| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Una huelga violenta marcó la Transición. Pero los obreros no eran abertzales ni el PNV ni Bildu pueden hoy ponerse medallas.
Una huelga violenta marcó la Transición. Pero los obreros no eran abertzales ni el PNV ni Bildu pueden hoy ponerse medallas.

Vitoria 1976: 5 muertos, 40 años de manipulación y mentiras

¿Crimen contra la humanidad? Los sucesos de Vitoria en 1976 aceleraron la democratización de España, y sobre todo marcaron algo su rumbo. Ahora algunos los manipulan a su gusto.

| Pascual Tamburri Opinión

Mentir está al alcance de casi cualquiera. Convertir una mentira evidente en una verdad oficial está al alcance sólo de quienes controlan las instituciones y la mayoría de los medios de comunicación. Lo cual, en el País Vasco, significa los nacionalistas. Y así se ha demostrado en la conmemoración de los 40 años de los sucesos de Vitoria de 1976.

El 3 de marzo de 1976, en Vitoria, murieron cinco personas por disparos de la Policía. Eso es un hecho, aunque simplificado en sí mismo. Ahora importa saber qué sucedió y qué no sucedió en Vitoria, porque la “memoria histórica” se ha convertido en un campo de batalla política e ideológica donde el buenismo no tiene cabida. Porque estamos ante un caso dramático de mentiras y de manipulación impunes, justo cuando los españoles o no vivieron o han olvidado lo que de verdad sucedió.

Ante todo, hechos

Una huelga. En enero de 1976 hubo en Álava una huelga, ilegal, de uno seis mil trabajadores industriales contra el decreto de topes salariales y en defensa de mejores condiciones de trabajo. En marzo, siempre con un sentido social de que las cosas iban mal, de que había una crisis que los trabajadores pagaban, los sindicatos ilegales convocaron tercera vez una huelga general en la industria vitoriana.

¿Razones para la huelga? Sin duda las había. Una industria alavesa que había sido creada desde cero durante el franquismo, cambiando la provincia foral de arriba a abajo. Paro, 3,74% (hoy, 24,5%, y sigo en sus datos al maestro Fernando Sánchez Dragó). Muchos presos, 8.440 en toda España (más de 80.000, hoy). Deuda pública, 9% del PIB (98% hoy). Déficit público, 0,4% (8,5%, hoy). Y así sucesivamente, en un país con una industria que suponía el 36% del PIB y hoy sólo el 12,8%. Habría razones, pero más las habría hoy, si se hubiese tratado de una huelga por razones laborales o sociales.

No era una huelga laboral, sino un uso político de la movilización de los trabajadores. Ni la Plataforma Democrática ni la Junta Democrática querían aceptar la modernización y democratización del franquismo por Carlos Arias Navarra bajo el recién iniciado reinado de Juan Carlos I. A muchos, dentro y fuera del régimen, interesaba dar la sensación de una España en crisis y tensión. Y por eso a muchos interesó exacerbar la tensión en Vitoria, aprovechando la torpeza en la gestión policial y dando la puntilla a cualquier reformismo; aunque eso implicase dolor y muertes de trabajadores, que creían luchar por algo diferente.

El 3 de marzo, encerrados parte de los trabajadores en asamblea de huelguistas en la iglesia de San Francisco de Asís en Vitoria, la Policía Armada recibió órdenes de disolver la asamblea y sacarlos de la iglesia. Se les dijo que por todos los medios. Usaron los gases para hacerlos salir. Algunos de los que salieron por la puerta frontal parecieron salir con violencia. Cumpliendo sus órdenes, y superados los límites, la Policía disparó. Hubo heridos de bala, tres de los cuales morirían después, y dos muertos en el acto. Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo y Bienvenido Pereda eran trabajadores, eran jóvenes y murieron desgraciadamente. De lo que se trata ahora es de que, a 40 años de aquello y a 39 de una amnistía que sustentó toda la Transición nadie se ponga las medallas ni lance las condenas que no se fundamenten en los hechos.

El inocente y el engreído que cargaron con la culpa

Las consecuencias políticas importaron más a los jóvenes políticos demócratas que la suerte de los obreros muertos. En la oposición, por una parte se multiplicaron las huelgas políticas y la movilización, y por otra se reforzaron las alianzas y pactos, con generoso apoyo exterior. Huelgas, manifestaciones y cargas policiales llenaron aquellas semanas y meses, usando Vitoria como bandera. A la vez, con violencia en las calles y un Gobierno perplejo y paralizado con un Rey que no lo quería, la Junta Democrática y la Plataforma se fusionaron el 26 de marzo en la Coordinación Democrática o Platajunta. Incluyendo a los comunistas. Su programa, en principio cintra cualquier reforma desde el franquismo, suponía amnistía, libertad sindical y democracia.

Fueron los enemigos del orden establecido, por tanto, los beneficiados por las muertes de Vitoria. ¿Y los culpables? Empecemos por los que sin serlo lo parecieron.

Uno puede pensar, como es normal, que la Policía respondía al Ministerio de Gobernación, hoy del Interior, y que por tanto el ministro sería el responsable de las muertes en último extremo. Ministro de la Gobernación era, por cierto, uno de los líderes de la democratización “desde dentro”, un tal Manuel Fraga Iribarne. Que de hecho vio sus planes truncados en gran medida por lo sucedido en Vitoria. Pero ese día Fraga estaba en Alemania y no podía de ninguna manera tomar decisiones de su ministerio…

A falta de Ministro uno puede pensar en el Presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro. En realidad, no intervino en los asuntos de Álava pero con su pésima comunicación –al menos en términos modernos- asumió responsabilidades que no eran suyas. Vitoria aceleró su fin político o al menos el fin de su democratización limitada, por otra parte algo bastante querido tanto por el honesto Juan Carlos de Borbón como por sus amigos ricos y poderosos dentro y fuera de España.

Los culpables impunes

A cambio, dos culpables directos del asunto, habitualmente olvidados y disculpados, aprovecharon los muertos y la crisis política para consolidar y acelerar sus azules carreras.

Ministro de Relaciones Sindicales y por tanto encargado de prever y solucionar crisis como la de Vitoria era Rodolfo Martín Villa. No se le atribuyó responsabilidad por los muertos del 3 de marzo, que aceleraron el fin del sistema que le había visto nacer y crearon la democracia que lo vio ascender aún más.

Ministro-secretario General del Movimiento era un joven falangista llamado Adolfo Suárez. Y el 3 de marzo, ausente de España el Ministro de Gobernación, él era "ministro de jornada", encargado de cubrir ausencias. Si hubo por tanto una orden política de nivel ministerial de la que puedan derivarse las muertes –lo que no parece- no sería de Fraga, sino del beato Suárez, guste o no guste.

Ambos fueron políticos sin convicciones, como la mayoría de los dirigentes en los últimos tiempos del franquismo, razón por la que les resultaba fácil pactar, cambiar, olvidar y rehacer el pasado.

Oh, la Iglesia, la Iglesia…

Los huelguistas habían sido convocados a una asamblea ilegal en la iglesia de San Francisco de Asís en Vitoria. El párroco los había invitado y acogido allí, y mientras que por un lado violaba las leyes del Estado por otro se quería servir del privilegio concedido por el Concordato entre Franco y Pío XII, que impedía la entrada de la Policía en inmuebles de la Iglesia.

Ante la petición policial de que terminase la Asamblea, el párroco se negó. "Aquí no está sucediendo nada excepcional, la gente está reunida tranquilamente". "No van a salir", concluyó. Sin embargo, nunca nadie ha señalado la responsabilidad de aquel párroco, de su Diócesis y del ambiente general de la Iglesia en la Transición. Cinco muertos, recordemos. ¿Y dejarán que la mentira impere y que la culpa recaiga sólo en el capitán Quintana? Muy poco caritativo…

Y la desmemoria histórica nacionalista entre ETA y PNV

En estos días de aniversario se ha hablado mucho de “restituir la dignidad de las víctimas del 3 de marzo”, de monumentos, de condenas, de memorias… pero desde un sector al menos con manifiesta mala fe y consciente falsedad. Más aún en la feroz condena en el Ayuntamiento de Vitoria, gobernado por los nueve concejales que suman EH Bildu, Podemos e Irabazi, a los que a ciertos efectos hay que añadir los cinco del PNV.

El PNV no tuvo nada que ver, ni en su sigla ni en su ideología nacionalista, en los sucesos de Vitoria. Los manifestantes hacían huelga convencidos de que tenían derecho a mejores condiciones laborales y de que así podrían obtenerlas; querían más sueldo, más vacaciones, más derechos. Masivamente ni hablaban vascuence ni eran, por ningún lado, nacionalistas. Ni el PNV los apoyaba, eso descontando la entonces notable flojera si no inexistencia del PNV alavés. No era una movilización abertzale, se mire como se mire; e incluso sus manipuladores políticos lo eran en términos de política española y de camino a la democracia, no de nacionalismo.

Y así fueron las cosas, las cuente luego como las cuente el PNV. No fue una policía franquista contra unos trabajadores abertzales, porque era la policía de Juan Carlos I de Borbón contra una huelga de contenido político no nacionalista. Y esa medalla sólo puede ponérsela el PNV evitado la verdad… y no preguntando qué opinaban entonces los no pocos empresarios y burgueses en sus filas.

¿Y la extrema izquierda separatista, ella sí asesina? La verdad es que ETA estaba muy baqueteada y en pleno proceso de reconstrucción, muy modesta. No hubo en Vitoria ni ETA ni ninguna presencia de ninguno de sus altavoces políticos. Nada. Cero. Excepto lo que, por supuesto, aportase parte del clero. Pero esa es otra historia que ya contaremos en mayo, cuando llegue el aniversario de otro ejemplo de clarividencia política, Montejurra.

Pascual Tamburri