Rosquillas caseras de anís: el secreto de las abuelas que pasa de generación en generación
Las rosquillas tienen raíces antiguas que se remontan al Imperio romano (27 a. C. – 476 d. C.), cuando ya se elaboraban masas fritas endulzadas con miel, consideradas antecesoras de los roscos y rosquillas actuales.

Rosquillas caseras
Durante los siglos XVII al XIX, los conventos españoles fueron el corazón de la repostería artesanal, donde las monjas perfeccionaron las rosquillas con aromas de anís, limón y vino dulce. De aquellos obradores nacieron delicias como las rosquillas de Santa Clara y las del convento de San Antonio.
Historia de las rosquillas

Rosquillas
Pocas recetas representan tan bien la repostería tradicional española como las rosquillas. Su forma sencilla —una masa dulce con agujero— esconde siglos de evolución, desde las cocinas árabes y romanas hasta las verbenas madrileñas de San Isidro. En cada región adoptan un acento distinto, pero todas comparten el mismo espíritu casero: harina, huevo, azúcar, aceite y un toque de anís o limón que huele a fiesta y familia.
1. Raíces antiguas: Roma y Al-Ándalus

Simulacion Imperio romano
Según El Arriero Maragato, las primeras masas fritas con miel ya se elaboraban durante el Imperio romano (27 a. C. – 476 d. C.), una época en la que se popularizaron los postres de harina y miel en todo el Mediterráneo. Siglos más tarde, fueron los árabes quienes perfeccionaron la técnica al extender por la península recetas con harinas, aceites y especias. Esos dulces de sartén, antecesores de los actuales roscos fritos, acabaron derivando en las rosquillas que hoy conocemos.
2. El ingenio del agujero

Rosquillas caseras
El característico agujero de las rosquillas españolas no tiene un origen puntual documentado, sino que surgió como consecuencia natural del propio término “rosquilla”, derivado de rosca.
Ya en el siglo XIX, las rosquillas de San Isidro se representaban con esa forma circular, práctica para freír y reconocer a simple vista. El orificio, más que un invento, fue una solución funcional y simbólica: permitía una cocción uniforme y distinguía al dulce de otras masas fritas como los buñuelos.
3. Del convento a la feria

Convento de Santa Clara en Valladolid
Las monjas guardaron la receta durante siglos, especialmente entre los siglos XVII y XIX, cuando los conventos españoles se convirtieron en auténticos centros de repostería artesanal. En ellos se perfeccionaron las masas dulces aromatizadas con anís, limón o vino dulce, que después se popularizaron en los hogares y ferias locales.
Entre las más célebres figuran las rosquillas de Santa Clara, elaboradas por las clarisas en varios conventos de Castilla y León y Madrid, cubiertas con un merengue blanco característico; y las rosquillas del convento de San Antonio, en Sevilla, famosas por su textura ligera y su sutil aroma a anís.

Rosquillas de Santa Clara
Ambas versiones, nacidas en entornos religiosos, se convirtieron en símbolos de la repostería conventual española y dieron paso a las recetas familiares que aún perduran.
4. Las rosquillas de San Isidro

Rosquillas de San Isidro
El País – El Comidista explica que en el Madrid del siglo XIX las rosquillas se convirtieron en icono gracias a la vendedora popular conocida como “la Tía Javiera”. Nacieron así las variedades tontas, listas, de Santa Clara y francesas, vendidas cada mayo en la Pradera de San Isidro.
5. Roscos andaluces y otras variantes

Rosquillas caseras
En Andalucía, los roscos fritos mantienen el espíritu de las rosquillas pero con sello propio: se aromatizan con anís o canela y se fríen en aceite de oliva. Estos dulces, herederos de la tradición morisca, se preparan especialmente en Semana Santa.
Hoy, las rosquillas siguen siendo símbolo de la repostería popular española: un dulce humilde que ha sobrevivido siglos sin perder su encanto. Desde las ferias rurales hasta las pastelerías de ciudad, continúan recordando que la historia más sabrosa siempre empieza con una receta sencilla.
Rosquillas caseras de anís: el secreto de las abuelas para lograr ese sabor de antes

Rosquillas de anis caseras
Nada como el aroma de unas rosquillas recién hechas para llenar la casa de recuerdos. Estas rosquillas de anís, crujientes por fuera y esponjosas por dentro, son una receta tradicional que nunca pasa de moda. Perfectas para acompañar el café o disfrutar a media tarde.
Ingredientes (para unas 25 unidades)
- Harina de repostería: 550 g
- Huevos: 3
- Azúcar: 100 g (más 80 g extra para rebozar)
- Ralladura de limón: 1 cucharadita
- Levadura química: 1 sobre (16 g)
- Anís: 100 ml
- Aceite de girasol: 240 ml (la mitad para la masa y la otra mitad para freír)
Preparación paso a paso
1. Dispón la base de la masa

- Tamiza la harina con la levadura usando un colador grande. Este paso es clave para que las rosquillas salgan aireadas y suaves. Si no tienes harina de repostería, puedes usar harina común, aunque el resultado será algo menos esponjoso. Reserva.
2. Mezcla los ingredientes húmedos

Batir huevos
- En un bol grande, bate los huevos y añade 120 ml de aceite, la ralladura de limón, el anís y los 100 g de azúcar. Mezcla bien hasta que el conjunto quede uniforme y brillante.
3. Incorpora la harina poco a poco

- Añade la mezcla de harina y levadura en varias tandas. Mezcla con una espátula o las manos limpias hasta conseguir una masa suave y manejable que no se pegue al bol. Si ves que está demasiado húmeda, espolvorea un poco más de harina.
4. Deja reposar la masa

Reposo
- Tapa el recipiente con un paño limpio y deja reposar unos 15 minutos. Este descanso ayuda a que la levadura actúe y la masa se relaje, logrando rosquillas más tiernas.
5. Forma las rosquillas
- Haz bolitas del tamaño de una nuez grande (te saldrán entre 20 y 25). Colócalas sobre la encimera ligeramente enharinada y aplanarlas un poco. Para hacer el agujero central, puedes usar el tapón de una botella de refresco: presiona suavemente y retira el centro. Con los recortes que vayan quedando, forma nuevas rosquillas para aprovechar toda la masa.
6. Fríe hasta dorar

- Calienta abundante aceite de girasol en una sartén profunda o cazo a fuego medio. Cuando esté caliente (sin llegar a humear), fríe las rosquillas en tandas de 3 o 4 unidades. Dales la vuelta para que se doren por ambos lados. Sácalas con una espumadera y colócalas sobre papel de cocina para eliminar el exceso de grasa.
7. Reboza en azúcar

Azúcar
- Con las rosquillas aún templadas, pásalas por un plato con los 80 g de azúcar que habías reservado. El calor ayudará a que el azúcar se adhiera y forme esa capa dulce tan característica.
El 'toque final'

Rosquillas de anís
- Si te gusta el toque cítrico, puedes añadir una pizca de ralladura de naranja junto con la de limón. Y si prefieres un sabor más intenso, sustituye parte del anís por una cucharada de licor de anís dulce.
En conclusión, las rosquillas son mucho más que un dulce: son una historia viva de nuestra repostería. Desde las cocinas romanas hasta los conventos, pasando por las fiestas de San Isidro, este pequeño círculo de masa ha sobrevivido siglos sin perder su encanto.
Su secreto está en la sencillez: aromas familiares y ese gesto eterno de freírlas y pasarlas por azúcar. En cada bocado hay un eco del pasado y un recuerdo del hogar. Si te ha gustado el artículo compártelo en tus redes sociales y déjanos un comentario con tu opinión.