| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La Pobla de les fembres peccadrius: la mancebía de la ciudad de Valencia (y III)

La pragmática de Felipe IV en 1623 que determinó el fin oficial de las casas públicas no supuso la clausura del Bordell, si bien el gran burdel valenciano ya era cosa del pasado

| Carlos Mora Casado * Edición Valencia

Hemos visto anteriormente cómo la prostitución legal respondía a un consenso bastante amplio por parte de las autoridades civiles de instrumentalizarla para frenar la violencia y las transgresiones sexuales en un contexto de crecimiento urbano. En consecuencia, Europa conoció desde la segunda mitad del siglo XIII un período expansivo respecto al establecimiento de mancebías públicas, con variaciones de ritmo según las regiones.

 

Para el caso valenciano, el siglo XVI fue la época dorada de su famosa Pobla de les fembres peccadrius, pero también constituirá el punto de inflexión que condujo, tras una larga decadencia, a su definitiva clausura. No fue un hecho aislado. Desde el segundo tercio del siglo asistimos a un proceso de contracción y a una sucesión de cierres de lupanares, una política especialmente intensa en la Europa reformada. La moral calvinista suprimió los burdeles de Ginebra en 1535 y la campaña luterana contra las mancebías públicas logró lo mismo en numerosas ciudades alemanas. Los prostíbulos oficiales de Viena y Londres se cerraron en la década de 1540.

 

En la península ibérica el proceso fue más dilatado en el tiempo. Sin embargo, también se evidencia por esas mismas fechas una actitud cada vez más intransigente hacia la prostitución. Por ejemplo, con un endurecimiento de las penas en las cuales incurrían las meretrices que incumplían las ordenanzas municipales o las medidas que incentivaban el abandono del mercadeo de sus cuerpos. No puede obviarse tampoco el cambio doctrinal de los decretos tridentinos: la santificación del matrimonio y del celibato y la renovada represión contra los pecados lujuriosos. Se identifica cada vez más un nexo entre herejía y libertinaje sexual.

 

En esta línea, los teólogos del mal menor de la prostitución comenzaron a ser abiertamente refutados entre finales del siglo XVI y principios del XVII, con obras como las de Juan de Mariana o las campañas jesuíticas tendentes a la represión y supresión de las mancebías.

En el caso valenciano, las medidas de control sobre la actividad de los hostalers incrementaron su frecuencia y rigurosidad. Especialmente adversas para sus intereses fueron las disposiciones municipales dictadas en 1552 y 1562 contra diferentes actuaciones abusivas. A partir de entonces, no podrían prestar ni fiar dinero, joyas o ropa a las prostitutas. Las habitaciones y camas que alquilasen tendrían que reunir unas condiciones mínimas y no podrían exigir más de un real diario por ellas. El objetivo era impedir que las mujeres contrajesen con ellos deudas desorbitadas y se vieran forzadas a seguir prostituyéndose para pagarlas, aunque se hubieran arrepentido de su conducta.

 

Más adelante, en 1598 el Consell municipal limitó a seis años el tiempo máximo que una persona podría regentar un hostal en el interior del Bordell y también prohibió que se practicase en su interior juego alguno, aunque fuese lícito, para evitar riñas o males mayores. Todas estas medidas estrechaban la autonomía de los hostalers en la gestión de sus negocios, lo que implicó un progresivo desinterés y despoblamiento de la mancebía valenciana.

 

La pragmática de Felipe IV en 1623 que determinó el fin oficial de las casas públicas no supuso la clausura del Bordell ni a corto ni a medio plazo, si bien el gran burdel valenciano era ya cosa del pasado. En aquellos tiempos menos de dos docenas de mujeres ejercían legalmente la prostitución. El deterioro de la zona era evidente; desde hacía años no se renovaban los edificios y las malas hierbas habían invadido los antaño adornados jardines.

 

Un episodio decisivo en esta historia fue el brote pestífero que asoló la ciudad de Valencia entre los años 1647 y 1648. El Bordell, por sus particulares características, fue designado como un lugar idóneo para recoger y aislar al enorme número de enfermos que constituían un potencial peligro para la salud pública. Todas las prostitutas fueron desalojadas y aunque tras el fin de la peste la mancebía reanudó su actividad, lo hizo a un nivel de actividad todavía inferior.

 

Esta decadencia halló correspondencia en la documentación. Desde mediados del XVII los viajeros lo describen ya no como un barrio, sino como una casa. Así lo hizo Des Essarts en 1660: «Hay aquí una casa que llaman Casa Santa; es el lugar destinado para los hombres y las mujeres que se quieren alegrar». Lejos quedaban ya los relatos como los del señor de Montigny.

 

No se conoce la fecha exacta del fin del Bordell. El cronista de la ciudad, Vicente Boix, indicó que se desmanteló en 1677 y que en dicha zona se levantó en 1681 el depósito de pólvora. A pesar de la falta de datos concretos, podemos determinar que a finales del XVII ya se había clausurado. En el plano de Valencia de Tomás Vicente Tosca, datado en 1704, la zona aparece llena de campos de cultivo y jardines. Terminaba así la prostitución legal de la ciudad de Valencia, pero no así dicha actividad, que a partir de entonces se desperdigó clandestinamente por las calles de la urbe.

 

*Doctor en Historia-UV. Dottore di ricerca-UniCa