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España no sobrevivirá sin Koldo

Koldo García llega al Supremo

Koldo García llega al Supremo

Jaime Navarro
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No hay más que ver someramente las infinitas conversaciones del milhomens Mr. Koldo para advertir que ningún Estado digno de tal nombre podrá sobrevivir sin él. Apenas, pues, unas escasas semanas.

Ya que es tanta la versatilidad de este simpar chambelán, que, superando incluso a aquel inolvidable Rasputín, es fácil advertir que, sin el concurso de tan insuperable consigliere, difícilmente podrá brillar ningún César en la presente y tan compleja actualidad.

Porque sus detalladas y sabias directrices alcanzan hasta el más ínfimo detalle. Así, si nos falta el asesoramiento de don Koldo García, nuestras mujeres, infelizmente, no sabrán siquiera cómo presentarse dignamente en sociedad. Pues tal era su sabiduría en tan esencial cuestión, que ni todo un Balenciaga podrá nunca superarle en estas lides.

Y difícilmente ningún consumado ingeniero de obras civiles volverá a rubricar en nuestras Españas un camino, una carretera, autovía o una simple autopista digna de tal consideración, sin que maese Koldo —hoy vilmente atrapado en mil nefandos e improductivos empapelamientos— dé su visto bueno a tan magnífica obra pública que, de seguro, redundará en nuestro singular progreso en el simpar concierto de las naciones.

Pero aún más le echarán, sin duda, en falta las numerosas e imprescindibles administraciones autonómicas, que tan exitosa y tan económicamente conforman nuestra gloriosa nación, a la hora de efectuar sus naturales pedidos para atender sus múltiples y vitales necesidades de los más variados suministros médicos y sanitarios. Asunto principal en que, de nuevo, el señor Koldo descollaba con holgura por su infinita e insustituible sabiduría, diligencia y buen hacer.

Pues no hay más, incluso, que constatar el actual y sorprendente desconcierto en nuestras comunicaciones ferroviarias y aéreas para sopesar el grave perjuicio e infeliz desdoro que se causa al interés público y social con este tan imprudente ajusticiamiento, como preterición de tan imprescindible como principal persona.

He dicho.

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