| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Soltar la presa

La izquierda y la derecha se distinguen por lo que tarda cada una en soltar la presa.

| Juan Vicente Yago * Edición Valencia

No es el bagaje teórico; ni el anecdotario histórico; ni los colores identificativos; ni el talante; ni la perspectiva; ni la republicona; ni lo contrario; ni el progresismo apócrifo; ni el tradicionalismo adulterado; ni las apariencias; ni las realidades: lo que distingue de verdad a la derecha de la izquierda es lo que tarda cada una en soltar la presa.

La derecha tarda poco. Es fácil distraerla, porque le gusta entrar al trapo y embiste allá y aquí, a este capote y al otro, a todos los picadores y banderilleros, aguantando marea y presentando batalla. La izquierda, en cambio, es remolona. Va más a lo suyo. Fija un blanco, escoge una presa, y cuando le hinca el diente ya no la suelta.

Quizá es pura desidia; quizá es rencor agudo, pero el caso es que no la suelta por mucho que arrecien los capotazos. Barberá estuvo entre sus fauces hasta el final. A Camps, absuelto y requeteabsuelto, le llueven procesos, quién sabe si por fastidiar, por mantener vivo el rescoldo de la sospecha o por el instinto incontrolable de no soltar la presa.

Véase la obsesión, la fijación, el delirio de la izquierda con los papeles de Bárcenas, que no son prueba de nada pero dan presa que morder; o con el matrimonio Cospedal: es muy probable que de ahí no se saque nada en sucio, pero ya lo han vuelto presa, carne de vendetta que la izquierda no soltará como no soltó a Cifuentes, ni soltará tampoco al exvicealcalde Grau, ni al rey emérito, ni a Felipe II que hollase de nuevo el pedregal celtibérico.

La derecha, sin embargo, es de memoria enteca y mandíbula floja. Ya no persigue a Iglesias, no se sabe si porque se conforma con su extraño e inquietante mutis o porque se ha ensañado, estilo gozque tonto, con la coleta muerta que, tras el cambio de imagen de su dueño, ha quedado en el arroyo.

En cualquier caso la soltará pronto; soltará la presa, igual que soltó las maletas de la vicepresidenta Rodríguez, la subvención de los aviones venezolanos o la imposición catalufa en las aulas de Puigdemontia. La derecha se cansa pronto; no aguanta el tirón; suelta la presa; tiene ansia de novedades; busca el escándalo reciente, la última polémica, el efectismo de una primera impresión, y cuando lo encuentra no es capaz de agarrarlo con una mano mientras conserva, bien atenazada con la otra, la gavilla de presas anteriores.

No sigue indefinidamente pidiendo explicaciones, hurgando en las heridas, mordiendo la presa como hace la izquierda. Ésta corretea por el campo, ufana ella, con la presa en la boca; no se le ocurre soltarla, y la lleva colgando como un adorno mientras hace otras cosas. ¿Qué pasaría si la izquierda pudiera echarse al gaznate una duplicación de facturas, un fraccionamiento de contratos, un mero indicio de sobresueldos, una de tantas presunteces como hay en el mundo? Con qué furia las mordería.

Y perseverancia. Estarciría el asunto en la piel del cuerno; llenaría el ágora de cartelones; no preguntaría otra cosa en las próximas décadas. Exigiría dimisiones, pediría responsabilidades, celebraría un juicio sumarísimo desde su arbitraria cátedra moral, y conservaría la presa un siglo después de cerrado el caso. La derecha no. Es más noble, o más ingenua, o más cobarde, y deja caer el bocado. Suelta la presa. No la sujeta con fuerza, y al primer descuido se le huye.

De otro modo no se comprende que no atrone mañana y tarde las cortes valencianas con la matraca de la EMT; que no inunde la región entera de baladros estruendosos contra el despilfarro y la chapuza de À Punt; que no sature una sesión plenaria tras otra las orejas de la izquierda con el atasco permanente del centro de Valencia.

En los madriles hay condenados en firme de la izquierda que siguen disfrutando poltrona; y exministros, cuya dimisión se pidió, que han sido premiados. Presas que fueron soltadas y ahora se burlan desde lejos. Absoluciones políticas que se dieron. La derecha suelta la presa. Teme hacerse pesada. Cambia de tercio antes de tiempo. Está pendiente de los gustos del populacho, del son al que le conviene danzar, de la multiformidad y la polivalencia. Así pierde la presa, el tasajo, el tarazón. Así la contienda es desigual. Así la barrerán de la palestra. Así la dejarán sin peones y, si se descuida, le darán jaque. Soltar la presa conlleva gazuza y debilidad, y mientras la izquierda se apoya con absurda convicción en el aire de sus falacias, la derecha duda, vacila, titubea; le hace falta entrenar esa mandíbula, morder la carroña con la misma fuerza que la izquierda, estirar sin tregua, no desfallecer en la exigencia de responsabilidades, porfiar hasta que se aclare lo de las maletas. Y si no dimiten los unos, que tampoco dimitan los otros.

Y si no hay, de momento, color en la mordedura, que lo haya en la cara dura. Se contesta con preguntas. Y no se cambia de tema, ni se amurcan capotes, ni se suelta la presa: en política —en esta política— no valen despistes, correcciones políticas ni pelillos a la mar. Esta izquierda milnovecientosochentaycuatrizadora no suelta la presa, no se cansa de insistir, no teme la extemporaneidad ni el ridículo.

Esta masa rebelada se lleva el gato al agua porque lo apercolla con el estrenque de la ignorancia y el grillete de la tabarra. La izquierda y la derecha se distinguen por lo que tarda cada una en soltar la presa.

*Escritor