| 24 de Febrero de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Mario Draghi, presidente del BCE
Mario Draghi, presidente del BCE

Banco de Inglaterra contra BCE

En los próximos meses, veremos si el temido “Brexit” es o no otro espantajo con el que los nuevos dioses del capital global han querido sembrar el pánico.

| Eduardo Arroyo Opinión

Este jueves, el Banco de Inglaterra (BoE) adoptó una serie de medidas destinadas a afrontar las consecuencias del denominado “Brexit”. Según los agoreros de la UE, el “Brexit” acarrearía una retirada de capitales de los inversores que, británicos o no, han venido financiando la economía del Reino Unido. El esquema es sencillo: la ruptura con la UE cierra el acceso del BoE a los capitales del BCE y al mercado de la Unión. Esta situación debería provocar la rápida descapitalización del Reino Unido.

Sin embargo, ahora el BoE con sus medidas ha realizado precisamente aquello que Europa no le permitía: devaluar su moneda y abaratar el precio del dinero de cara a la economía productiva real, en vez de sacrificar la propia economía en el altar de la “estabilidad de los precios”. Básicamente, ha comprado bonos del Estado y ha puesto 100.000 millones de libras a disposición de los bancos que, a su vez, deben dar traslado de esa disponibilidad líquida a los particulares; tanto personas físicas como jurídicas.

Las medidas adoptadas dejan margen de maniobra, por ejemplo, para intereses negativos. No es mala idea, si bien el gobernador del BoE, Mark Joseph Carney, ya ha dejado caer que no es partidario de los intereses negativos y que, según el diario El Mundo, el propio Carney ha manifestado que ahora “le toca actuar a la clase política”. ¿Qué significan estas enigmáticas palabras en un mundo en el que se da por sentado que lo económico está desconectado de la política, gracias a una especie de “Brexit” del que nadie habla?

Es difícil precisarlo pero, recordando al fallecido economista argentino Walter Beveraggi Allende y su “teoría cualitativa de la moneda”, el nivel de precios no depende tanto de la cantidad de dinero que haya en circulación como del uso cualitativo que se haga del dinero. Dicho en otras palabras, el temido efecto inflacionario de las disponibilidades líquidas puede ser nulo o incluso negativo dependiendo de qué se haga con ese dinero: una masa monetaria Q, utilizada exclusivamente en pagar intereses bancarios, es radicalmente diferente del efecto producido por esa misma masa Q como fondo destinado a créditos blandos para PYMES, por ejemplo.

No es muy necesario decir que la decisión en una disyuntiva como la del ejemplo que acabamos de plantear se basa en una decisión política y no necesariamente económica. A fecha de hoy, la actuación política de la que habla Mark Carney puede ser dejar hacer a los bancos, como hasta ahora, de modo que sean estos los que hagan llegar este dinero a la economía productiva o bien ingeniárselas directamente desde el propio Estado para que el dinero se emplee con fines, no exclusivamente de lucro, si no de beneficio para toda la comunidad.

En este contexto se hace mas que evidente la función social de la banca que no puede ser, como ocurre en nuestras sociedades demo-liberales, soslayada. Herramientas como una banca pública, ágil y eficaz, pueden servir para que el dinero se canalice hacia sectores productivos y estratégicos que necesitan dinero barato y abundante para crecer, y no escaso y caro, tal y como necesitan los especuladores.

"Estabilidad de los precios"

Así las cosas, las medidas del BoE están orientadas en el sentido diametralmente opuesto a las del BCE, cuya actuación está consagrada a la “estabilidad de los precios” y solo deja de estarlo cuando la situación hace evidente el fracaso de la política del BCE para contener la crisis generalizada y el colapso social.

En los próximos meses, de seguir la actuación del BoE por ese camino, veremos si el temido “Brexit” es o no otro espantajo con el que los nuevos dioses del capital global han querido sembrar el pánico, a fin de retenernos en su seductora jaula de oro. La cosa es que, guste o no, aunque los capitostes de la UE estarían muy contentos de que el Reino Unido sirviera de escarmiento o otros países “díscolos” con el ultracapitalismo, a nadie le gustaría presenciar las consecuencias del hundimiento económico de un país en el que no solo la UE tiene importantísimos intereses.