| 06 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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La Reina de Inglaterra, Isabel II
La Reina de Inglaterra, Isabel II

El valor de la Monarquía

La muerte de Isabel II pone de relieve el valor moderador de la Monarquía, cuyo papel ponen en duda demasiados partidos y dirigentes en España.

| ESdiario Editorial

 

La muerte de Isabel II pone fin a uno de los reinados más longevos y relevantes de la era moderna: setenta años ha portado la Corona británica una mujer única, que llegó al trono sin esperarlo y lo ha cuidado y mejorado durante décadas de sensato ejercicio de sus responsabilidades en un mundo que no ha dejado de cambiar.

Lilibeth, como la llamaban en casa y la seguían llamando sus más allegados, entre ellos el Rey Emérito de España, nació con un Imperio vigente y ha fallecido sin él, viendo cómo el Reino Unido se marchaba de la Unión Europea, mantiene a duras penas un papel relevante en la otrora poderosa Commonwealth (la "Mancomunidad" Británica de Naciones) y tiene un papel difuso en la escena internacional, muy lejos de su espléndido pasado.

 

En todos esos escenarios, y en otros de guerra, crisis o escándalo, Isabel II fue una referencia tranquila, necesaria para los Gobiernos y sus presidentes desde Churchill hasta Johnson, y válida para sus ciudadanos: más allá de los efectos prácticos de su reinado, su mera presencia constituía un ejemplo de estabilidad, identidad y cohesión que todas las naciones necesitan, especialmente en tiempos de penurias.

Y esa enseñanza es válida para cualquier institución monárquica, incluida la española, sometida a una constante presión política que debilita a España y le añade un problema artificial a los ya existentes, de enorme gravedad: la Corona es útil, cuando cumple su función, como sin duda lo hace en nuestro caso Felipe VI.

También para España

Pocas referencias son capaces de sortear las polémicas cotidianas, las divisiones ideológicas, los intereses de parte; para ponerse al servicio de una idea común y de una proyección global, amén de para ser una cierta ancla colectiva cuando arrecian las tempestades y las sociedades necesitan símbolos compartidos.

Eso ha sido Isabel II y eso es, sin duda, la Monarquía española. Ambos recuerdan a sus ciudadanos de dónde vienen y ayudan, sin entrometerse en los asuntos cotidianos de una democracia, a saber dónde podemos ir. Son una compañía, efímera en los personal pero estable en lo institucional, que solo sobra a los muy sectarios.