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Maracanazo
Maracanazo

Tal día como hoy, 16 de julio, pero de 1950: Brasil lloró por el 'Maracanazo'

Se cumplen 70 años del episodio futbolístico más triste, junto al 7-1 de Alemania, que ha vivido el país.

| A.T.B. Deportes

Corría el 16 de julio de 1950 y un tal Pelé -9 años tenía por aquel entonces- estaba pegado frente al televisor junto a su padre. Brasil había llegado a la fase final del Mundial del que era anfitriona. Una Copa del Mundo diferente a la de hoy: Tras una fase de grupos, los primeros de cada uno pasaban a otro compuesto por 4 selecciones, en el que la líder se hacía con el galardón. España, por cierto, fue una de las finalistas, aunque quedó última

La canarinha había arrasado con sus rivales y hasta el último encuentro, frente a Uruguay, no se decidiría el título. Brasil, con un Maracaná a rebosar -199.854 espectadores, récord absoluto-, buscaba su primera estrella.

Los brasileños tenían todo de cara para conseguirla, pero una Uruguay peleona y empeñada en ir en contra de las probabilidades, de las adversidades, puso a la canarinha en su sitio y venció 2-1 con un gol de Ghiggia en el minuto 79. En esto de la pasión y la entrega, los uruguayos son los mejores. Por algo un país de tres millones y medio de habitantes tiene dos Mundiales y quince Copas América

El tanto de Ghiggia dejó calladas y llorando a casi 200.000 almas en el estadio y a millones en toda la nación. A 251 kilómetros de Río de Janeiro, en Três Corações, el padre de Pelé inundaba de lágrimas la sala de estar de su casa. En ese momento, O Rei -recordemos, 9 años- se vistió de hombre y le hizo una promesa: ganaría el Mundial para él, para consolarle. Eriza la piel porque el brasileño tardó solo 8 años en cumplirla. 

Pocas selecciones han sufrido humillaciones tan graves como Brasil. A pesar de su condición de pentacampeón, los brasileños jamás podrán olvidar ese 16 de julio de 1950, como tampoco podrán borrar de su memoria el 8 de julio de 2014, cuando Alemania le endosó un 7-1 en las semifinales del torneo. Las imágenes de hombres, mujeres y niños llorando desconsoladamente en el Estadio Mineirâo cada vez que Julio César recogía el balón de su portería  son todavía perfectamente visibles en nuestro recuerdo.