| 27 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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A Elvira

Así, sin buscarlo, Elvira se quedó con nosotros y pasó a ser una más de la familia. Se fue en su casa. Tranquila, acompañada, sabiéndose querida y sin sufrir.

| Raquel Aguilar Edición Valencia

Siento que mis bolsillos están llenos de plomo.

Camino y el suelo se hunde, como si andase sobre un colchón de espuma.

Mi cabeza está sumergida en un asfixiante silencio ensordecedor.

Y el color ha pasado a blanco y negro.

Hay que afrontar el día a día como si todo fuese “normal”.

Pero el vacío se ha apoderado de una parte de mi alma.

 

Hace 7 años, junto a casa, debajo de una furgoneta, vi por primera vez a Elvira.

Apareció de repente, sin más.

Una gata con el abdomen blanco y un precioso pelaje rayado que combinaba tonos de negro, gris, marrón y plata.

Y unos enormes ojos tan expresivos que hablaban. Imploraban cariño y mostraban la sabiduría de quien observa todo con atención.

Se dejaba tocar pero con tanta cautela que aquello que traspasase una fugaz caricia la hacía esconderse a la velocidad de la luz.

Y no es para menos. La calle está repleta de peligros y las personas somos para los animales uno de los peores.

Elvira estaba muy gordita, posiblemente pariría en breve, así que se hacía inminente rescatarla de la calle. Para hacerlo tuvimos que invocar a mi querida Elvira C., cuidadora de colonias y con una habilidad sobrenatural para capturar gatos. De ahí, el nombre de mi niña.

 

Nunca olvidaré el momento en que abrimos el transportín, ya en casa. Salió, miró al techo, recorrió con la vista el baño y cuando se dio cuenta de donde estaba, comenzó a ronronear, como quien respira al sentirse a salvo tras perderse por el monte al anochecer un día de tormenta.

 

La revisión veterinaria descartó que estuviese preñada. Esa enorme tripa era consecuencia de haber comido lo que había podido en la calle, en cualquier estado, y que había propiciado que las bacterias campasen a sus anchas en su pequeño cuerpo. Sus pulmoncillos también estaban tocados, justificando su tos y su ronco respirar, también regalo de vivir en precario y que se resolvió simplemente con el calor de un hogar.

Descubrimos también que estaba esterilizada.

Esto, junto con su forma de comportarse, nos confirmó que Elvira había tenido un hogar.

Difundimos en redes, informamos a las protectoras de la zona e inundamos el barrio de carteles, pero nunca supimos de su origen.

Puede que la abandonase su responsable (aunque si se habían preocupado por esterilizarla, no era lo más probable), se hubiese perdido (no tenía microchip identificativo, así que era imposible encontrar a nadie de su anterior vida) o tal vez, su persona falleció y la dejaron de patitas en la calle, algo que desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia, mostrando un desprecio absoluto hacia la persona que se va y condenando a muerte al animal al que se abandona.

El caso es que así, sin buscarlo, Elvira se quedó con nosotros y pasó a ser una más de la familia.

El primer mes lo pasó debajo de la cama, que era el sitio más parecido a su refugio, bajo la furgoneta.

Poco a poco, con paciencia y dejando que todo transcurriese al ritmo que necesitaba, fue saliendo e incorporándose a otros espacios.

Eso sí, hicieron falta dos años para ver en ella ese gesto casi imperceptible con que nos decía que dejaba atrás cualquier resquicio de miedo y sabía que ese sería su hogar para siempre. Ese fue un momento precioso que nunca olvidaré. Era el inicio de la absoluta felicidad.

Elvira no andaba, trotaba. Y lo hacía con ese cuerpecillo de patitas más bien cortas y con el rabo siempre bien erguido. Era muy fácil saber por donde iba y siempre que escuchaba su nombre corría como un resorte para atender lo que fuese que se esperase de ella.

Elvira era muy juguetona. Y esconderse para echarle la zarpa junto con un tremendo susto a Rodrigo era algo que hacía muy bien.

Pero si por algo destacaba Elvira era por ser extremadamente cariñosa. Era literalmente una gata lapa. Su felicidad se repartía entre tomar baños de sol y estar pegada a sus humanos, recibiendo caricias y repartiendo lametones.

 

Hace unas semanas vimos que de pronto perdía un poco el equilibrio.

La llevamos de urgencia a su veterinaria y tras todo tipo de pruebas y el diagnóstico colegiado de varios especialistas supimos que tenía un carcinoma maligno en la cabeza.

Crecía a una velocidad desmesurada y no se podía operar, ni tratar.

Comenzó por presionarle el ojo, pasó a las cuerdas vocales y al esófago. Ya no podía tragar y el siguiente paso sería morir asfixiada, con un terrible sufrimiento.

Así que tuvimos que tomar la durísima decisión de dormirla.

Es algo terrible, tremendamente doloroso y que no quieres hacer. Pero no hay escapatoria. El final es el mismo, garantizado. La única diferencia, evitar un espantoso padecimiento.

 

Antes de despedirnos le hicimos el último regalo que podíamos hacerle. Dos días completos en nuestros brazos, recibiendo las caricias y los besos que tanto le gustaban. Recordándole lo mucho que la queríamos y lo importante que era para su familia.

 

Se fue en su casa. Tranquila, acompañada, sabiéndose querida y sin sufrir.

 

No obstante y pese a ser consciente de que ha tenido, al menos los últimos 7 años, una maravillosa vida que celebrar, su ausencia es insoportable.

 

Sé que el tiempo, que se ha vuelto elástico y ha convertido apenas un mes en una eternidad, mitigará el dolor. Pero en nuestra casa, siempre faltará Elvira.

 

Hay quien dice que no quiere tener animales para evitar estos momentos.

Yo también lo pensaba hace años.

Sin embargo con el tiempo he aprendido que no hay dolor que no se vea superado por la ventura de quien vive tranquilo en un hogar sabiéndose querido por su familia.

 

Y aunque no sabemos qué fue de su vida antes, sí tenemos la certeza de saber que, para nuestra niña, estos siete últimos años con nosotros, han sido de inmensa felicidad.

 

Gracias, Elvi, por recordarnos cada día que la fortuna está en abrir los ojos junto a quienes quieres, por enseñarnos qué es la felicidad constante y por haber inundado nuestra casa de alegría.

 

Ojalá en algún momento, en algún lugar y de alguna forma, nos volvamos a encontrar.