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Venezuela: con el corazón en vilo

Con el corazón en vilo por la seguridad de mis amigos allá, por el coraje y dignidad de los más perseguidos, con María Corina Machado -allá, siempre allá- y Edmundo González -¿de nuevo allá?- en la vanguardia del movimiento ciudadano

Decenas de personas durante una concentración frente al Congreso de los Diputados para reivindicar a Edmundo González presidente electo de Venezuela.

Decenas de personas durante una concentración frente al Congreso de los Diputados para reivindicar a Edmundo González presidente electo de Venezuela.

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Escribo en la víspera de este 10 de enero que marcará para siempre la historia de Venezuela. Y de las democracias formales en siglo XXI también. Pase lo que pase, lo que esté pasando mientras me leen, ya en la madrugada caraqueña.

Con el corazón en vilo por la seguridad de mis amigos allá que no son pocos, por la valentía de tantos como se lanzarán a las calles, por el coraje y dignidad de los más perseguidos, con María Corina Machado -allá, siempre allá- y Edmundo González -¿de nuevo allá?- en la vanguardia del movimiento ciudadano.

Con el corazón en vilo por la masacre que el dictador puede perpetrar como respuesta al legítimo anhelo popular, por la vergüenza del acoso policial y parapolicial a una madre anciana, por la ignominia de poner precio a la captura del oponente y por la gravedad de las amenazas del tirano a propios y extraños.

Es innecesario a estas alturas -casi medio año después- recordar cuanto ha ido aconteciendo desde aquel 28 de julio. El premio Sájarov de la UE y los recientes encuentros con los presidentes de Argentina, Uruguay y EEUU, los gestos y declaraciones en cada una de ellas hasta llegar a República Dominicana y depositar allí pruebas físicas fehacientes de la victoria electoral, son el último rastro a seguir en la trayectoria del reconocido -casi generalmente- como presidente electo, ese provecto diplomático que hoy representa la dignidad humana y la lucha por la democracia, digno futuro candidato al próximo Nobel de la Paz.

He leído que en Moncloa dudan de que la presencia de Edmundo González se produzca. Sabrán por qué, información no debe faltarles. Aunque tal vez, como el tal Koldo, del asunto no quieran hablar “ni muertos”. Ese blanqueo permanente del régimen de Maduro ejercido por el canalla de Rodríguez Zapatero, esa perversa equidistancia en evitar el reconocimiento de uno u otro, vale decir: del legítimo ganador y del impostor, puesta en evidencia por el voto en contra del PSOE en el parlamento europeo (cincuenta y ocho socialistas de otros países votaron a favor), provocan algo más que vergüenza ajena.

Ambos líderes opositores venezolanos, hoy a todas luces legítimos vencedores de la últimas elecciones, han reiterado sin éxito una “desambigüación” de la posición gubernamental y un liderazgo de España en su apoyo, que el ya habitual cinismo del ministro Albares, pretende estar de hecho ejerciendo de manera “prudente y alineada con Europa”. Quizás tampoco el ministro hablaría “ni muerto” de lo que haya podido estar negociando durante estos largos meses con ese antimodelo de buenas formas, transparencia, progreso, convivencia, libertad y democracia que encarna la llamada Revolución Bolivariana. Tan del agrado, por cierto, de sus socios de gobierno. Esa que ha armado conscientemente a un lumpemproletariado hambriento y ciego de ira para perpetrar un último crimen de lesa humanidad si fuera el caso -Dios no lo permita-, esclavos de la orden del poder ilegítimo del régimen.

Hago votos para que los poderosos de este mundo, tan atentos a sus propios objetivos, impidan que fueran así las cosas. No hay más posibilidad razonable que el reconocimiento de la derrota y la renuncia del dictador en favor de González, y aún esa ha sido puesta en riesgo con las últimas y muy graves acciones represivas.

Con el corazón en vilo despertaré mañana en la esperanza firme de que las noticias de mis hermanos venezolanos nos sean propicias. Por su merecido bien y por el bien de la humanidad en su conjunto.

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