Sánchez arruina a España dentro y la humilla fuera
A los desastres económicos que genera el Gobierno se le añade una deplorable acción exterior con la sumisión a Marruecos y el desafío a Argelia como último ejemplo.
Pedro Sánchez se negó este miércoles a explicar en el Congreso las razones de su cambio de postura con el Sáhara y Marruecos, a quien concedió una jerarquía sobre la antigua colonia española de manera unilateral y sin el visto bueno de la Cámara: fue una decisión personal, sin respaldo institucional y anunciada por Rabat, rematada por una visita allí del presidente en la que dejó patente su entrega sin recibir nada a cambio.
Y tampoco explicó los detalles del supuesto espionaje que sufrió en su teléfono oficial, pero no negó que pudiera proceder de Marruecos, lo que alimenta la duda de si el volantazo con el Sáhara tiene relación con ese ataque. ¿O acaso no es legítimo temer que haya sido víctima de algún tipo de extorsión que explique ese insólito viraje?
Es sorprendente que en un asunto tan crucial el presidente del Gobierno se sienta legitimado para saltarse a la Cámara y que alimente la inquietante duda de que pudo ser extorsionado por el contenido de su teléfono. Y es casi infantil su intento de moderar la importancia de la cesión a Marruecos y, a la vez, el paso histórico que supone. Las dos cosas no pueden ser.
La reacción de Argelia, que suspendió el Tratado de Amistad con España y ha prohibido el comercio internacional con España, despeja la duda: sí es relevante la concesión a Marruecos y sí tendrá consecuencias.
Un desastre internacional
De momento, España se quedará tal vez sin uno de sus grandes suministradores de gas probablemente y perderá hasta 3.000 millones en exportaciones, sin que esté clara la compensación por estrechar sus relaciones con Marruecos.
Porque Rabat sigue sin reconocer la españolidad de Ceuta y Melilla; no renuncia a ejercer la propiedad de facto de la plataforma marítima cercana a Canarias y no ha reactivado del todo el tránsito comercial en la frontera con España. ¿Cuál es la razón de tanto estropicio? Nadie la sabe, salvo Sánchez, y eso ya define el bochorno.