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Muface: sanidad y empresa privada

Fachada de un edificio de Muface en Madrid

Fachada de un edificio de Muface en MadridRicardo Rubio / Europa Press

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La compleja situación que atraviesa el futuro de Muface y los más de un millón (cifra que se dice demasiado a la ligera) de mutualistas que en su momento eligieron la sanidad de las aseguradoras privadas, ha puesto en el debate a compañías que, como cualquier otra empresa con ánimo de lucro (lo cual parece una redundancia), son señaladas por pretender unos ingresos superiores a los deseados por la otra parte negociadora, según parecen referir desde organismos oficiales.

Merece la pena realizar varias consideraciones partiendo de una base fundamentada en varias premisas: la primera es que, pese a la imperfección de nuestro sistema sanitario nacional, los ciudadanos podemos en general sentirnos privilegiados por vivir en un país que alberga un modelo en el que conviven sanidad pública y privada, y es esta convivencia una de las claves que facilita una atención sanitaria de calidad, fundamental en nuestro estado de bienestar. En segundo lugar, debe destacarse la buena consideración hacia nuestros profesionales sanitarios y su actividad asistencial que existe entre nuestros homólogos de otros países, en cualquier especialidad o disciplina asistencial, desde la enfermería hasta la neurocirugía; los sanitarios españoles gozan de un merecido buen prestigio más allá de nuestras fronteras, mayor del que disfrutan dentro de las mismas, algo tan típico en nuestro país.

Dicho esto, y volviendo a aquellas consideraciones, debe exponerse claramente que una empresa, del servicio que sea, tendrá siempre entre sus objetivos principales la rentabilidad de su actividad. Y en ese balance de números, en medicina, y entre otras muchas variables, es básico el de los gastos en personal sanitario. Me cuesta decidirme a no exponer los honorarios que reciben los profesionales que trabajan con esas compañías de salud... A muchos les parecerían suficientes. A otros, de risa. Pero es importante que los asegurados por esas compañías se interesen en conocer realmente el importe económico que está recibiendo el profesional sanitario que le realiza una cirugía compleja por esa intervención, o quien le realiza una ecografía diagnóstica de una grave enfermedad por efectuar esa prueba, o sencillamente saber realmente cuánto cobra un profesional de una compañía aseguradora en concreto por una valoración en consulta. Sorprenderá prácticamente a todo usuario de un seguro privado de salud.

Ante el importante problema que se ha planteado con la realidad de cientos de miles de mutualistas, no caigamos en el error de poner los honorarios profesionales de los sanitarios en el debate. No es España ni este modelo sanitario el entorno donde criticarles(nos) por esto.

Hace tiempo, mucho, que en la sanidad entraron los gerentes de empresas que previamente estuvieron en banca, alimentación o automoción. Y lo hicieron con la tranquilidad de saberse excelentes gestores, y la certeza de no tener en realidad mayor conocimiento científico en medicina que el usuario final de su empresa. Gestionan con idéntica eficacia instituciones sanitarias, empresas de transporte o industrias textiles. Porque, de lo que se trata al final, nadie se engañe, es de un negocio. Y un negocio precisa un buen gestor para su viabilidad. No nos hagamos los sorprendidos o tiremos de demagogia, por mucho que estemos tratando de la salud de las personas. Y hace también mucho tiempo que los responsables públicos de negociar con esos gestores, se visten con la bandera de sus colores ideológicos en vez de hacerlo con la del interés general, el real, no el torticero que nos presentan demasiado a menudo con argumentos pueriles.

Por la estabilidad del sistema sanitario, la polémica de Muface necesita con urgencia un abordaje serio y comprometido, sin influencias partidistas, entendiendo la realidad de un sistema sanitario en el que participan accionistas de empresas privadas y, guste o no, el bien general que posibilitan en nuestro sistema de salud.

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