EDITORIAL
Los pantalones de Sánchez por los tobillos: la misma historia de siempre
El prófugo le ha cogido la medida al inquilino de La Moncloa. Lleva las negociaciones al límite y ahí, cuando el Gobierno se asoma al precipicio y a Sánchez le entra el vértigo de perder el poder, es donde Puigdemont sabe que puede lograrlo todo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el estand de Paradores durante su visita a FITUR.
Las negociaciones entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont son como las películas del Oeste: cambia el decorado, el argumento difiere de unas a otras, pero el final siempre es el mismo, ganan los vaqueros y pierden los indios. Sánchez es el indio, claro.
El prófugo le ha cogido la medida al inquilino de la Moncloa. Lleva las negociaciones al límite y ahí, cuando el Gobierno se asoma al precipicio y a Sánchez le entra el vértigo de perder el poder, es donde Puigdemont sabe que puede lograrlo todo. Este martes el límite lo hemos visto en el hecho inédito de retrasar la reunión del Consejo de Ministros para ganar un poco de tiempo y completar la bajada de pantalones de Sánchez. La humillación continua del presidente forma parte ya del guión. Se aprecia un punto de sadismo.
Puigdemont arrancó a Sánchez la tramitación de la cuestión de confianza en el Congreso que, según el propio PSOE, era “inconstitucional” hasta hace unas horas. Ya no, claro. Ahora sí se puede tramitar la PNL de Puigdemont en la que se insta al presidente del Gobierno a que se someta a una cuestión de confianza.
A cambio se comprometió a votar un decreto ómnibus recortado, de solo 29 medidas frente a las 90 del que rechazó el Congreso la semana pasada. Sí, en eso también ha tenido que ceder Sánchez, que afirmaba hasta hace unas horas que el decreto no se iba a trocear. Pues se ha troceado hasta dejarlo en los huesos. Lo que se salva es la revalorización de las pensiones, el bono al transporte y las ayudas para los damnificados de la dana. Y, de rondón, el regalo del palacete parisino de 15 millones de euros al PNV. Al parecer es urgente.
Pero el cinismo de Sánchez no tiene límite. A pesar del revolcón humillante sufrido ante Puigdemont, hizo como el boxeador que está siendo molido a golpes por su rival y suena la campana que pone punto final al combate: levanta los brazos y celebra la falsa victoria con la esperanza de convencer a los jueces.
En este caso Sánchez compareció en rueda de prensa para celebrar por todo lo alto el decreto recortado que no iba a recortar bajo ningún concepto y la cuestión de confianza que era inconstitucional. Y lo hizo con la esperanza también de convencer a los ciudadanos de que su fracaso humillante es en realidad un éxito. Nos toma por tontos.