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Nueva amenaza a Zarzuela: Corinna y sus postales “íntimas y ardientes” del Emérito

Pilar Eyre lanza el aviso en su blog semanal en Lecturas y habla de centenares de documentos, cartas o fotos de los años en los que compartió vida sentimental con el entonces Rey de España

El Rey Juan Carlos y Corinna Larsen, en el círculo superior.Chance Europa Press

David Lozano
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A veces, la historia no se escribe con decretos ni discursos, sino con postales escritas a mano, anillos de platino y cartas que no llegan al archivo oficial. La crónica sentimental de Juan Carlos I y Corinna Larsen es el retrato de una pasión que se vivió a contratiempo, a espaldas del protocolo, pero con la intensidad de quien no distingue entre las obligaciones de la Corona y la pasión. Así lo relata la periodista Pilar Eyre, en un artículo en su blog semanal de la revista Lecturas, habla de nuevo del otro reinado del Emérito: el de la obsesión amorosa.

Según cuenta Eyre, junio de 2005 marcó un punto de no retorno. Fue entonces cuando, en la intimidad de una cena a la luz de las velas en la casita de La Angorilla, Juan Carlos —con voz enronquecida y los ojos de quien no negocia— le pidió a Corinna que se casara con él. Ella dudó, evocó a la Reina Sofía como freno inevitable, pero él, lejos de ceder, le prometió que lo conseguiría: “Será difícil, costará tiempo, pero no hay nada que anhele más que seas mi mujer”.

No era un gesto fugaz. Era el clímax de una historia que ya llevaba un año. Corinna describe un Juan Carlos desbordado: “Me llamaba veinte veces al día, me enviaba postales cursis, me llamaba mi ángel, mi vida, mi todo”. Según Eyre, la princesa —como él se refería a ella, nunca “amante”— atesora centenares de misivas, fotografías, promesas manuscritas, testamentos orales.

La relación se convirtió en una simbiosis: negocios, safaris, vida doméstica. Incluso el pequeño Alexander, hijo de Corinna, empezó a llamarlo papá. El Rey Juan Carlos se refería a él como su hijastro y prometía que “nunca le faltaría nada”. Hasta en su testamento —dice ella— iba a dejarle parte de su colección de elefantes de plata, iniciada por un regalo suyo de siete esculturas africanas. Él mismo, cuenta Corinna, presumía de ser “el mayor coleccionista del mundo”.

El amor era absoluto, casi ritual. En una ocasión, la llevó a Zarzuela mientras la reina estaba fuera. Pero Doña Sofía apareció por sorpresa. “Se presentó para pillarnos. Me señaló y me dijo en inglés: ‘Sé perfectamente quién eres’”. El escándalo no terminó con esa escena. Al contrario: siguió con una petición formal de mano al padre de Corinna, una cena romántica con un anillo de prometida, y noches en las que, según la empresaria, “nos amamos como nunca, fue uno de los días más felices de mi vida”.

Durante años, se movieron como una pareja más entre su círculo, mostrando el anillo, compartiendo cenas con matrimonios amigos. Él hablaba de divorciarse. Ella, de formalizarlo todo. Y luego llegó el final: un escándalo millonario, una cacería con elefantes, una caída pública y un exilio en Abu Dabi.

Pero antes de eso, hubo una historia —intensa, desesperada y a ratos profundamente humana— que nunca tuvo nota oficial ni foto institucional, pero que marcó los últimos años del que fue Rey de España.

Y que, como recuerda Pilar Eyre, sigue palpitando en las cajas donde Corinna guarda cartas, postales, promesas rotas… y un anillo que nunca se convirtió en alianza.

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