| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Cuando la verdad no importa

Nunca en la historia hemos tenido acceso a tamaño volumen de información como ahora, pero jamás hemos seleccionado peor la información.

Vivimos tiempos extraños en los que la verdad pasa a un segundo plano y lo que cuenta es la construcción de un relato que apele a los sentimientos y prescinda de la realidad; tiempos en los que las redes sociales, más que los medios de información clásicos, construyen nuestra opinión y modelan nuestra identidad. Nunca en la historia hemos tenido acceso a tamaño volumen de información como ahora, pero jamás hemos seleccionado peor la información.

Noticias patentemente falsas, erróneas o sesgadas, o simples bulos, cuentan hoy con una enorme capacidad de viralización. Sin embargo, desmentirlas, aunque sea con la verdad, argumentándolo detalladamente o señalando que matiz cambia por completo el tono de la noticia, no logra el mismo nivel de atención y éstas noticias falsas y bulos siguen circulando de modo cíclico

¿Por qué? En parte porque todos tendemos al sesgo de confirmación, es decir, tendemos a elegir y recordar sobre todo información que confirma nuestras creencias preexistentes, dándole más valor que a otras informaciones competidoras pero contrarias. De este modo, y los criticados algoritmos que venía usando facebook contribuían a ello, se iba generando una suerte de burbuja social en que la persona estaba inmersa, ajena a toda crítica exterior. La persona se sentía fortalecida en sus creencias y respaldada por el grupo. El problema es que con este se pierde la visión de conjunto. Las visiones alternativas de la realidad que compiten en el mismo espacio social, pasan a ser algo anecdótico y se cosifica al adversario.

John Stuart Mill creía, con una confianza que a veces raya en la ingenuidad, aunque la apoyo, en la idea del marketplace of ideas. Es decir, en que las ideas, con pocos límites, deben poder ser debatidas públicamente, especialmente la expresión de las minoritarias. Mill entendía que de la pugna pública y abierta entre las ideas en conflicto, acabaría prevaleciendo la verdad. Argumentaba tres buenas razones: primero, que la opinión mayoritaria puede estar equivocada; segundo, que, sin estar completamente equivocada, puede no contener toda la verdad y; tres, que aunque la opinión mayoritaria sea la verdad, es necesario dar voz a quienes se oponen a ella para no olvidar las razones que sostienen esta verdad.

Por desgracia, no siempre la verdad cuenta con los medios adecuados, ni el debate se basa en la razón, sino en el sentimiento. El sentimiento es un arma poderosa, que inflama a quienes se apoyan en él; el grueso de la sociedad, posiblemente calle por evitar males mayores o por creer, debido a una errónea percepción del clima social, que están en minoría. En estas condiciones, puede triunfar un relato de "la verdad", coherente con las creencias de una persona o grupo social, pero alejado de la realidad.

El auge de los nacionalismos en Europa, como el reciente caso catalán o el Brexit británico, obedece a esta construcción de un relato alternativo de la realidad, en que todos los males provienen del "otro". Se ha vendido un discurso de superioridad moral que impide el diálogo, además de una falsa impresión de ausencia de costes de la ruptura con la otra parte. Se olvidan a propósito los puntos de unión y el beneficio que estar juntos ha aportado. Es una estrategia suicida, sólo coherente cuando la verdad no importa.

(*)Politólogo y graduado en derecho. Twitter: @kasugakun