| 29 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El nuevo presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, lanza un beso tras el traspaso de poderes en el Palau de la Generalitat
El nuevo presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, lanza un beso tras el traspaso de poderes en el Palau de la Generalitat

Carlos Mazón, entronizado

Con el tiempo y en política todo suele ser más posible que probable.

De no ser por las “amistades peligrosas” en los clubes de regatas y los “amiguitos del alma” jaboneros del desmedido ego político y de las descamisadas conversaciones en las suites del hotel que Oscar Ritz fundara en Madrid a imagen de París y Londres, la carrera política de Carlos Mazón hubiera sido bien distinta en Valencia, pero llegó la Fiscalía y mandó parar. Los socialistas dispararon fuego graneado contra todo lo que se moviera en la cumbre del PPCV, fuesen culpables o inocentes, y, gracias al descrédito general, los de Ximo Puig ganaron las inmediatas elecciones del 2015.

Mazón cogió su petate para irse hacer guardia a Catral y después volver de sargento a Alicante. Su inteligente cabezonería de Sísifo redivivo le indicó que el camino era la Diputación Provincial y no el Ayuntamiento capitalino. Ya vendrían tiempos mejores, como así ha sido.

Antes, Alberto Fabra le pudo sacar del ostracismo político impuesto por un histriónico Paquito Camps y su contumaz animadversión contra todo lo que viniera de Eduardo Zaplana, el todavía joven ayo y mentor del insurgente triunvirato alicantino (Montesinos, Rovira, y Mazón), que acabaría asaltando Valencia con permiso de Pablo Casado, harto de “valencianos empapelados” y en un Madrid, donde ya dominaba el sanchismo absolutista exigiendo sumisión a todas las baronías autonómicas encabezadas por Patxi López y Miquel Iceta encargados de trapichear con los independentistas aparentemente domados, mientras el propio Sánchez convencía a su particular Salomé (Yolanda Díaz) para que le entregase la cabeza del predicador Pablo Iglesias.

Una cuestión de antiguos favores recibidos y de contrapoderes, restañó la amistad entre un Casado que no acababa de arrancar el viejo ómnibus de la derecha española, gripada por la inanición y las corrupciones, y un inquieto, pero decidido Mazón pegándole acelerones a su escaladora motocross para volver a subir la cuesta a la que acaba de llegar. La mujer del líder nacional pepero, ilicitana ella, tuvo mucho que ver con las más o menos secretas “Reuniones (mayormente cenas) del Sureste”, donde los alicantinos exponían su control desde la Diputación de una provincia diversa, pero reunificada por fin; mientras Valencia entonces era un gallinero revuelto contra los no menos “cacareantes” y contendientes entre sí, gallos y lluecas del cap i casal.

Con el tiempo y en política todo suele ser más posible que probable. Quizá por eso Macarena Montesinos la perenne diputada alicantina en las Cortes españolas y tercera pata de la mesa del triunvirato que ya ha pasado de junior a senior, avisa a Carlos Mazón (a quien desde  sus épocas de juventudes populares le ha dado de mamar praxis política) de que los poderes fácticos, los ilusionistas de la demoscopia y los señores de la guerra en las distintas autonomías no están contentos con Casado, por lo que las cuentas para un futurible Gobierno del PP se están descuadrando. Y que, además, todos estos/as auténticos mandamases en la sombra, ya han enviado embajadores, incluso acudido personalmente hasta Galicia para que Alberto Núñez Feijóo haga el camino de Santiago, pero a la inversa empezando por el foro madrileño y su reinona de oros y bastos, siguiendo con una Andalucía y Murcia taifas, para acabar con las Castillas de las sublevaciones y el Levante Feliz de la apatía.

El monje guerrero reza sus meditaciones frente al sepulcro del apóstol mientras su Guardia de Corps (Pons, Gamarra, Tellado, Bendodo, Navarro…) le van cambiando la casulla de las contemplaciones por la armadura del cuerpo a cuerpo frente al soberbio Pedro Sánchez. Es entonces cuando el simpático y donjuanesco Esteban González Pons, ya un tanto cansado de la Bruselas empapada, pide volver a su soleada patria, pero en labores estatales, y le apunta a Feijóo la conveniencia de Carlos Mazón para la Comunidad Valenciana como un Zaplana redivivo, que se llevó por delante a Lerma y a toda la izquierda, pero que, este Carlos, también tiene muy presente el no caer en los pozos de ambición y adulación donde sucumbieron Zaplana y Camps (no Fabra), muy capaces ellos de desafiar sin pestañeo al sanedrín de Génova 13.

Hoy, día de su entronización, mal empieza Mazón cuando un muy próximo traidor-soplón, filtra, a los medios adversos, metafóricos tropos de felatio al machista Vox, necesario para cuadrar el círculo valenciano. Licencia verbal propia de picarescas confidencias adolescentes en el patio de un colegio. Todos sabemos que el nuevo presidente de la Generalitat Valenciana no es Demóstenes y mucho menos Cicerón o Castelar, pero alguien le tendrá que enseñar a enjuagarse la palabra soez, cuando más, fuera del tálamo. Un “bocas” con “Incontinencia Suma” que dirían los Monty Python.

Y de la anécdota infeliz, vayamos a la Historia:

Quiere el “Nou” que los hijos estudien en la lengua deseada por los padres y no impuesta por los políticos. Busca una Sanidad donde pública y privada, actualmente antitéticas, no sean compartimentos estanco tribales insolidariamente despiadados, sino conjunción colaborativa en buena distribución funcional perfectamente estructurada. Una televisión valenciana al menos se vea mitad de lo que nos cuesta, sin los sectarismos de Compromís (Pompeu i Fabra dixit), y el control soviético podemita amañado tiempos y contenidos “botánicos”, a mayor gloria de Ximo Puig. Y, por supuesto, que la mitad del agua desembocando en Lisboa, pueda venir, como marca la ley europea, a Murcia y Alicante, y, al mismo tiempo, el Júcar bien redistribuido (Cortes de Pallás) alimente al sediento Vinalopó reconvirtiendo secanos en vergeles que nos den, gracias a la agricultura de primor, tantas divisas perdidas por la anterior inoperancia política.

Si Feijóo gana en Madrid para el resto de las Españas, derrotando al tándem Sánchez-Díaz, y a tan empecinada tergiversación mediática como La Sexta o Prisa, además de cambiar a toda la cúpula de la radiotelevisión pública, Mazón podrá cumplir su sueño de una noche de verano. Lo fácil será entronizarse en el sitial más alto, lo difícil es dejar de atender, siquiera un momento, la mesa de trabajo. Démosle los 100 días preceptivos a todo gobernante.