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Comienza el engorde del chiringuito taurino

La violencia de la tauromaquia es impropia de una sociedad evolucionada.

Comienza el engorde del chiringuito taurino

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La mitad de la población española se posiciona abiertamente como abolicionista y el 75% no acepta que se subvencione (según las últimas encuestas, de EM-Analytics).

A estos datos, hay que sumar el descalabro que reflejan las estadísticas del Ministerio de Cultura: ni siquiera el 2% de la población asistió durante 2022 a un acto taurino, siendo más de una cuarta parte de las entradas a estos actos gratuitas.

Estos datos son indicativos del poco interés de la población en asistir a este tipo de eventos. Menos, si hay que pagar por ellos. Estas cifras, además, confirman una tendencia a la baja, que se sucede año tras año.

Es evidente, como no podía ser de otra forma en pleno siglo XXI, que la tauromaquia agoniza.

Y no ha desaparecido todavía por las ingentes cuantías de dinero público que se destinan a fomentar y mantener esta violenta y anacrónica actividad, basada en el maltrato animal. Porque la tauromaquia, de forma perversa, cínica y vergonzosa, busca continuamente justificarse, auto-equiparándose a la verdadera cultura.

La tauromaquia no existiría hoy en día de no ser porque quienes nos gobiernan, destinan a su promoción parte de nuestros impuestos.

Y esta es una cuestión bien conocida por el conseller torero, que consciente de ello, en los primeros presupuestos en que ha participado, los del año próximo, ha engordado con cientos de miles de euros públicos al chiringuito de la tortura taurina.

De hecho, 300.000 euros del erario público de la Generalitat Valenciana van a viajar de forma directa a Madrid, ciudad en que se encuentra domiciliada la Fundación Toro de Lidia. Concretamente para “la promoción y realización de actividades y festejos taurinos”.

Quienes se golpean el pecho y rasgan las vestiduras con la infrafinanciación de la Comunitat o el apoyo del anterior gobierno a entidades catalanistas, también envían nuestros impuestos, en forma de subvención directa, a entidades de otras autonomías.

Frente a estos 300.000 euros, que regalamos de nuestros impuestos a la Fundación Toro de Lidia, ese mismo programa, de “Promoción y Actividad Cultural y Escénica” de los presupuestos de la Generalitat para 2024, destina, por ejemplo, sólo 250.000 euros a repartir entre las cinco universidades públicas dependientes de la Generalitat Valenciana para la “formación de profesionales de la (verdadera) cultura”.

Ni siquiera se iguala la cantidad de dinero destinado a asegurar el futuro de nuestros/as jóvenes artistas al que va a recibir la fundación taurina.

Y por poner otro ejemplo del mismo programa, sólo el equivalente a la décima parte del importe de la subvención directa a la Fundación Toro de Lidia llegará a la Federación Valenciana Aulas Tercera Edad FEVATED, con aulas en seis ciudades repartidas por toda la Comunitat (Alcoi, Valencia, Castellón, Alicante, Denia y Elda) para, entre otras cuestiones, que nuestros mayores puedan romper la brecha digital que les ocasiona tantos perjuicios y puedan vivir de la forma más activa e independiente posible, después de todo lo que han aportado a nuestra sociedad.

A estos 300.000 euros, destinados por primera vez de forma directa por la Generalitat Valenciana a la tauromaquia, hay que añadir el millón cuatrocientos mil euros a que van a poder acceder quienes viven de maltratar toros, a través de otras subvenciones.

Y estoy hablando solamente de la Generalitat Valenciana. No se incluyen, por ejemplo, el más de un millón de euros que destina cada año a la plaza de toros la Diputación de Valencia, ni los cientos de miles de euros que destinan las otras dos diputaciones, los que aportan numerosos ayuntamientos y otros organismos nacionales, de forma directa e indirecta, a torturar toros. Todos, procedentes de nuestros impuestos. Cifras muchas veces camufladas en partidas diversas, carentes de toda transparencia.

En esto consiste el chiringuito de la tauromaquia. Y este es su aporte a la sociedad. Recaudar dinero público, para que unos pocos se lucren maltratando y torturando animales, en una actividad ampliamente repudiada en nuestra sociedad mientras, sin ir más lejos, las listas de espera en la sanidad pública valenciana suponen un suplicio de meses, que puede llegar a superar los dos años, desde la primera cita en atención primaria hasta que se ofrece solución a un problema de salud.

Quienes tanto criticaban los chiringuitos, ya están engordando los suyos. Si tras unos pocos meses de gobernar, ya está así el reparto de cartas, ¿cuánto de nuestros impuestos terminarán recibiendo los taurinos al cabo de cuatro años?

Vergonzosa forma de fomentar la “cultura” en la Comunitat.

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