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Carta a la niñera de Pablo e Irene

Teresa Arévalo asiste al Vicepresidente Segundo y la Ministra de Igualdad a cargo del erario público. Nada resume mejor el desenfreno de quienes más han mejorado mientras todo empeoraba.

Pablo Iglesias e Irene Montero

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Querida niñera:

Pablo Iglesias querría parecerse a quien cree que es, pero se parece demasiado a lo que el resto pensamos de él, en aplicación directa de la máxima de García Márquez en sus "Memorias de mis putas tristes".

Él se intenta ver, al menos hasta que cada mañana se mira al espejo o cada noche se queda en calzoncillos, como el chaval que de la nada logró imponerse al sistema, en nombre de la gente silenciada por los poderosos, para ser su voz indómita y resistente a la conjura que su rabiosa independencia de outsider provoca. Qué alipori escribirlo siquiera.

Pero sabe, en ese instante de soledad oscura del amanecer y el alba, en el baño de Galapagar con olor a violetas y polvos de talco, que es una pequeña farsa disfrazada en la tienda de saldos que ubica en Vallecas porque no sabe que ya cerró arrasada por la crisis.

Kichi y Teresa Rodríguez, que serán todo lo pintorescos que se quiera pero se aplican en primera persona lo que predican para el resto, son la némesis de Pablo y de Irene, a quienes ni sus más hiperventilados seguidores del Palmar de Troya con melenas que ya es el santuario de Galapagar, podrán defender de una evidencia empírica.

Desde que se estrenaron en el circo, ellos han mejorado sus vidas en una relación inversamente proporcional al deterioro de las del resto, con la excepción de Sánchez, Lastra y otros colegas de la "Generación Me lo Merezco", poblada de Echeniques e Icetas que han funcionarizado la profesión más efímera del mundo por el curioso procedimiento de generar problemas que no existen, soflamar los que existen y procurar que ni los ficticios ni los reales se solventen nunca no sea que haya que empezar a trabajar.

Ahí, querida niñera, aparece usted. Seguramente siempre sirvió para limpiar culitos, una tarea tan noble como incomprendida, pero solo empezó a limpiarlos cuando los marqueses pudieron cargarle el coste al erario público, esa piscina olímpica donde chapotean como gorrinos en la charca los que nunca la llenaron de agua.

Porque la cotización conjunta de Pablo, Irene, la nurse de Igualdad y buena parte de las Belarras que nos cuestan un huevo y la yema del otro con la excusa de proyectar España a diez años pese a no saber ni lo que hicieron ayer; es la misma que la de servidor como jugadora de voley playa femenino o la de Sánchez, subamos la apuesta, como escritor de tesis doctorales.

Hablen con el carnicero

Pasar de cajera a ministra o de profesorcete a tiempo parcial a Vicepresidente Segundo es tan estrambótico como operar del corazón tras hacer unas prácticas de carnicero, y la excusa de que cualquiera tiene derecho y capacidad para lograr esos puestos la desmonta la certeza de que, cuando ustedes lo logran, cierran el paso a todos los incompetentes para esas tareas salvo aquellos incompetentes que limpien el trasero de sus hijos o les laman el suyo.

A la cajera le ha ido peor. Y al carnicero también. Y aunque no sea del todo culpa de ustedes, sí es su responsabilidad. Un razonable ejemplo hubiera sido, al menos, mantener el tipo, cuidar las formas y posponer los lujos, conscientes de que la fiesta la pagaba el mismo personal que lleva dos años eligiendo si le da más miedo la crisis o el virus y cinco escuchándoles a todos ustedes, con el puñito en alto, que vivir como ahora viven era un atraco a los de abajo.

Han puesto a parir a gente que llegó con todo eso resuelto a la política, como De Guindos o De Quinto; pero han tardado medio minuto en cargarle todo eso y algo más al Presupuesto

Mientras ustedes hablan de si el "sí es sí" salvo que "sí sea no" pero teniendo en cuenta que el "no puede ser sí" y el "sí tal vez sea no" o se ponen a teorizar sobre la República cuando la gente ha perdido su pequeño reino personal; ahí fuera se amontonan las cifras de paro, de enfermos, de muertos, de cierres y de dramas.

Casi nadie tiene ya una expectativa que difiera mucho de la del padre novelado por Cormack MacCarthy en "La Carretera", sobrevivir las próximas horas y lograr unos brotes de algo comestible para que su hijo no se muera de hambre. Y los suyos, sin embargo, gozan del privilegio del doble sueldo oneroso; de la casa serrana que para otros hubiera sido epítome del urbanismo depredador; del chófer discreto en coche oficial con GPS por si se pierden en Vallecas; de guardería en el Ministerio y, ahora, de niñera pensionada por el Estado.

Ustedes han puesto a parir a gente que llegó con todo eso resuelto a la política, perdiendo dinero y repartiendo experiencia como De Guindos o De Quinto; pero han tardado medio minuto en cargarle todo eso y algo más al Presupuesto público a sabiendas de que nadie se les hubiera rifado ni para el puesto menos especializado en la empresa más laxa en la selección de personal: han trincado como pocos porque nadie les daría eso voluntariamente en cualquier función que midiera su salario por sus resultados y no por sus tediosas soflamas.

Teresa Arévalo, así se llama usted, estuvo hasta los 35 años sin acabar sus estudios y sin trabajar, pero logró desde entonces un puesto de diputada, otro de asesora ministerial de nivel 30 y uno más de canguro, que es el único para el que existen dudas de si está preparada: en el resto, no hay ninguna de que no.

Querida niñera, queridos papis, pues. Disfruten del viaje, que acabará algún día de manera brusca y oprobiosa, porque no hay farsa eterna ni pecado sin penitencia. Y pasarle al español vencido la factura de limpiarle el culo a tus hijos mientras le das lecciones de paternidad responsable, de sexo consentido, de identidad nacional o de lo que sea, es demasiado. Incluso para dos impostores que se creen Sartre y Beauvoir y no pasan de Bonnie and Clyde poligoneros.

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