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TRIBUNA INVITADA

Gabriel tiene madre: Patricia Ramírez

Patricia Ramírez

Patricia Ramírez

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Margarita Santana

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En un mundo revuelto y descreído, se alza en Roma una fumata blanca. Hay nuevo Papa. Un símbolo poderoso para millones de personas, una llamada a la fe, al amor al prójimo, a la compasión. Y sin embargo, al otro lado de esta misma realidad, en nuestra España supuestamente moderna y sensible, una madre rota tiene que salir en televisión para pedir algo tan elemental como respeto.

Patricia Ramírez perdió a su hijo Gabriel de la forma más cruel: asesinado a sangre fría por una persona de su entorno. Desde entonces, vive con el vacío, el dolor y la dignidad de quien solo quiere que dejen en paz la memoria de su niño.

Gabriel. El nombre no es menor. El arcángel mensajero. El que en todas las religiones anuncia esperanza. El que en la tradición cristiana lleva las palabras de Dios a María. El que en el islam dicta el Corán a Mahoma. Un símbolo de vida, de luz, de verdad.

Pero hoy, ese nombre tan sagrado para su madre se ve profanado por la indiferencia institucional, por el morbo mediático, por un sistema que permite que su asesina desde prisión pretenda grabar un documental sobre su crimen. ¿Qué nos ha pasado como sociedad para permitir que quien ha causado tanto daño tenga más micrófonos que la madre que llora?

Patricia ha sido obligada a convivir con el escarnio, el olvido institucional y la amenaza. Literalmente: amenaza. Porque ha denunciado que la asesina de su hijo le lanza advertencias desde prisión, y aun así nadie ha actuado. Nadie la ha escuchado. Nadie la ha protegido.

Gabriel tenía 8 años. Ojos vivos. Sonrisa limpia. Hoy tendría la edad de mi hijo menor.

Y su madre no es un símbolo. Es una mujer de carne y hueso. Con lágrimas, con cicatrices y con una entereza que estremece. Una madre que no quiere venganza. Solo que no la obliguen a revivir el horror cada vez que el sistema le falla, que la asesina de su hijo asome por una pantalla o que alguien convierta su tragedia en entretenimiento.

Soy madre. Sé lo que es el miedo, el amor salvaje, el instinto de protección que no entiende de leyes ni tiempos. Sé lo que significa mirar a tus hijos y prometerles que estarás ahí siempre. Patricia lo prometió, y lo está cumpliendo. Aunque Gabriel ya no esté.

Pero su promesa no debería convertirse en una condena. El Estado, la justicia, la sociedad entera tienen el deber de escucharla. De actuar. De impedir que quien ha causado ese dolor pueda seguir hiriendo, ahora con palabras o silencios institucionales.

Porque Patricia no está pidiendo privilegios. Está reclamando lo que cualquier ser humano merece: que no se la revictimice, que no se la silencie, que no se la amenace sin consecuencias. Que no se la obligue a compartir espacio con el espectáculo. Y por eso me indigna que Patricia tenga que salir en televisión, pedir respeto, implorar silencio, exigir que no se le devuelva una y otra vez el eco de su dolor convertido en morbo mediático. ¿Dónde está la empatía? ¿Dónde la humanidad? ¿Dónde el deber de protegerla, aunque solo sea para devolverle una mínima parte de lo que le han quitado?

La asesina de su hijo pretende participar en un documental. Desde la cárcel. Como si contar su crimen fuese un ejercicio de catarsis o una oportunidad narrativa. Pero no lo es. Es una herida abierta. Una bofetada para esa madre que lleva años luchando con dignidad y entereza por preservar la memoria de Gabriel, su inocencia, su nombre.

Hay leyes que nos protegen, sí. Está el Estatuto de la Víctima, los derechos de los familiares, los reglamentos penitenciarios. Pero cuando no se aplican con firmeza y humanidad, solo quedan los focos, las tertulias y el sufrimiento.

El sistema penitenciario, los medios de comunicación, las autoridades judiciales… todos deberían recordar que antes que asesino hubo víctima, y antes que noticia hubo un niño.

El vínculo que nos une a nuestros hijos no es moderno ni sofisticado. Es tan antiguo como la humanidad misma. Tan natural como el latido.

La humanidad evoluciona, sí. La tecnología avanza. La inteligencia artificial sorprende. Pero el instinto materno permanece intacto, salvaje, eterno. Defender a un hijo, incluso cuando ya no está, es el acto más puro de amor que existe.

Y una sociedad que no sabe proteger a una madre que solo pide silencio para poder recordar a su hijo con amor… no necesita solo leyes. Necesita alma.

Y por eso Patricia no debería estar sola. Porque todas las religiones, todas las creencias, incluso las más laicas, predican una idea común: proteger al inocente, amparar al débil, no causar más dolor al que ya ha sufrido demasiado.

Y porque ese niño, ese pequeño mensajero de luz que ya no está, aún tiene quien lo defienda.

Gabriel tiene madre: Patricia Ramírez.

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