Desgarrador testimonio: así destrozó el Rey Emérito la vida a Doña Letizia
Pilar Eyre cuenta lo que ha callado Juan Carlos I en sus memorias. Una realidad tortuosa para la entonces Princesa de Asturias. La historia de un juego sucio con filtraciones muy delicadas.

La Familia Real en el funeral de Constantino de Grecia en el castillo de Windsor,
Lo que comenzó como un rumor de desencuentros familiares se ha convertido en un testimonio devastador: el relato de cómo Juan Carlos I humilló, despreció y aisló a la actual Reina de España desde prácticamente el primer día.
La periodista Pilar Eyre en la revista Lecturas, reconstruye con detalle —y fuentes directas del entorno más próximo al Emérito— el profundo desprecio con que el antiguo monarca trató a su nuera. Un conflicto emocional y simbólico que atravesó los años y dejó cicatrices en la estructura familiar de la Corona.
Todo comenzó mucho antes de los enfrentamientos públicos o de las memorias que ahora el Emérito utiliza para ajustar cuentas. En Reconciliación, Juan Carlos I llega a admitir que “Letizia no ayudó a la cohesión de las relaciones familiares”. Un eufemismo —porque en la práctica, lo que hubo fue rechazo.
Según el relato de Eyre, el Emérito confesaba ya en 2011 a un amigo de la infancia que “en mi familia nadie quiere a Letizia, nos ha dividido a todos, ha acaparado al príncipe, ¡hasta lo ha apartado de su madre! ¡Mi casa es un desastre!”.
En realidad, lo que desató la animadversión fue el carácter independiente y profesional de Letizia. El monarca no soportaba que su nuera, periodista de formación, pudiera “saber demasiado”. Temía que conociera y filtrara su vida privada, y ordenó a los suyos que midieran cada palabra delante de ella. Esa desconfianza inicial derivó pronto en hostilidad.
Comentarios crueles, desprecios y humillaciones
El testimonio que recoge Eyre es incómodo. En un almuerzo familiar, el Emérito se burló de su nuera diciéndole: “Letizia, ya sabemos que tú eres la que más sabe de todos, pero ¿podrías dejar hablar a los demás alguna vez?”. En otra ocasión, viendo una retransmisión con los entonces Príncipes, exclamó: “¿Has visto lo que mueve esa las manos? Que le pongan un bolsito o algo para que deje de hacer el molinillo”.
Para su desgracia, Letizia estaba presente. La escena, lejos de provocar disculpas, terminó con risas. Era el retrato de un patriarca que se sabía impune y de una joven que apenas empezaba a entender el precio de entrar en Palacio.
A ello se sumaban los rumores y filtraciones sobre su aspecto físico —presuntas operaciones estéticas o problemas de salud— que, según sus allegados, la Reina atribuyó siempre al entorno del Emérito.
Pilar Eyre describe cómo la Reina Sofía, pese a apoyar el matrimonio de su hijo, acabó igualmente relegada. Si quería ver a sus nietas, debía avisar con antelación. Sin la presencia de Letizia, ni siquiera podía entrar. La joven esposa del entonces príncipe había impuesto un férreo control doméstico.
Y el Rey Juan Carlos lo sabía. “Ella cree que todo gira en torno a su criterio”, llegó a decir a sus íntimos. En su entorno se ironizaba con que el Emérito había “entrenado” a Letizia a base de desplantes. La envió a cacerías y actos con empresarios para “aprender a moverse entre gente bien”, pero aquello terminó en más fricciones.
En una de esas citas, en la finca de Juan Abelló, Letizia se indignó al descubrir que les habían preparado habitaciones separadas. “Yo me voy, ¿qué se ha creído esta gente?”, dijo antes de abandonar el lugar de madrugada junto a Felipe.
Años después, con el Emérito instalado en Abu Dabi y Felipe VI decidido a marcar distancia con su padre, aquella tensión inicial se percibe como el origen de la fractura actual.
Letizia sobrevivió a la desconfianza, al clasismo y a la hostilidad palaciega, pero pagó un precio alto: la incomprensión de una familia que nunca la aceptó del todo y el desprecio público de quien fuera el Rey de España durante casi cuatro décadas.
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David Lozano