| 29 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Pedro Sánchez, en un acto reciente del PSOE.
Pedro Sánchez, en un acto reciente del PSOE.

Escalan el Everest

Los populares han acertado de lleno llevando hasta Toledo su segundo acto contra la amnistía y por la igualdad de los españoles. Feijóo lo ha encabezado y el PP ha mostrado su músculo.

| Antonio Martín Beaumont España

Eso que algunos llaman destino ha colocado a Alberto Núñez Feijóo frente a Pedro Sánchez en un momento histórico del país. La Constitución, el Estado de derecho y la unidad de España son «conceptos discutibles» con la complicidad del PSOE en general y de sus líderes territoriales en particular. También, sí, la del barón de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, al que gusta amagar sin jamás dar, resguardado en un hipócrita «patriotismo de partido» que, llegados a este punto inmoral, es más cobarde que responsable.

 

Los populares han acertado de lleno llevando hasta Toledo su segundo acto contra la amnistía y por la igualdad de los españoles. Feijóo, acompañado de Cuca Gamarra, lo ha encabezado y el PP castellano-manchego de Paco Núñez ha mostrado su músculo para decir ¡basta ya! a los planes de Sánchez debajo de la casa de Page. Es el momento de echarse a las calles en señal de protesta ante el Maquiavelo a quien cualquier medio vale con tal de seguir en La Moncloa.

Pere Aragonès trasladó el jueves al Senado la contaminación de la convivencia democrática. No recibió una respuesta a la altura de las circunstancias ni del ausente Sánchez ni de los suyos. Tampoco de Page, que tenía la oportunidad de decir NO a la amnistía, tal como proclama por los medios, como hicieron otros presidentes autonómicos, pero prefirió huir. Los socialistas, todos, con un mutismo cómplice, buscaron reafirmar los puentes con ERC y Junts. El círculo presidencial trasladó a su jefe el siguiente resumen sobre el discurso del presidente de la Generalitat: «Comedido en la búsqueda de protagonismo y enérgico en la crítica al Partido Popular». Ni media palabra sobre sus soflamas y desafíos. «No altera en nada el rumbo», añadían.

 

«Esperábamos que los independentistas bajasen del monte y andan escalando el Everest», me cuenta una senadora socialista alejada de Sánchez. Puro sentido común. Sólo la desesperada conveniencia del líder del PSOE puede buscar la estabilidad de la mano de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, lanzados en una carrera por despreciar las libertades y con la impunidad frente a la ley como letra de cambio.

El hermetismo es total. El candidato a la investidura evita dar la cara ante los medios y someterse a preguntas. El paisaje mantiene incertidumbres. Quizá demasiadas. Ya dice mucho que, a golpe de fotografías y notas de prensa, Sánchez se aplicase a la liturgia de llenar su agenda con una ronda de entidades de la sociedad civil dibujando metas sociales. Por si descarrilase la entente con los secesionistas.

El plan era otro. Siempre a expensas de las señales de Waterloo, el PSOE llegó a tener programado la semana pasada un salto cualitativo de su líder en defensa de la amnistía, en una escenificación al estilo de la realizada con los indultos en el Liceu de Barcelona. Hasta que llegó la contraorden y en la sede de Ferraz tuvieron que inventarse un nuevo guión.

El ego de Pedro Sánchez

Nada hace pensar que Junts, y menos todavía ERC, vayan a frustrar los planes que colmen el ego de Sánchez. Aunque el trayecto hacia el arreglo aún puede acumular curvas. El presidente y sus estrategas entienden que el borrado penal a centenares de separatistas será digerible con un enfoque similar al de los indultos de 2021. Esto es: en aras de la convivencia se pasa página del trauma que trajo consigo el procés en Cataluña. Puigdemont, y el dúo Aragonés-Junqueras a rebufo, exigen la deslegitimación de la actuación del Estado en defensa propia. Los independentistas crecidos quieren sacar más tajada.

En este contexto, Feijóo y el PP, sus principios y compromisos, emergen como dique de contención contra las cesiones del presidente. Para ello, el líder genovés cuenta con un arrollador poder territorial y local y, ante todo, de una mayoría de españoles cada vez más inquietos por los riesgos que entraña poner en solfa la Constitución que tanto bienestar nos ha traído.