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Pedro: ¿Hay alguien limpio en el sanchismo?

Pedro Sánchez, este pasado lunes en Barcelona.Europa Press

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El delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, ha sido imputado por un presunto delito de malversación de caudales públicos. En el foco: la contratación de una asesora de La Moncloa que trabajaba, en paralelo, para los negocios privados de Begoña Gómez, esposa del presidente. En ese momento, Martín era secretario de la Presidencia y lugarteniente de Félix Bolaños.

No es un caso más. Es otro ladrillo en el muro de escándalos judiciales que rodea al sanchismo. Porque esto ya no va de errores puntuales: va de una forma sistémica de ejercer el poder, con desprecio a la legalidad y sin el menor rubor. Martín es un activista con carné que utiliza los cargos institucionales como púlpito desde el que disparar contra Isabel Díaz Ayuso, la bestia negra y obsesión crónica de Pedro Sánchez.

¿Quién no tiene ya un pie en el juzgado en esta galaxia socialista? Koldo, Ábalos, Tito Berni, Begoña Gómez, el hermano del mandamás, el Fiscal General del Estado, ahora Francisco Martín… La justicia llama a la puerta del poder, y el poder responde con el mismo guion de siempre: silencio, victimismo y un par de tuits condescendientes. El manual del sanchismo: convertir la propaganda en escudo y las cortinas de humo en rutina.

Lo escandaloso no es solo la imputación del delegado, sino la normalización del abuso. Contratar a dedo, esquivar los controles, repartir favores como quien reparte confeti, arrasar los contrapoderes, confundir lo público con lo privado, convertir los intereses partidistas en razón de Estado. Así funciona La Moncloa de Sánchez: como una agencia de colocación para los leales, con cargo al contribuyente.

España no puede resignarse a que el fango, el dedazo y el sectarismo incompetente sean la norma. Este nuevo episodio judicial es solo la enésima prueba de que el “régimen” de Sánchez no necesita enemigos: él solo cava su propia fosa política. La pregunta ya no es cuántos más caerán. La pregunta es: ¿quién queda limpio? 

A. M. BEAUMONT

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