| 05 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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La pataleta

Barça y Real Madrid están emperrados en una Superliga que no quiere disputar nadie y quieren paralizar un acuerdo que le daría un impulso monetario extraordinario a todos los clubes.

| Miguel Queipo Deportes

Esta semana arranca LaLiga y, sinceramente, no se ve al pueblo ansioso esperando una nueva edición del campeonato.

Entre masas salariales, obstáculos económicos y estructurales, obras y techos retráctiles y cuentas de resultados más trampeadas que el carné de piloto de Mazepin, el aficionado de a pie, el mismo que mientras lee esto está tomándose un tinto de verano en un chiringuito de la Costa esperando el arroz que le sirven a las 14:45 para comer (no se nota que aún no me he ido de vacaciones, ¿verdad?), los dos grandes clubes españoles se lo han puesto tan difícil que han preferido darle al botón reset y a los del balón, que les vayan dando. Al menos hasta que éste comience a rodar.

Aquellos veranos en que el hincha ojeaba la información deportiva a diario para saber los movimientos en sus clubes ha pasado a mejor vida. Por no haber, no hay ya casi ni amistosos veraniegos, incluso el Real Madrid se ha inventado partidos de fútbol a puerta cerrada, no vaya a ser que alguien se haga aficionado en verano y pille a los de las oficinas con los manguitos en la piscina.

Así que los paganinis de la fiesta, los fans (no confundir con los Flanes, los oficialistas de cada equipo en sus respectivas Gradas de Animación), ya no solo tienen que ver cómo les ponen unos precios de entradas imposibles, cómo les impiden ir a los entrenamientos, cómo tienen que cepillarse un 10% de su sueldo mileurista en pagar el abono televisivo, sino que encima les han robado la ilusión del verano, ganar la Champions de los fichajes y llegar a comienzo de temporada pensando que este año va a ser el bueno.

Porque esto es la casa del terror: hay más miedo que ilusión. En Barcelona, porque la ineptitud de sus dirigentes desde tiempos inmemoriales ha llevado a esa entidad a la ruina. En Madrid, porque la obcecación de un señor (aclamado por su séquito de corifeos) por convertirse en Santiago Bernabéu tiene paralizada a la entidad desde hace tres años.

Y encima los dos máximos dirigentes de estos dos clubes están emperrados en una Superliga que no quiere disputar nadie, de la que han huido los inversores y, como el niño al que le da una pataleta y se marcha con la pelota del parque porque no es el mejor jugando, quieren paralizar un acuerdo que le daría un impulso monetario extraordinario a todos los clubes de LaLiga para que la competición, otra vez, recupere pujanza internacional. Todos, no solo dos. En el campo y en el chiringuito. Lo de ahora no da ni para discutir con un cuñado.