se retiró hacia el norte y la ciudad eterna se declaró ciudad abierta. Acabó el sonido de la guerra en el Vaticano.

Varios años después –el 10 de diciembre de 1948- hubo otra carta, pero en sentido inverso: de Roma a Washington. El remitente era Pío XII e iba dirigida al sucesor de Roosevelt, el Presidente Harry S. Truman.

Por las fechas que eran, supongo que por un momento esperaban leer una felicitación navideña con la correspondiente bendición papal, pero no. Resulta que al abrir la misiva no había “Christmas” alguno. Se trataba de una factura.

El Vaticano reclamaba a la administración norteamericana el pago de 1.523.810,98 dólares en concepto de reparaciones realizadas en las dependencias papales tras los daños que sufrieron durante los bombardeos de 1944.

La carta se derivó al Servicio de Reclamaciones del Ejército de los EEUU, quien no se lo tomó demasiado bien. Envió una comisión a Roma para hacer un informe detallado de los trabajos, del material empleado, la mano de obra contratada….

 El Vaticano argumentó que durante los bombardeos alguna obra de arte también fue dañada, pero no quedó acreditado.

Los miembros de la comisión no estaban dispuestos a pagar un dólar más de lo que pudiera justificarse. Algunos habían luchado en Italia y habían visto caer a sus compañeros donde ahora estaban realizando esta peculiar tasación.

Ni la inflación le perdonaron al Santo Padre. Calcularon los salarios y el material empleado en la reconstrucción en función de su precio a día del final de la guerra.

Se dictaminó que el precio justo de las reparaciones en las dependencias papales ascendía exactamente a la cantidad de 964.199,35 dólares, cantidad cuyo pago fue autorizado por la Cámara de Representantes de los EEUU. 

En su diario de sesiones del día 1 de junio de 1956 se recoge la autorización del pago de dicha cantidad, pero con una particularidad: aparece primero tachada la primera cifra reclamada (1.523.810,98) y a continuación la cifra que dictaminó la comisión del gobierno estadounidense (964.199,35).

El modo en que se redactó -y publicó- la orden autorizando el pago, en la que se deja constancia de que no se acepta la totalidad de lo reclamado (cantidad que aparece tachada) creo que lo dice todo.

Quedó claro que para la administración norteamericana, el Papa no era precisamente infalible.

Y siendo sincero, reconozco que estoy más de acuerdo con Truman que con Pío XII. Más de 400.000 soldados de EEUU murieron en la II Guerra Mundial. Que luego te pasen una factura –y encima hinchada- no debe hacer mucha gracia.

El 9 de octubre de 1958 un infarto de miocardio súbito en Castel Gandolfo acababa con la vida de Pío XII. Allí vivió, rezó y murió este Papa, uno de los más polémicos por sus relaciones políticas con ciertos regímenes antes y durante la contienda.

En fin, no seré yo quien juzgue su pontificado. No me corresponde a mí, y además no quisiera complicarme –más- mi Juicio Final. Eso sí, como casero, no ha habido otro igual.

 

 *Experto en Seguridad y Geoestrategia.