| 14 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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El ex presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont.
El ex presidente de la Generalitat catalana, Carles Puigdemont.

El niño melón

Catedráticos de Economía en universidades catalanas han explicado que fuera de España, sin el comercio y relaciones mutuas, y expulsado de la CE Cataluña tendría difícil supervivencia.

| Pedro Nuño de la Rosa Edición Alicante

Muchos recordamos aquella escena de la película “El otro lado de la cama” en la que Willy Toledo, intentando no ser localizado entre las bambalinas de un teatrillo experimental busca disfraz entre el atrezo introduciendo su cabeza en otra de muñequillo de cartón amelonada, y cuando la actriz principal en esta obra irracional y disparatada asegura que no quiere tener un hijo, sino un melón, Willy apareciendo de una especie de vagina-ataúd comienza a gritar reiterada e insistentemente aquello de: “¡Soy un niño melón!”, todavía nos desternillamos porque es el absurdo tontorrón remedándose asimismo.

Totalmente como Puigdemont cada vez que sale a la palestra informativa, con inusitada e inmerecida frecuencia, no puedo sino recordar aquella disparatada y surrealista ocurrencia de Emilio Martínez-Lázaro. Su machacona matraca del prófugo en Bruselas, instalándose en el papel de primer actor y reclamando ¡Soy el referéndum! apenas arranca cierta hilaridad del público español, y algún comedido aplauso por parte de una de las dos minorías independentistas catalanas que caben en un minibús como matrimonio de conveniencia encajados en pedir un viaje hacia la imposible Arcadia “dels Països Catalans”.

Pues no parece siquiera racional en la Bruselas donde anda trasconejando Puigdemont, desgajar España ni a otras grandes naciones europeas (empezando por la propia Bélgica entre flamencos y valones, amén de tres lenguas) que tienen problemas secesionistas lejanamente parejos, pongamos por caso Francia, Italia y una Inglaterra replanteándose volver a la Comunidad Europea, no lo consentirían de ningún modo ya que sería tanto como retornar a los cambiantes mapas y guerras del siglo XIX, por no hablar de las genocidas del XX, cuya última muestra sangrienta pudimos comprobarla con la división de Yugoslavia a la caída del mariscal Tito.

Tampoco nuestra Jefatura del Estado, que tiene no sólo la responsabilidad de primera autoridad del Estado español, sino y también el mando de los Ejércitos españoles (Tierra, Mar y Aire) en cuyo ADN no se contempla la segregación de cualquier territorio patrio, sino todo lo contrario: velar por su indisoluble unidad, tal como lo expresó el propio Felipe VI tras la esperpéntica asonada del 1 de octubre cuando la independencia no salió de las cuatro paredes del Parlament, y el niño melón, demostrando ese ardor guerrero y valentía que lo caracterizan se escapó de la Justicia embutido en el maletero de un coche, mientras dejaba a sus compañeros de motín detenidos y llevados al trullo como cualquier otro delincuente, algo que en la más estricta intimidad nunca le han perdonado ni le perdonarán porque como dijo el gran Michel de Montaigne: “El cobarde sólo amenaza cuando está a salvo”.

Y ciertamente, por hiperbolizar con los más paranoicos delirios “puigdemontianos”, ni tan siquiera en la invectiva de un escritor de ciencia ficción, puede plantearse un futurible enfrentamiento entre los Mossos d’Escuadra junto a los voluntarios del Òmnium Cultural con otros chalados antiespañolistas, como los neo-maulets valencianos y mallorquines luchando contra el cercano Regimiento Arapiles de Infantería nº 62. Pero, y sin llegar tan lejos como a estas elucubraciones tumorales, los propios catedráticos de Economía en universidades catalanas ya han explicado que fuera de España, sin el comercio y relaciones mutuas, y en consecuencia expulsados de la Comunidad Europea, Cataluña tendría muy difícil supervivencia y un seguro empobrecimiento semejante al de Ucrania en permanente conflicto fronterizo porque España reclamaría muchos terrenos lindantes como propios, y ya no digamos la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares, o, a la otra parte francesa: Perpiñán y los Pirineos Orientales. ¿llamarán a Putin en su auxilio?

Que sepamos, los “indepes” jamás han dejado fuera de convenio mutuo su exigente e innegociable deseo por arriar la bandera española de sus territorios

El “niño melón” en su terquedad histriónica sigue dando por saco (la amnistía ya la tengo, ahora quiero el referendo) desde cualquier medio de comunicación que le arrime una alcachofa, y son muchos los que lo hacen por abaratarle al perjuro Pedro Sánchez el precio de una felonía histórica con Yolanda Díaz de mamporrera política jugando al teto en Bruselas desde un servilismo mezquino, salvo para seguir siendo ministra vicepresidenta, con carísimo fondo de armario, en un próximo gobierno hipotecado por los pagarés a Junts y Esquerra Republicana, amén de bonos al portador para PNV, BNG y Bildu.

Sánchez lo tiene claro con sus dos barajas. Si la España mayoritaria sigue tragando como con los indultos, La Moncloa es suya; pero si un día decimos: “hasta aquí llegó el agua”, el alegará y por el morro que no ha tenido más remedio que convocar elecciones anticipadas o, in extremis de nueva revuelta popular, aplicar otro indeseado 155, porque los independentistas no cumplieron su parte del trato.

Que sepamos, los “indepes” jamás han dejado fuera de convenio mutuo su exigente e innegociable deseo por arriar la bandera española de sus territorios. Ahora retorceremos la semántica para renombrar “amnistía” y “referéndum de autodeterminación”, pero la bomba retardada ya está puesta en Madrid, y el percutor en Bruselas a manos de un niño melón. La archiconocida frase del canciller Bismarck: “La nación más fuerte del mundo es sin duda España. Siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día que dejen de intentarlo, volverán a ser la vanguardia del mundo”, debería hacer reflexionar a nuestros políticos, y periodistas pasándose el día pendientes de la última estulticia amelonada entre tulipanes. Así nos va.