| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante su intervención en la jornada inaugural de la XXXVII Reunió Cercle d’Economia.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante su intervención en la jornada inaugural de la XXXVII Reunió Cercle d’Economia.

Barcelona

La Barcelona tristemente gobernada por una Colau tan paleta como Ribó, aunque menos lista que éste.

| José María Lozano Edición Valencia

He pasado unos días en la Ciudad Condal, que como es sabido es la fórmula real para referirse a Barcelona desde un punto de vista histórico. Apenas una semana más tarde de tener que oír cómo el primer edil de Alzira -ciudad valenciana declarada capital cultural de la Comunidad Valenciana- hablaba en su discurso oficial de recibimiento al Consell Valencià de Cultura de la inexistente “corona catalano aragonesa”. Callé por pura cortesía de invitado, pero ganas me dieron de espetarle aquello de que “los países catalanes no existen, ¡idiotas!” que tan a menudo me he propuesto recordar.

El viaje ha venido a coincidir, precisamente, con la última declaración estúpida del gobierno del obstruccionista Aragonés con respecto a la españolísima noche de San Juan y la presuntamente delictiva -por desobediencia- para el incumplimiento de la sentencia de aplicación de la ya reducida cuota del 25% en castellano para la docencia oficial en Cataluña. La Universidad Pompeu Fabra, acogida en su  denominación a la mitología cocinada del autor del famoso Diccionario General de la Lengua Catalana (y del panfleto “Per la consevació de la raça catalana”) ha ido más lejos, proponiendo la prohibición del uso de la lengua de Cervantes en sus aulas. Que les den.

He estado en la Barcelona de Gaudí, el  arquitecto devoto que murió tristemente atropellado por un tranvía sin terminar (“mi dueño no tiene prisa”) su afamado templo de la Sagrada  Familia -el monumento español más visitado junto a la Alhambra y el Prado- que sigue  construyéndose, como se inició, con las aportaciones de fieles y asociaciones privadas bajo la responsabilidad profesional de Jordi Faulí.

 Callé por pura cortesía de invitado al escuchar del alcalde de Alzira hablar de la inexistente “corona catalano aragonesa”

En la Barcelona de la Exposición Internacional de 1929. La del Poble Espanyol ideado por Miguel Utrillo y construido en apenas un año tras visitar 1600 ciudades y pueblos de la geografía española. Y la del Pabellón de Mies van der Rohe, afortunadamente reconstruido en 1983 por Solá Morales, Cirici y Ramos a instancias de Oriol Bohigas,  hoy peregrinación obligada de todo arquitecto que se precie de serlo.

En la Barcelona de la SEAT (Sociedad Española de Automóviles de Turismo) que comenzó a fabricar el famoso “seiscientos”  en su sede de la Zona Franca en 1953 -ahora su permanencia en Cataluña pende de un hilo-incluido el famoso comedor para los  trabajadores,de los arquitectos Echagüe, Barbero y de la Joya, premiado con el Reynolds Memorial Awards del Instituto Americano de Arquitectura.

En la Barcelona del Camp Nou, refundado en 1954 por Francisco Miró que tuvo el acierto de encargar su proyecto y construcción a su primo el arquitecto Francesc Mitjans, autor también del tardo racionalista Real Club Náutico. Allí se celebró la final de la entonces llamada Copa del Generalísimo en 1963 y 1970, la inaugural del Mundial de 1982 y la final Olímpica de 1992.

En la Barcelona de esas Olimpiadas que coincidieron con la Expo de Sevilla y con el V Centenario del Descubrimiento de América sin ningún género de complejos. Con el simpático Cobi del valenciano Xavi Mariscal que le llevó al palmarés del diseño gráfico, con el himno oficioso de la simpar Montserrat Caballé y el no menos original Freddie Mercury. Con el orgullo de la marca España difundida por el mundo. Eran otros tiempos.

La Barcelona tristemente gobernada por una Colau tan paleta como Ribó, aunque menos lista que éste que todavía no está judicialmente investigado por sus constantes tropelías, en la que se han ido cayendo las esteladas de los balcones al mismo tiempo que las inversiones nacionales y extranjeras. En la que en la  calle o en el metro -mal que les pese- se oye hablar más en español que en cualquier otra lengua. En la que taxistas, camareros, comerciantes y mossos de escuadra tratan al visitante -como siempre lo han  hecho-  con extremada cordialidad y simpatía.

En la que, una vez más, me he sentido en casa mientras soportamos el pertinente, victimista y cansino discurso secesionista de un puñado de dirigentes desconectados de  la realidad y de la gente, torpes, ladinos y oportunistas que -como  Sánchez a nivel nacional- tienen, a mi juicio, sus días contados. Al devenir de los tiempos me remito. Ya  lo celebraremos.