| 29 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Las agresiones sexuales en Colonia intentaron ser ocultadas por las autoridades.
Las agresiones sexuales en Colonia intentaron ser ocultadas por las autoridades.

Agresiones sexuales en Colonia: Angela Merkel es la responsable

Lo sucedido en la ciudad alemana, ocultado hasta donde fue posible por las autoridades, da la razón a quienes pusieron en duda que la política de puertas abiertas fuera la mejor solución.

| Eduardo Arroyo Opinión

La ola de asaltos sexuales en Alemania –y en otros países- debería mover a muchos a reflexión y, sobre todo, a pensar quienes son los responsables. Dejemos a un lado la multitud de cabezas huecas que, esgrimiendo la cantinela fatua y estúpida del “racismo”, pretendían colar en Europa si fuera preciso a cuatro millones de desplazados sirios. Ya se sabe: “Europa vive en su comodidad mientras las vidas humanas corren peligro”, “¿hasta cuando vamos a mirar para otro lado?”, etc, etc.

Podría hacerse una aplicación de smartphone con la que generar este tipo de frases idiotas. Al parecer la existencia de caos en un lugar justifica la génesis de un nuevo caos en otro. Igualmente, presuponiendo la bondad universal de todos los que sufren o dicen sufrir se justifica el descontrol alegando categorías imprecisas como la “solidaridad” o el “humanismo”. No es de extrañar que el arzobispo Antonio Cañizares se preguntara si era “trigo limpio” todo lo que entraba en Europa con la etiqueta de “refugiado”. Escasamente unos meses después, ha quedado demostrado que el arzobispo tenía razón y sus feroces y fanatizados críticos no la tenían. Así de simple.

Pero, yendo al grano, el hecho es que ahora, en rueda de prensa, el portavoz del Ministerio del Interior alemán, Tobias Plate, ha indicado que la Policía federal ha identificado a 31 personas por su nombre que participaron en la ola de violencia sexual. De las 31 personas, 18 están en proceso para recibir asilo en Alemania. Para colmo, en palabras de un policía alemán sobre el terreno, “cuando les pedíamos la documentación, nos mostraban copias de su solicitud de asilo con sello de los centros de recepción de refugiados”. La policía no podía hacer mucho más: “Sencillamente pasaban demasiadas cosas al mismo tiempo y no podíamos atender a todo a la vez”.

Retomando el hilo de lo que preguntábamos más arriba, si efectivamente no todo lo que ha entrado es “trigo limpio” se suscitan algunas dudas incómodas –“incómodas” naturalmente para algunos, no para nosotros. Primero, ¿por qué se veía mal que los Estados erigieran vallas, incluso con ayuda del ejército, para saber quienes entraban y con qué intenciones en su territorio? ¿Por qué se criticaba abiertamente a los jefes de Estado que se negaban a una política de puertas abiertas?

Desde el punto de vista de una chica alemana agredida sexualmente, ¿quiénes eran más “solidarios”, los que aguardaban en la estación de Munich con regalos a los miles de “refugiados” que afluían sin control o los que advertían de lo suicida de tal política? Por último, ¿quiénes son los responsables de todo esto? O dicho de otro modo, ¿por qué ahora parece que no debe exigirse responsabilidades a nadie?

Se nos dirá que "no se puede criminalizar a todos los refugiados” pero sin duda este es un argumento circular al que puede responderse “¿Cómo lo sabe?”. Efectivamente, la ausencia de control en nombre de la “solidaridad” y otras vaguedades por el estilo –y que sin embargo suelen tener consecuencias muy precisas- ha llevado a que no se sepa quién ha entrado realmente en nuestros países. Por eso no es posible asegurar quién puede o no vivir entre nosotros por la simple razón de que no existe criterio al respecto.

Toda esta reflexión se resume en una cuestión muy sencilla: ¿Y ahora qué?

Es muy importante que los ciudadanos europeos empecemos a exigir responsabilidades no solo a nuestros políticos, si no a los que desde la arena pública auspician medidas que luego pagamos todos. Esto incluye a los “intelectuales” avezados de la progresía, apostados en columnas periodísticas, cadenas de televisión o departamentos universitarios.

También a los clérigos que manipulan el mensaje cristiano e intoxican a los fieles con la impostura de que el amor cristiano debe ser a todos por igual sin discriminación alguna y sin reparar en las consecuencias. De paso, esperemos que las macizas subnormales de Femen hagan uno de su numeritos en algún albergue de refugiados, a ser posible en el interior y ante los recluidos, con el mismo arrojo con el que profanaron las tumbas del cementerio de Paracuellos de Jarama en Madrid.

En el caso concreto de Alemania, son Angela Merkel y su gobierno los responsables del sufrimiento de cada una de las agredidas. Sobre ella, y su falsa visión de Estado, es sobre quién recae la principal responsabilidad de haber introducido en Alemania a un montón de personas cuyo único bagaje es una “solicitud de asilo” expedida por el propio gobierno alemán.

Debe quedar muy claro para la “nomenklatura” de la República Federal de Alemania, rehén donde los haya de la mitología demoliberal y de la dictadura mediática de la extrema izquierda, que lo que aquí se dirime no es una simple subida de impuestos o una determinada versión de la historia sobre la que ese gobierno justifica su propia existencia.

Lo que aquí se dirime va a empezar a plantear sus exigencias aquí y ahora en cosas tan sencillas como, por ejemplo, si la mujer debe o no ser respetada o si queremos vivir en un Estado cristiano europeo o en una república islámica árabe. Quién no lo vea así puede empezar por hacer la prueba y llevarse a su propio hogar a familias de refugiados a razón de dos por cada cien metros cuadrados. Como diría, por ejemplo, Greenpeace, tal disposición de espacio no se justifica habiendo tantos necesitados. Pasado un tiempo ya estará en condiciones de pontificar lecciones de moral a otros.

Visto lo anterior, al menos de momento, es necesario que a medidas políticas concretas ampliamente fracasadas se pidan así mismo responsabilidades muy precisas. Por eso Merkel, si tuviera un atisbo de decencia, debería irse.