Tras los pasos de León XIV
Chiclayo, la ciudad donde el nuevo Papa fue obispo
Chiclayo, la ciudad que Robert Prevost mencionó en su primer discurso tras ser investido Papa, ofrece arqueología, religiosidad popular y una costa vibrante por descubrir.

La Catedral de Santa María de Chiclayo, donde la elección del nuevo Papa se vive con especial emoción, fe y alegría.
Hay viajes que cobran nuevo sentido con el tiempo. Al caminar por Chiclayo y sus alrededores, no sabía que estaba recorriendo el territorio donde, hasta el año anterior, había sido obispo quien poco después sería elegido Papa. En aquel momento, la historia aún no se había revelado, pero ya se fraguaba. Y lo hacía a través de una devoción popular y profundamente arraigada: desde las procesiones católicas del Señor de los Milagros hasta los rituales de los curanderos andinos, pasando por la memoria viva de los señores prehispánicos.
Este crisol de creencias convive en armonía cada día, sin conflicto, con naturalidad. Una paz real, tangible, que no necesita grandes discursos, pero que quizá inspiró —desde lo cotidiano— al entonces obispo Robert Prevost. Porque fue en esta tierra donde ejerció durante años su vocación pastoral y fue tal vez aquí donde aprendió que la verdadera paz se construye con presencia, respeto y escucha. No es casual que, al ser nombrado Papa, una de sus primeras palabras fuera paz.
Una tarde de octubre, con la caída del sol, Chiclayo me ofreció una escena especial. Las calles se impregnaron de incienso, cánticos y devoción. Una procesión recorría la ciudad. Sobre un paso de madera, tallado y engalanado, se alzaban dos imágenes: al frente, el Cristo de los Milagros —conocido como el Cristo Moreno, emblema de esperanza, perseverancia y protección—; detrás, la Virgen de la Nube, símbolo de consuelo y aliento. Ambas avanzaban sobre los hombros de los fieles con una mezcla de solemnidad, fervor y alegría popular.
Recuerdo que una mujer, con la naturalidad de quien habla desde el cariño, me dijo: “el obispo era muy querido aquí, siempre estaba con la gente”. No le di mayor importancia en ese instante. Solo después, al conocer la noticia del nuevo Pontífice, entendí el alcance de aquella frase. Durante ocho años, fue obispo de Chiclayo, hasta su traslado a Roma en 2023.
Sin saberlo, había seguido sus pasos por un territorio profundamente espiritual, cálido, marcado por la historia y por una religiosidad vivida con autenticidad. Y como si el camino hubiera querido revelarme algo más profundo, vuelvo a mirar a Chiclayo con otros ojos: los de quien descubre, a posteriori, que ha estado en un lugar que transforma.
Te propongo siete planes para explorar una región donde el alma se expresa en forma de ruinas milenarias, ritos populares, paisajes costeros y sabores inolvidables.

La espiritualidad popular convive con la arquitectura en Chiclayo: musas, procesiones y la catedral trazan una ruta de devoción urbana.
Chiclayo, un caos encantador
Apodada con justicia la “Capital de la Amistad”, Chiclayo te recibe con una energía distinta. Es moderna, caótica, a veces desconcertante, pero no ha perdido el pulso tradicional que le da carácter. No es una ciudad colonial, y eso se nota. A diferencia de Trujillo —que había visitado unos días antes, con su arquitectura ordenada, sus balcones y plazas trazadas al compás de la historia virreinal—, Chiclayo es el caos más absoluto y encantador. Una urbe que parece haber crecido sin plano ni permiso, pero con una vitalidad genuina, desbordante y contagiosa.
Los mototaxis zumban por sus calles como parte del paisaje sonoro y visual, mientras en el paseo de Las Musas —una alameda poblada de esculturas clásicas— las familias encuentran un respiro entre tanto bullicio. La Catedral de Santa María en la Plaza de Armas —el corazón urbano donde se cruzan historia, fe y vida cotidiana—, es un testimonio arquitectónico del siglo XIX y también el lugar donde Robert Prevost ofició misas, acompañó a los fieles y caminó en procesión. Hoy, su figura es recordada con afecto por muchos, en una mezcla de orgullo local y sorpresa global.

El Mercado Modelo: un universo sensorial de frutas, ajíes, pescados y objetos divinos y esotéricos que revelan el alma mestiza de la ciudad.
Mercado Modelo: entre sabores intensos y curaciones del alma
Sin embargo, este lugar no solo deslumbra por su variedad de productos —desde ingredientes locales hasta amuletos, sahumerios y preparados herbales—, sino también por su mística. En algunos puestos, los crucifijos y las vírgenes conviven con calaveras, hojas de coca, naipes o amuletos esotéricos. No falta el San Pedro, un cactus de corte floral que, preparado de forma adecuada, tiene efectos visionarios similares a los de la Ayahuasca y se dice que permite conectar con el yo profundo. Mientras los tenderos rebosan de mercancía y sonrisas, los curanderos ofrecen limpias, diagnósticos espirituales y consejos con raíces profundas en la medicina tradicional andina y amazónica.

Museo Tumbas Reales de Sipán: arte, oro y misterio en una de las mayores joyas arqueológicas del continente.
Lambayeque y el Señor de Sipán: oro, poder y eternidad
Esta región fue escenario de una sucesión de culturas brillantes que marcaron la historia del antiguo Perú: desde la Moche, hacia el año 100 d.C., hasta la Lambayeque (también llamada Sicán) y la Chimú, todas ellos reconocidas por su arte, arquitectura y visión del mundo. Más tarde, el Imperio Inca logró integrar los Andes bajo un gobierno centralizado hacia 1438. Con la llegada de los españoles en el siglo XVI, se inició una nueva etapa que dio paso al Virreinato del Perú en 1542, el cual se mantuvo hasta la proclamación de la independencia en 1821.
En este entorno cargado de historia se alza una joya cultural: el Museo Tumbas Reales de Sipán. Su diseño moderno en forma de pirámide roja ya anticipa el carácter monumental de lo que guarda. En su interior, uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de América Latina: la tumba intacta del Señor de Sipán, brilla en todo su esplendor.
Su hallazgo en 1987 revolucionó la arqueología. Gracias al rigor de los investigadores y al respeto por las culturas originarias, hoy es posible admirar joyas de oro, cerámicas rituales y ajuares que hablan del poder mochica y de su concepción mística de la vida y la muerte. Cada vitrina es una página viva del pasado precolombino.

Túcume y sus pirámides: 26 huacas milenarias que emergen del desierto como testigos del legado sagrado de Naymlap.
Túcume: las pirámides del norte
Dominando el paisaje se alza el Cerro Purgatorio, considerado por las culturas prehispánicas una montaña sagrada. A sus pies se organiza el conjunto ceremonial y desde su cima —a la que se puede subir a pie— un gran mirador natural ofrece una vista privilegiada de todo el valle, como si uno pudiera asomarse a la historia.
Entre las pirámides destacan la imponente Huaca Larga, una de las mayores estructuras de barro del mundo, la Huaca Las Balsas y otras construcciones que aún conservan relieves de barro con escenas sorprendentes: embarcaciones de totora, figuras aladas y navegantes míticos que cuentan la historia de Naymlap, el legendario fundador de la cultura Lambayeque. Según la tradición oral, llegó por mar acompañado de su séquito, trajo prosperidad a la región y estableció una dinastía que perduró durante generaciones. Su figura, mitad humana y mitad ave marina —de ahí su nombre, que significa “ave del mar”—, está presente en el arte mural como símbolo de origen y liderazgo.
El Museo de Sitio te adentra en esta cosmovisión y en la importancia ritual de Túcume, considerado un centro de poder y vínculo con lo divino. Caminar entre huacas y restos ceremoniales es como seguir huellas sagradas, en una tierra donde la conexión con lo espiritual sigue marcando el camino.
Allí, aún parecen resonar las voces de antiguos sacerdotes, con sus ofrendas y plegarias al cielo. Una vez más, la espiritualidad —ancestral o contemporánea— es el hilo conductor del viaje.

Bosque de Pómac: algarrobos centenarios y talleres de algodón nativo conectan naturaleza, historia y saberes ancestrales.
Bosque de Pómac: donde la historia se encuentra con la naturaleza
En la zona de amortiguamiento, pequeñas comunidades organizan talleres de algodón nativo preservando técnicas heredadas y permitiendo al viajero conectar con la cultura local aprendiendo a crear pequeños complementos con este tejido tradicional y llevarse a casa algo verdaderamente único. Y si se llega al atardecer, desde los miradores naturales se obtiene una vista privilegiada del sol ocultándose tras este bosque que muchos consideran sagrado: un final perfecto para un día de descubrimientos.

Pimentel: tradición viva en los caballitos de totora, embarcaciones ancestrales aún esenciales para los pescadores del norte peruano.
Pimentel: donde el mar canta en totora
Hablando con Fernando Yunke y José Isique, dos de los hombres que aún los construyen y utilizan, descubrí que hoy quedan unas 600 embarcaciones activas en la zona. Me impresionó la dureza de su oficio: aunque un caballito recién hecho pesa apenas 30 kilos, al mojarse puede llegar a sextuplicar su peso. Además, la fragilidad del material obliga a fabricar uno nuevo cada dos meses, en un proceso completamente manual que les toma unas dos horas. Estas embarcaciones se usan principalmente para pescar, de pie o de rodillas, con la única ayuda de un bastón que les permite estabilizarse o cambiar de rumbo, mientras la pesca se guarda en el hueco central del caballito.
Pasear por el malecón, comer pescado fresco junto al mar o ver cómo cae la tarde sobre las olas son placeres simples, pero auténticos. En esa sencillez está, quizá, parte del alma del norte.
A pocos kilómetros de allí, el pequeño pueblo de Santa Rosa ofrece otra mirada al mundo marino. En su puerto se alinean los tradicionales barcos de pesca artesanal, con sus cascos pintados a mano y nombres familiares. Es un lugar ideal para observar la faena diaria de los hombres y mujeres del mar, probar un ceviche recién preparado o simplemente dejarse llevar por el ambiente auténtico de la costa lambayecana.

Ceviche, tiradito, tamal, arroz con pato y pisco sour: cinco sabores esenciales para saborear el norte peruano con intensidad.
Sabores del norte y fusión mundial: un viaje gastronómico
Pero si hay una región que condensa el alma más sabrosa del Perú, esa es la costa norte. Platos como el arroz con pato, el seco de cabrito, el ceviche norteño con yuca o chifles y los guisos con zapallo loche o culantro tienen aquí un carácter potente y aromático.
Para terminar cualquier comida como merece, destacan los dulces de la región: el king kong de manjar blanco, con sus capas de galleta y relleno cremoso, o el tradicional arroz con leche norteño, aromatizado con canela y clavo. Entre las bebidas, brillan la ancestral chicha de jora —hecha con maíz fermentado— y, por supuesto, el pisco sour, el cóctel nacional por excelencia.
En Chiclayo, tres paradas gastronómicas lo confirman: Urumanka, con su cocina marina contemporánea; el mítico Fiesta Gourmet, donde se reinterpreta la tradición y Sabores Peruanos, una propuesta acogedora y sabrosa que representa lo mejor del norte.
En Lambayeque, merece la pena detenerse en El Cántaro, un restaurante donde el arroz con mariscos y los sudados mantienen vivas las recetas de antaño. Su chef, Agustín Jordán, atribuye el éxito del local —con más de medio siglo de historia— a su madre, de quien aprendió los secretos de la cocina y a la que recuerda con orgullo.
Y si se prefiere llevar los sabores norteños a casa, hay una opción sorprendente: Ernesto’s Kitchen, con la que el chef vasco-serbio Ernesto Goicochea Montenegro transforma tu salón en un restaurante por un día, con una experiencia personalizada y llena de sabor.
Como base para explorar la ciudad y sus alrededores, el Hotel Costa del Sol Chiclayo ofrece una ubicación ideal, habitaciones espaciosas y una piscina perfecta para relajarse tras cada excursión.
Hoy que el mundo mira a Chiclayo por su vínculo con el nuevo Papa, conviene recordarla también por todo lo que ya era: un lugar donde lo cotidiano y lo trascendente conviven con naturalidad, un destino que, con su mezcla de culturas, creencias y paisajes, moldea el espíritu de quienes la visitamos.
Me pregunto si Robert Prevost llegó a recorrer esos yacimientos arqueológicos, si se detuvo en los puestos del mercado donde la santería reina y las tradiciones preincas se entrelazan con el catolicismo popular. Me encantaría saber qué pensó en ese momento y cómo encajó —como tantos otros lo hacen allí— ese mosaico de creencias que conviven sin conflicto y dialogan en paz desde hace siglos.