Los fantasmas salen al encuentro de Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
Los muertos políticos de Pedro Sánchez ya no caben en los armarios de La Moncloa. Cada día sale uno nuevo: el fiscal general mañana empieza su juicio, el hermano investigado, la esposa bajo la lupa, los exnúmero dos del PSOE —Ábalos y Cerdán— señalados por sobres, comisiones y chistorras. Y, de fondo, el partido bajo sospecha de financiación ilegal. Nada es anecdótico. Todo obedece a un patrón: el del poder degenerado, sin límites y sin conciencia.
Lo que Pedro Sánchez vive no es una crisis puntual, sino el síntoma terminal de un ciclo político. El suyo. Porque cuando la corrupción toca a la familia, a los colaboradores, al partido y al Estado, ya no hay relato posible que lo tape. Ni siquiera la propaganda exterior, ni las fotos, ni los viajes de autobombo alejados de la gente que le abuchea en cuanto aparece.
Sánchez ya no gobierna. Administra su supervivencia. Convierte cada escándalo en cortina, cada derrota en excusa, cada día en tiempo ganado.
Pero la legislatura se desangra: sin Presupuestos, sin mayoría parlamentaria, sin autoridad moral. Y los socios que ayer lo encumbraban hoy buscan salidas de emergencia para no hundirse con él. Junts rompe, ERC se distancia, Sumar se disuelve en sí misma, y el PNV empieza a hablar en pasado.
El sanchismo es hoy un poder cansino sostenido por la inercia y el miedo. Su manual de resistencia —frentismo, cesión, propaganda— ya no funciona. Porque la justicia avanza donde la política se pudre, y el hartazgo ciudadano se hace irreversible.
El presidente que se presentó como símbolo de progreso ha acabado rodeado de un entorno más propio de un régimen moribundo. No hay ética pública que resista el espectáculo de un país con el fiscal general delante del juez procesado, el hermano del presidente bajo sospecha, la esposa citada por la justicia y un partido que paga millones en sobresueldos en efectivo mientras se proclama adalid de la transparencia.
España no necesita un superviviente. Necesita un presidente. Y Sánchez, hoy, es solo lo primero. Por eso su final no será político, sino moral. Porque los fantasmas del poder no se vencen con relato: se enfrentan con verdad.
Y la verdad, en España, hace tiempo fue ejecutada por el interés de Pedro Sánchez.
A.M. BEAUMONT