| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La monastrell, una uva que recupera su fama del siglo XVIII

El vino, con probidad académica es tan antiguo mismamente como cuando de cazadores recolectores nos convertimos en sedentarios-agricultores, allá por el neolítico

A principios de este segundo milenio, del que ya llevamos trecho, me encargó la Diputación de Alicante investigar sobre la historia y desarrollo de los vinos de la zona. En el año 2005 vio la luz el libro “Los Vinos del Sol”, fruto de mis muchas lecturas y viajes, pero esencialmente tras conversaciones con agricultores, viticultores, bodegueros y embotelladores por toda la zona del Vinalopó y L’Alcoià, para desde el ramal viario que comunica El Pinós de la Comunidad Valenciana con los municipios murcianos de Yecla y Jumilla, bajar a Bullas, buena tierra de copas y copones, y después subir de nuevo hasta la albaceteña Almansa, pasando de tan batalladora ciudad a la provincia de Valencia para regresar a Alicante capital, en cuya hoy perdida huerta se criaron los famosos fondillones dieciochescos.

El vino, con probidad académica es tan antiguo mismamente como cuando de cazadores recolectores nos convertimos en sedentarios-agricultores, allá por el neolítico. Todo el proceso evolutivo del homo sapiens, seleccionando plantas y animales domesticados para su mantenimiento, fue, en el caso que nos ocupa, el resultado de la adaptabilidad de una originaria Vitis vinifera sylvestris, la cual, según condiciones climatológicas y el terreno roturado acabó, (prueba-error, igual a experiencia secular), desplegando el árbol de un ADN que en la actualidad supera las 20.000 varietales en los cinco continentes.

Entre tanta variedad de uva en esta parte del sureste español y desde inmemoriales tiempos fenicios, aunque los íberos ya conocían el vino, las vides que mejor se adaptaron al terreno seco y pedregoso con desigual pluviosidad, sequías, fuertes calores y una nueva forma de entender la viticultura fueron las que hoy conocemos como monastrell, garnacha tintorera (o Alicante Bouchet de más reciente clasificación), y más tarde por mor de griegos y romanos, en su orden de aprendizaje vitivinícola, la moscatel.

Los visigodos se cargaron la economía romana, incluida la agropecuaria, y los árabes tenían prohibido el alcohol, aunque se nutrían muy gustosamente de sus siervos cristianos a quienes permitían pequeñas parcelas de viñedos

Hablaremos de la Monastrell, por ser la más extendida y genuina del perímetro “suresteño” hispánico anteriormente citado, dejando para otra ocasión las muchas regiones enológicas, por supuesto españolas, pero y también europeas y americanas por donde se extendió esta uva que según los expertos necesita mucho sol en las hojas, la suficiente agua en las raíces, y atención al mildiu o cualquier otra plaga corrosiva que afecte al viñedo mediterráneo.

Bueno, sobradamente conocida es un sinonimia, más o menos acertada, con: Morastel, Morrastell ( Graciano en castellano), Morratel, Tintilla de España, Vermeta, o Mourvèdre (francés), y creo que me dejo alguna por los recovecos de la memoria, pero hablando de esta última acepción: Mourvèdre o Murviedro (actual Sagunto), se ha escrito, y no poco, que esa pudo ser su primera denominación varietal, considerando la exclusividad de tan importante puerto en tiempos de la Roma Antigua como gran receptor de mercancías entre el Imperio Cesáreo y su provincia de la Hispania Citerior, cuando había otros fondeaderos comerciales tan significativos y comparables al valenciano Murviedro; sin ir más lejos: Cartílago Nora o Cartago Nova (Cartagena) existente y muy mercantilista ya en tiempos de fenicios y sus herederos cartagineses, Portus Ilicitanus (Santa Pola), Hemeroscopion, Denia, y algunos de menor tráfico como Valencia o Mazarrón. Por lo tanto, atribuir la llegada de la monastrell al puerto saguntino, no deja de ser sino otra ocurrencia especulativa en su traslación como Mourvèdre.

Los visigodos se cargaron la economía romana, incluida la agropecuaria, y los árabes tenían prohibido el alcohol, aunque se nutrían muy gustosamente de sus siervos cristianos a quienes permitían pequeñas parcelas de viñedos, como siempre y también en religión: hecha la ley hecha la trampa y los versos a la luz amorosa de la luna con una jarra de vino. Así que no fue hasta el dominio de la Corona de Aragón por el norte, y de la de Castilla-León por el este y el sur litorales, cuando el vino vuelve a cobrar un relieve importante en la dieta más popular, acompañando al pan y al aceite.
No será hasta el siglo XVIII en el que el estudioso Joseph Antonio Valcárcel en su libro “Agricultura General” de 1775 certifique botánicamente y denomine a esta varietal Morrastell, pero a lo largo del siglo XIX, y en los tratados sobre distintas plantas y sus usos agrícolas ya aparece la denominación Monastrell que se ha mantenido hasta nuestros días.

Una uva hasta no hace mucho maltratada injustamente al clasificarla como apta para el coupage con vinos franceses y alemanes, dándole color y grado a otros más renombrados que habían perdido sus viñas durante la filoxera que asoló Europa, al respecto hay un documentado trabajo de Montserrat Planelles sobre la exportación a granel de caldos alicantinos a Francia tras la plaga; algo que se ha venido perpetuando, y conjuntamente con los vinos manchegos, hasta finales del milenio pasado para reforzar también a otras denominaciones españolas demasiadamente conocidas.

En la actualidad cinco municipios entre cuatro provincias, Jumilla, Yecla, Bullas, Alicante, Valencia y Almansa controlan y amparan la marca “Monastrell España” bajo la guarda y atención de sus seis Consejos Reguladores muy atentos a que no se desvirtúe ni tergiverse la calidad y procedencia de esta varietal que si bien hace 50 años pudo contribuir a embotellados de mediano o bajo precio, hoy en día y gracias a las nuevas generaciones de enólogos formación universitaria, de la monastrell sea como monovarietal, o con aportes de garnacha, syrah (shiraz) y merlot, y cualquier añadida que estime el responsable de la bodega.

Y dejo para el final el fondillón, ese vino único, que solo se puede elaborar con uvas monastrell, preferentemente cepa viaja y dándole una solera mínima de 10 años de crianza en barrica de roble, personalmente he tenido la suerte de catar y disfrutar alguno que me aseguraron centenario. Nada que ver con málagas, jereces y oportos porque a este carismático el alcohol (18°) se lo otorga el tiempo de guarda; y el paladar, la milenaria cultura mediterránea del reposo de monastrell bien conservado.