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De extremo a extremo

Disturbos sociales en Italia, en una imagen de archivo

Disturbos sociales en Italia, en una imagen de archivoRoberto Monaldo

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Dicen los historiadores que la humanidad es pendular, que pasamos de la rigidez a la laxitud y del exceso de libertad a los autoritarismos sin ser capaces de mantenernos en un punto equidistante entre los dos extremos durante mucho tiempo. Y ahí estamos, penduleando.

En estos momentos cuesta recordar que hemos tenido momentos en nuestro calendario reciente en los que no existía el concepto de lo “políticamente correcto”; en los que la verdad era solo una, la objetivamente buena, y en los que el término “justicia social” no significaba “dictadura de las minorías” sino igualdad de derechos, deberes y oportunidades. El humor era humor porque nos gustaba reírnos de nosotros mismos, el delito era delito lo cometiera un verde, un rojo, un azul, un congoleño, uno de Burgos o un taoísta, y los niños eran niños y no seres enfermizos a los que hay que llevar al psicólogo porque se aburren o a los que no hay que poner barreras para que no se traumaticen.

Hubo un tiempo en que los cojos eran cojos; los ciegos, ciegos; los gordos, gordos; los negros, negros; los blancos, blancos… y, asómbrense, nadie se ofendía sin motivo porque sabíamos que lo que daña no es la palabra sino la intención con la que se dice.

Y, aunque cueste creerlo, también hemos pasado por épocas en las que los dictadores lo eran abiertamente, sin disfrazarse de demócratas, y en las que los demócratas actuaban como tal, por lo que era muy fácil identificar a unos y a otros, no como ahora.

Han sido momentos muy puntuales, de visto y no visto como el paso de un péndulo por un átomo concreto, pero los ha habido… o así quiero creerlo porque eso significará que en algún momento, ese vaivén nos permitirá salir del buenismo totalitario en el que se nos ha sumergido para volver a vivir un nanosegundo de cordura antes de que, como humanos que somos, tropecemos de nuevo en la misma piedra

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