| 27 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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¿Es malo el Estado Islámico?

En lo intelectual, hemos claudicado a reconocer los problemas generados por nuestra acción en el mundo. En lo moral, nuestros compatriotas han repudiado la fe de sus ancestros, el cristianis

| Eduardo Arroyo Opinión

Hace poco me remitieron la convocatoria de una manifestación Contra la guerra. De todo bando. Contra la violencia. De todo tipo. Los concurrentes son el ejemplo más paradigmático de como dirigirse directamente hacia  la guerra. Desde luego, su acción no contribuye a la paz, del mismo modo que, como ha sucedido a lo largo de la historia, no lo ha hecho ningún pacifismo.

El pacifismo ha conducido históricamente a la esclavitud y al pillaje. Ha incitado al enemigo a la peor de las guerras: la de sometimiento. Así, San Agustín de Hipona estaba seguro de la superioridad de la cultura romana sobre los bárbaros pero éstos eran más vitales, más dispuestos a afirmar indiscutiblemente su victoria. Por consiguiente, al final, lo bárbaros pasaron a cuchillo a toda Roma, sumida en la decadencia y ajena a las cosas de la guerra. Los manifestantes "contra la violencia de todo bando" son en realidad, aunque lo disfracen con un humanitarismo suicida, el verdadero rostro del miedo.

Todos los días en Siria, Iraq o incluso en el avión ruso abatido en Egipto, los terroristas se han cobrado muchas más vidas que los ciento treinta de París. Esto, desde el punto de vista moral, no reduce un ápice el alcance de la matanza. Pero sitúa las cosas en su perspectiva: el ejército regular sirio avanza expulsando a los terroristas de posición tras posición; Vladimir Putin no se ha dejado arredrar tampoco. Sin embargo, en Paris siete asesinos decididos copan el escenario y paralizan a Occidente entero hasta el punto de que surgen voces "contra la guerra".

Por desgracia, el "ataque a la Civilización Occidental", en palabras de Jeb Bush, atribuye a los terroristas del ISIS un poder que no tienen. Y es que en el caso actual, el Estado Islámico saca su fuerza de nuestra nauseabunda vaciedad interior, tanto intelectual como moral.

En lo intelectual, hemos claudicado a reconocer los problemas generados por nuestra acción en el mundo. Se pide ahora acoger a millones de refugiados sin pararnos a pensar que todo ese sufrimiento ha sido causado por nuestro proceder atolondrado. En lo moral, nuestros compatriotas han repudiado la fe de sus ancestros, el cristianismo. Se han disculpado por los pecados de sus padres y han pedido repararlos mediante el hedonismo, el materialismo y el "dolce far niente". Se niegan a tener hijos. Abren sin restricciones sus fronteras a los pueblos en otro tiempo colonizados, que vienen aquí exigiendo derechos que no merecen. Han rechazado el patriotismo y alaban las supuestas bondades de la "diversidad" y del globalismo.

¿Qué se espera entonces que pase? En términos históricos, las nuevas generaciones "podemizadas" no sirven para nada. Saldrían corriendo ante un par de asesinos del ISIS, a causa de su miedo y de su odio a sí mismos. Desde luego no son enemigos para pueblos que viene a afirmar su derecho a la supervivencia incluso a costa de otros.  Conocen nuestra debilidad sentimental y reclaman prebendas  que ellos no concederían pero que saben que obtendrán de nosotros y de nuestros absurdos remordimientos. Somos lo más parecido a lo que T. S. Elliot denominó "los hombres vacíos" (1925), en los convulsos días de la primera posguerra mundial -"Horma sin forma, sombra sin color, fuerza paralizada, ademán sin movimiento"- o al Alain de El fuego fatuo, que tan magistralmente describiera aquél profeta del nihilismo entonces por llegar, Pierre Drieu La Rochelle.

Estamos a punto de escenificar un nuevo episodio de darwinismo histórico, pero no como conquistadores sino como víctimas. Y este sí que es un "ataque a la Civilización Occidental", quizás el definitivo porque el abismo de los Historia es grande para todos. Por eso el Estado Islámico tiene también un lado bueno: él pondrá en juego las últimas fuerzas que en Occidente no han abrazado la decadencia y alegarán ante el tribunal de la Providencia si todavía tenemos derecho a existir.