| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Dime de qué presumes...

El independentismo catalán, en un afán de justificar lo injustificable, se han adentrado en una progresiva y peligrosa deriva hacia la deshumanización del contrario

Hace unos pocos días, tras recibir unas merecidas recriminaciones en relación a los lazos amarillos que la Junta Electoral Central obliga a retirar, el señor Quim Torra, con su mejor tono de inquisidor iluminado, salió al paso alegando una presunta defensa de la libertad de expresión, olvidando que la neutralidad política de los espacios públicos no está reñida con ella.

Como liberal que cuenta como libro de cabecera con Sobre la libertad, de John Stuart Mill, la tranquila afirmación de este muy poco honorable president de la Generalitat, me puso los pelos como escarpias. La libertad de expresión, casi más que la defensa del derecho de propiedad privada, es un derecho sacrosanto de las actuales democracias reales, y por muy buenos motivos, que existen en la actualidad.

Las palabras de Torra no suponen un mero desliz, ni un uso descuidado del lenguaje. Estoy convencido de que en su fuero interno se siente plenamente justificado para culpar a los demás de querer coartar su libertad de expresión. Lástima que esta libertad, en su restringido concepto personal, sea la de sus acólitos, y su expresión, únicamente la favorable a las premisas independentistas.

El independentismo catalán ha ido mucho más allá de limitarse a tergiversar y retorcer, hasta hacerlos irreconocibles, los cimientos y elementos básicos del Estado de Derecho. En un afán de justificar lo injustificable, se han adentrado en una progresiva y peligrosa deriva hacia la deshumanización del contrario: todo aquel que no está con nosotros es nuestro enemigo declarado y ni siquiera una persona, más bien un objeto al que se puede someter a todo tipo de atropellos.

Puede ser que no hayamos llegado todavía tan lejos en el proceso de negación de la condición humana como otros regímenes totalitarios del pasado, pero las bases, con una fuerte polarización social y una de las partes constantemente jaleada y protegida desde un gobierno que ha hecho verdadera dejación de funciones en lo relativo a la gestión de lo público, en detrimento de la meta última de la República Catalana, han sido sentadas.

El soberanismo catalán intenta vender la imagen de España como vergüenza mundial por su actuación en contra de la declaración unilateral de independencia. Sin embargo, salvo cuatro frikis y ultras variados, no es algo que se crea nadie. Estamos ante un circo, sí, pero los payasos no hacen gracia.

No se puede presumir de ser una nación moderna, democrática, plural y abierta, envidia y modelo de todas las demás, y dedicarse a romper la legalidad, olvidarse de la gestión de los asuntos que realmente afectan a sus ciudadanos y, lo que es peor, virtualmente negar dicha condición a los no independentistas, desprotegidos ante un Govern que da pleno cobertura, aunque de tapadillo por evitar la acción de la justicia, a grupos afines.

En un contexto así, no puede Torra erigirse en paladín de una libertad de expresión que, los hechos demuestran, no respeta en absoluto.

 

 *Abogado y politólogo.