| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse

Víctimas colaterales de la caza

Cuando falleció el escopetero que la condenó a vivir confinada en una minúscula jaula durante toda la vida, su hija, que no quería hacerse cargo de ella, se la entregó a Luisa

| Raquel Aguilar Edición Valencia

Visualiza una icónica cabina telefónica de Londres.

Sí, me refiero a esos cubículos, de color rojo, configurados por 4 laterales de retícula acristalada, en cuyo interior podemos encontrar un teléfono fijo público desde el que realizar llamadas a cambio de pagar su coste.

¿Has utilizado alguna vez una cabina telefónica? ¿Recuerdas la sensación de claustrofobia que producía estar en su interior?

Si por tu edad no has llegado a conocerlas, seguro que puedes imaginar qué se debe sentir encerrado/a en una caja con laterales de menos de 1 metro de ancho. No hace falta demasiada imaginación para describir el agobio que produce estar encerrado en un lugar en que no puedes ni agacharte y apenas puedes darte  la vuelta.

Ahora imagina que, al poco de nacer, te meten en una cabina.

Al principio, aunque sea un espacio reducido, puedes moverte, pero con el paso del tiempo tu tamaño te impide hacer algo más que rotar en el sitio.

Y así pasan los días, los meses y los años.

Sólo tienes acceso a comida y agua.

Evidentemente no puedes estirar los brazos, ni agacharte, ni rascarte, ni limpiarte…

Así transcurre cada minuto de tu miserable vida.

Esta agónica monotonía sólo se rompe cuando “tu cabina” es trasladada. Sabes que va a ocurrir porque de repente se hace la oscuridad y todo se tambalea. Cuando vuelves a ver la luz, la cabina está en un espacio abierto.

Había estado tan descuidada que sus uñas eran desmesuradamente largas, tanto que se habían curvado

Pides entonces ayuda y, cuando alguien se acerca a ti, se produce un estruendo y de pronto su cuerpo revienta y cae al suelo, sin vida.

Tras repetirse este horror varias veces, vuelven la oscuridad, la oscilación y de nuevo, apareces en ese lugar donde los días se funden con las noches en un infinito infierno.

¿Te gustaría vivir así?

Así es como ha vivido Liberty, la perdiz de la imagen, durante sus 6 años de vida.

Era utilizada como reclamo para cazar otras perdices, una técnica bastante extendida.

Cuando falleció el escopetero que la condenó a vivir confinada en una minúscula jaula durante toda la vida, su hija, que no quería hacerse cargo de ella, se la entregó a Luisa, que llevaba tiempo pidiendo compasión para ese animal.

Liberty entró a la jaula con pocos días de vida. La jaula era tan pequeña que al convertirse en adulta no cabía ya por la puerta por la que entró. De hecho, hubo que romper la jaula para poder liberarla.

Había estado tan descuidada que sus uñas eran desmesuradamente largas, tanto que se habían curvado y su mandíbula superior, por no poder siquiera picotear, también había crecido en exceso.

Liberty, como tantas miles de perdices, era utilizada como un instrumento para cazar. Es una de las perversiones más manifiestas de la caza. Condenar de por vida a un animal al que, además se utiliza para atraer a otros a los que ejecutar en su presencia.

¿Imaginas, no sólo el infierno de una vida confinada en un espacio minúsculo, si no el terror de ver tantas víctimas caer ante tus ojos, con la incertidumbre añadida de no saber si la siguiente bala será para ti, y sin posibilidad alguna de escapar?

Esto es también caza, aunque no se vea.

Miseria y muerte.

Buscar artimañas para matar, aunque implique un sufrimiento inimaginable para sus víctimas colaterales.

Pero, ¿qué ética podemos esperar de quien hace de matar una forma de diversión?

La caza es violencia y es crueldad. Desmesuradas.

No sólo para los animales a los que se ejecuta directamente.

También para todos aquellos que son víctimas colaterales de cada disparo".

Raquel Aguilar