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Presidente Sánchez: Franco no existe; Junqueras y Mohamed sí

Mientras el Gobierno "lucha" contra enemigos imaginarios; desatiende, amplifica o blanquea los enemigos reales que desafían al país sin recato y sin respuesta.

Pedro Sánchez

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Pedro Sánchez felicitó efusivamente al nuevo presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, minutos después de que él y su verdadero jefe, Oriol Junqueras, proclamaran solemnemente en el Parlamento catalán su apuesta irrevocable por la independencia y su exigencia, también innegociable, de la amnistía de los condenados por sedición y malversación.

Que un preso como Junqueras acudiera a la investidura, se paseara por la Cámara con aires victoriosos y pudiera lanzar sus arengas es indiciario de la degradación del Estado de Derecho, de la quiebra de la democracia y de la debilidad del Gobierno de España; capaz de consentirlo todo con tal de garantizarse una aparente estabilidad que, en realidad, degrada los principios básicos de la legalidad y la convivencia.

Sánchez se puede engañar lo que estime oportuno, considerando que es un progreso esta versión del golpismo catalán que reafirma sus objetivos pero quizá modifique sus medios. Pero no puede engañar ya al resto: trabajar por la independencia de Cataluña desde las propias instituciones es un desafío que debe tener una respuesta política inmediata contundente, cuando discurre por caminos legales; y otra judicial, cuando se hace por la fuerza.

La gran renuncia de Sánchez

Lo que no puede es dejarse estar, como hace el presidente, renunciando a la primera de las batallas que debe librarse contra una ideología perversa sustentada en unos fines imposibles y detonante de una convivencia irrespirable: si no se combaten esas ideas, se legitiman.

Buscar a Franco mientras Junqueras y Mohamed se mueven a sus anchas presagia unos sanfermines con camellos en 2050

Y eso es lo que precisamente hacen este presidente y su Gobierno, alentando el pulso incluso con una cadena de decisiones lamentables: desde la aceptación de una "Mesa del diálogo" fuera de las instituciones donde éste se celebra en una democracia; hasta la previsible concesión de indultos o la anunciada reforma del Código Penal para rebajar la categoría de los delitos cometidos ya o en fase de repetirse.

Acostumbrado Sánchez a buscar enemigos imaginarios como Franco o la carne de vaca, en viajes en el tiempo que lo mismo le llevan a 1936 que le proyectan a 2050; su renuncia expresa a gestionar el caótico presente y los dramas que lo envuelven exceden de la categoría del error para adentrarse en la de la negligencia.



Hacer prospectiva de ese futuro "que ya no es lo que era", según Paul Valéry, mientras se comporta como Nerón y toca la lira viendo arder Cataluña y Ceuta; perfila definitivamente a un personaje destructivo para quien el pasado es un arma, el presente una molestia y el futuro una coartada.

Buscar eternamente a Franco mientras Junqueras y se mueven a sus anchas equivale a destrozar España mientras se vende la moto de un país idílico que, a este paso, celebrará en 30 años los sanfermines con camellos y tendrá una valla al cruzar Aragón.



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