| 05 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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Un simpatizante sostiene una foto de Albert Rivera.
Un simpatizante sostiene una foto de Albert Rivera.

La tensa trastienda de Albert Rivera en la carrera al 20-D

El líder de Ciudadanos ha construido un discurso efectista con la promesa del cambio, pero le han faltado reflejos para adelantarse a los acontecimientos.

| Ricardo Rodríguez Opinión

Ciudadanos se encuentra en un estado de ánimo, vigor y optimismo existencial que les hace creerse imparables. Las demostraciones de fuerza se suceden allá donde va Albert Rivera, que es recibido como un héroe por un público entregado, entusiasmado... Tanto, tanto, como para hacer caer –más a cercanos que al propio líder – en esa temeraria inercia triunfal. 

Rivera parece haber logrado romper, al menos entre los incondicionales, lo que George Lakoff denominaba el marco, que en su caso es el “sambenito” de fuerza bisagra. El candidato creyó hallar una piedra filosofal en el afamado libro del catedrático estadounidense No pienses en un elefante y su equipo comenzó a pensar en enormes elefantes, sin poder quitárselos de la cabeza. Según Lakoff, quien impone el marco tiene ganada la partida. Ciudadanos está en ello. Y ahí, a fuerza de no escuchar más que alabanzas en los últimos meses a su paso, han podido faltar reflejos para adelantarse a ciertos acontecimientos. 

La receta de Rivera era sencilla: Girar alrededor de un mensaje florido en positivo, de esos que tocan la veta emocional de los seguidores, el de la ilusión. Había superado la etapa de la esperanza para adentrarse en otra dimensión. Seguramente llegó a la conclusión de que el entusiasmo siempre resulta contagioso y que proclamar a los cuatro vientos el alborozo por la mera existencia de su proyecto pegaría un acelerón a la propia campaña. Ocurre, sin embargo, que toda carrera hacia las urnas es un campo minado. 

El cerco de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez a Albert Rivera obligaron de inmediato a adecuar la estrategia. El candidato emergente podía olfatear la amenaza que se cernía sobre él, pero nunca esperó convertirse tan pronto en el objetivo a batir. Aunque parezca lo contrario, Rivera es bastante transparente a la hora de reflejar su estado de ánimo, y un gesto de sorpresa, de perplejidad, estuvo presente en él. En poco más de veinticuatro horas, primeras páginas de diarios nacionales lo situaban en un totum revolutum anti-PP produciendo una convulsión entre su parroquia. 

“Leyendo algunas portadas, parecía que habíamos matado a Manolete”, aseveraba Rivera con traca mitinera. Quien quiera entender que entienda. Tanto el líder como su cúpula han tratado de sacudirse la granizada como una operación del sistema para cerrar el paso a un partido que molesta. Mal asunto. La dirección de Ciudadanos arde con rumores y temores de todo tipo, incluso ha tratado de anticiparse a nuevas granizadas. El envenenado “estigma” de la pasada afiliación de Albert Rivera al Partido Popular ya planea sobre su amueblada testa. 

“Nosotros subimos, el bipartidismo baja”, resumía la situación un dirigente naranja. Rivera, por ilusionante que sea su tarjeta de visita, sólo tiene ante sí un camino de espinas. Le espera un clima hostil. Y nada puede hacer nada por evitarlo. Sus rivales están dispuestos a acribillarle. Los partidos tradicionales serán “viejos”, pero no tontos. Van a lo suyo. Igual que él. Ni Pedro Sánchez, ni mucho menos Mariano Rajoy, van a ceder generosamente a Albert Rivera un espacio, por pequeño que sea, en el sitial de la gobernación de España.