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Verónica Forqué
Verónica Forqué

Verónica Forqué, otra víctima de la maldición del cómico

La actriz de sonrisa perenne y mirada triste fue la reina de la comedia en la década de los años 80 y 90. Se metía en un personaje, lo hacía suyo con cierto allure y una cadencia irrepetible

| Milagros Martín-Lunas Medios

 

 

Pelirroja recortada, de voz cantarina y físico peculiar, la muerte de Verónica Forqué oscurece un lunes de diciembre preñado de alegría navideña. La forma que ha elegido para decir adiós recuerda que no es posible la felicidad sin la tristeza, que no se puede disfrutar del sol sin conocer la oscuridad, que de verdad existe el lado oscuro de la comedia, ese que los especialistas llaman el síndrome del payaso triste. Ya lo afirmaba Sigmund Freud: "los humoristas cuentan chistes como remedio para aliviar la ansiedad".

El óxido del tiempo es tan cruel que para cierta generación de este país el nombre de Verónica Forqué permanecerá en su memoria como la concursante de Masterchef Celebrity lunática y obsesionada con la basura. Maldita la gracia. A pesar de liarla parda, en su última aparición televisiva dejó claro que todavía era aquel ser libre, imposible de enjaular, que triunfó en el cine de la década de los 80 y 90. Ingenua en el tono, insolente en el verbo. Deslenguada hasta la impertinencia, capaz de decir a la cara cualquier cosa que le brotara del alma. Frágil y vital por partida doble, Verónica Forqué abandonó el concurso porque "se le agotaban las pilas". No podía más.

 

Después de consagrar 50 años a la interpretación, no pudo más. El caso es que Verónica Forqué fue mucho más que la disruptiva del talent. Entre otras cosas fue la reina de la comedia, la sonrisa y el color en una época gris en la que en este país germinaban la democracia, la libertad y la tolerancia. Nominada cinco veces a los Goya, cuatro veces se llevó el cabezón a casa, dos de ellas en una misma edición. En su palmarés pululan, además de los Goya y entre otros galardones, tres Fotogramas de Plata, dos Biznagas malagueñas, una Espiga vallisoletana, un Feroz de Honor y un premio de la Asociación de Cronistas de Espectáculos de Nueva York. Suficiente como para eclipsar a su última participación televisiva.

La carrera artística de Verónica Forqué

Verónica Forqué llevaba la farándula en el ADN. Creció entre cajas y platós. Nieta del músico y compositor José Vázquez Vigo, hija del director y productor José María Forqué y de la escritora Carmen Vázquez-Vigo. Con todos estos mimbres, la joven Verónica no podía ser otra cosa que actriz. Alternó sus estudios de Psicología con los de Arte Dramático. Aunque debutó en el cine con 16 años en un pequeño papel de Mi querida señorita de Jaime de Armiñán, fue su padre el que le abrió las puertas de la industria, por eso en aquella época siempre sintió que la miraban como la hija de… "Durante un tiempo estuve muy señalada. Les jorobaba que contaran conmigo. Yo era la hija de un gran productor. La verdad es que hoy lo entiendo perfectamente", confesó en más de una entrevista.

A finales de la década de los años 70, Verónica alternó la labor en el nido familiar con trabajos con Antonio Mercero (La guerra de papá, 1977), José Luis García Sánchez (Las truchas, 1977) y Carlos Saura (Los ojos vendados, 1978).  

Su carrera explotó el día que un joven disruptivo Pedro Almodóvar se fijó en ella y la escogió para interpretar a Cristal en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984). Su relación con el director manchego fue lo más parecido a un punto de inflexión en su vida. Con él repetiría dos veces más en Matador y en Kika, interpretación que le regaló su cuarto Goya.

 

Una vez tocada por la varita y convertida en parte de la troupe Almodóvar, la hija superó al padre. Jamás se volvió a hablar de supuestos favores de los mandamases de la industria. Verónica Forqué brillaba con luz propia. Actriz de sello único, decoró con su inocencia y sus despistes almodovarianos diálogos políticamente incorrectos, imposibles de reproducir en el siglo XXI. Se metía en un personaje, lo hacía suyo con cierto allure y una cadencia irrepetible.

Deslenguada como nadie, su innata inocencia y su insuperable vis cómica la llevaron a ser Infiel y no mirar con quien, a Bajarse al moro, a vivir la Vida alegre, a bailar Salsa Rosa y se preguntó ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Fue la reina de la comedia de los 80 y los 90, sobre todo la reina de las comedias de Manuel Iborra, su exmarido y padre de su única hija. En familia rodó, entre otras, Orquesta Club Virginia, El tiempo de la felicidad, Pepe Guindo, Clara y Elena y La dama boba (2006).

Gobernó también la televisión de las dos últimas décadas del siglo pasado. Se acomodó en ella con la misma claridad que lo hizo en la gran pantalla. Forqué participó en series como Ramón y Cajal (1982), El jardín de Venus (1983), Platos rotos (1988), Eva y Adán, agencia matrimonial (1990-1991) y Pepa y Pepe (1995). En esta última Verónica fagocitó a Pepa. Imposible discernir cuál de las dos era la real y cuál la imaginaria.

Verónica Forqué jamás ocultó sus problemas emocionales

Con el paso de las estaciones el cine se fue olvidando de ella. Aprovechaba cada entrevista para denunciar la injusticia y el condenado techo de hormigón que invisibiliza a las actrices de cierta edad. Frágil y ciclotímica como Shelley Duvall en El resplandor de Kubrick, a la que ella misma se encargó de doblar en español, jamás ocultó sus problemas emocionales.

La depresión estuvo presente en su vida desde la adolescencia. "La vida siempre me pareció insoportable, ya desde que era joven no quería vivir, me parecía que no me quería nadie".

La muerte de su padre, en 1995, fue un duro golpe, pero el primer envite depresivo lo sufrió en 2014, el año en el que falleció su hermano y cuando decidió poner fin a 34 años de convivencia. "Nos separamos porque era incapaz de vivir una realidad que no era verdad. Es horrible darte cuenta de que no sientes nada por tu pareja. Tuve una depresión muy grande, aunque salí fortalecida", confesó en una entrevista en el Deluxe. "Fue un subidón que me llamaran de La que se avecina", añadió. Era una época en la que parecía que las cámaras le daban la espalda.

El fantasma de la depresión revoloteó de continuamente por su alma. Tras una sonrisa perpetua, como los buenos cómicos, Verónica Forqué ocultaba una insoportable soledad. ¿Existirá de verdad eso que llaman la maldición del cómico?