| 28 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en una imagen de la pasada legislatura.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en una imagen de la pasada legislatura.
Exclusiva

El PSOE teme la infiltración de Podemos tras un pacto de Sánchez e Iglesias

La extraña recogida de firmas, la presencia en Ferraz y pactos a escondidas están obligando a la Gestora a chequear las listas de afiliados para depurar los nuevos "militantes" sospechosos.

| Antonio R. Naranjo España

Era un secreto a voces, contado sin embargo por muy pocos, hasta que Pedro Sánchez lo confesó en su ínclita entrevista con Jordi Évole: sí, “por supuesto” dijo, había que conversar con los partidos independentistas para lograr su “Gobierno del cambio”, un intento a la desesperada que está detrás de la intervención de los cascos azueles de la Gestora movilizados por Susana Díaz y respaldados por Javier Fernández, Guillermo Fernández Vara y más de la mitad del partido.

La clave para ese aterrizaje en La Moncloa, suicida para tantos por la heterogeneidad de los ‘socios’, las aspiraciones rupturistas de ERC y la vieja CiU y la mera aritmética (Sánchez hubiera gobernado con menos diputados que sus aliados juntos), residía en las concesiones que se hubieran dado a la desesperada (mucho poder a Podemos; tal vez reformas constitucionales a los secesionistas) y en la búsqueda de un apoyo de la militancia a la que Sánchez empezó a apelar para saltarse la oposición de los órganos de dirección del PSOE y de todos sus rivales internos.

ESdiario ha podido confirmar, por más de tres fuentes distintas y una decena de conversaciones con dirigentes de distintos partidos conocedores de la vida interna del PSOE y de la información que conocieron al detalle los principales líderes políticos del país; el conjunto de la Operación Sánchez que explica el bloqueo del país; la salida del exsecretario general, la ruptura en su partido, la intentona de Gobierno del dimisionario líder e, incluso, la supuesta gira emprendida por él por media España

Con respecto a la formación de ese “Gobierno del cambio”, imposible por la negativa de Podemos y Ciudadanos a participar en él conjuntamente, no hay duda al respecto: Pedro Sánchez, Francesc Homs, Alberto Garzón y distintos dirigentes de Podemos o del PNV ya han dicho públicamente que, en efecto, las conversaciones se había producido y, pese a no querer más detalles o negarlo como en el caso de Joan Tardá, en realidad estaban casi cerradas.

“Claro que hay que conversar”, decía Sánchez en Salvados. “Se lo han cargado por esas conversaciones con los nacionalistas”, remataban ya sin ambages aunque con escasa atención mediática los portavoces de la antigua CiU y de Izquierda Unida.

“Estaba hecho, y Sánchez hubiera presentado ese acuerdo en la semana posterior al famoso Comité Federal si allí no le hubieran obligado a dimitir con la disolución previa de la Ejecutiva Federal”, apuntas tres fuentes distintas a este periódico.

El acuerdo público iba a ser entre el PSOE y Podemos, y sería el partido de Iglesias quien asumiría la atracción del resto de formaciones imprescindibles para alcanzar los 176 diputados, con ayudas territoriales en la misión como las de Miquel Iceta: ERC, Convergencia y PNV o en su defecto la suma de Bildu y Coalición Canaria.

Al parecer, la estrategia de Sánchez consistía en no pactar en público pero a la vez aceptar su apoyo en la investidura, asegurando luego que no lo podía evitar y que había cumplido con su Comité Federal al no pactar nada con ellos. En apariencia. Porque la hoja de ruta posterior, a los meses de conformación del Gobierno con Podemos, devolvería el favor a un alto precio institucional: se habla de hasta dos reformas (unas sobre las consultas o referendos; otra sobre el modelo de Estado) y en todo caso de una política de comprensión al secesionismo para buscar como fuera cambios legislativos que se acercaran a sus anhelos.

El silencio público sobre los detalles de la alianza es casi sepulcral, aunque no lo es sobre el espíritu del pacto con populistas y soberanistas y desde el propio entorno de Sánchez se reconoce ya sin medias tintas, aunque se insiste en que el precio a pagar no iba a consistir en la ruptura del orden constitucional sino en una reforma aceptable para todos.

Es el llamado entrismo, una fórmula utilizada en la IV Internacional por seguidores de Trotsky consistente en apuntarse en masa a los grandes partidos para cambiarles el alma y ponerlos al servicio de su revolución

Esa posibilidad, que provocaba pánico en el Estado y en media Europa y llegó a los oídos de Mariano Rajoy, Felipe González, Soraya Sáenz de Santamaría y José Bono entre otros; explica no sólo la intensa reacción de Díaz o Susana; sino la salida a escena de Felipe y del diario El País, que de algún modo rememoró en su páginas el espíritu del 23F y su célebre portada de entonces: “El País con la Constitución”, que volvía a estar en juego.

Calmadas las aguas, la insistencia inicial de Sánchez en permanecer en el Congreso pese a haber sido depuesto en el PSOE, un caso único en toda Europa donde se dimite siempre por hecatombes electorales o por haber perdido el liderazgo del partido, revela la segunda línea de actuación, paralela a los pactos, que había emprendido y aún hoy mantiene.

Seducir a los militantes sin contarles nada

Se trataba, y se trata, de derribar a sus rivales internos presentándolos como un mero aparato entregado al PP; al objeto de estimular a la militancia y sustituir las resistencias orgánicas con una participación directa de los afiliados: se deseo inicial de celebrar un Congreso y Primarias cuando España no tenía ni Gobierno iba en esa dirección; y una vez dimitido, su gira por las Agrupaciones, la recogida de firmas y la apelación a la base constituyen los pilares de su anhelo de retorno.

Pero aquí hay otra clave que mantiene expectante a la Gestora y movilizados sus mecanismos de supervisión interna: la posibilidad de que, de unos meses para acá, Sánchez e Iglesias hubieran pactado también un apoyo de militantes de Podemos a la estrategia del exsecretario general, afiliándose al partido para, llegado el caso, votar a favor de su hoja de ruta.

Es el llamado entrismo, una fórmula utilizada en la IV Internacional por seguidores de Trotsky consistente en apuntarse en masa a los grandes partidos para cambiarles el alma y ponerlos al servicio de su revolución.

Sobre esto, de lo que hay poca huella pública, nulas declaraciones y en todo caso desmentidos; varios datos apuntan en que la intención existió: el chequeo de las listas que la Gestora está haciendo en este momento consagra la verosimilitud que se le ha dado a la operación, que tiene otros hitos llamativos.

La folclórica recogida de firmas del alcalde de Jun, que dijo haber acumulado 90.000 y confesó tal vez sin querer que el censo había crecido en muy poco tiempo, es la más llamativa, pero no la única: ahora quizá se entienda mejor la presencia de muchos militantes de Podemos en la calle Ferraz aquel no tan lejano día de octubre que vivió la caída de Sánchez y un sinfín de enfrentamientos e insultos callejeros.

Fuentes del PSOE atestiguan la podemización de Sánchez, reconocida en público por el propio Javier Fernández nada más tomar posesión de su cargo en la Gestora, y asumen que el plan de Sánchez efectivamente consistía en pactar con populistas y secesionistas y que, al no lograrlo, insiste ahora en ponerse al frente de una militancia a la que jamás contó sus planes.

Cada día que pasa las opciones de Sánchez, ahora en Washington tras haber anunciado que iba a dedicar estos días a visitar las agrupaciones, son menores. Pero los temores del ‘nuevo’ PSOE no se disipan y tienen su antídoto: oponerse a Podemos y los secesionistas con virulencia política; enfrentarse al PP en el Parlamento con dureza pero sin perder las formas institucionales y demorar lo que haga falta el Congreso hasta que Sánchez sea sólo un mal recuerdo.

“Sólo se celebrará cuando no tenga ninguna opción de ganar”, resume un dirigente socialista. “Sea en primavera o, quizá mejor, el próximo otoño”, remata.