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Sánchez compra otra vez el apoyo de Puigdemont a costa de España: ultrarricos vs ultracorruptos

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Pedro Sánchez ha elevado la hipocresía política a un arte. Mientras señala a los “ultrarricos” presidentes de las energéticas, a quienes culpa del apagón que sumió a España en la penumbra, negocia a escondidas con Carles Puigdemont, el ultrafugado, para comprar su apoyo al decreto antiaranceles. Dicho y hecho. 

Junts per Catalunya, con sus siete escaños, ha dado luz verde en el Congreso a este plan vital contra los aranceles de Trump. Pero el precio es escandaloso: un 25% de los fondos para Cataluña, un privilegio que agravia al resto de España y convierte a Sánchez, políticamente hablando, en un ultracorrupto. Eso y, claro está, todo lo demás: la amnistía, el cupo catalán, la cesión de inmigración, los pactos con Bildu, la colonización de las instituciones y empresas públicas. Pura corrupción política.

La última es esta nueva cesión de Sánchez a Junts, una desproporcionada tajada del 25% de los fondos del plan antiaranceles. Es verdad que Cataluña es una exportadora clave, pero eso no justifica tal favoritismo. Madrid también lo es y no recibe ese trato de privilegio que tiene su raíz en la necesidad política de Sánchez de comprar su estancia en La Moncloa.

Porque este trueque no es solo un chantaje de Puigdemont, prófugo desde el ilegal referéndum de 2017; es una compra de votos que mancha la legitimidad del Gobierno. Sánchez, que se llena la boca contra los “ultrarricos” para desviar la atención de su pésima gestión, se arrodilla ante el ultrafugado, entregándole prebendas que fracturan la equidad territorial. Esta maniobra no es pragmatismo: es corrupción política en su forma más descarada.

El decreto antiaranceles, crucial para sectores como el agroalimentario o la automoción, merecía un consenso nacional, no un pacto con un fugitivo que opera desde Waterloo. Sánchez, sin embargo, prefiere el mercadeo que garantiza su supervivencia. Su retórica contra los empresarios energéticos es puro populismo, un velo, uno más, para ocultar su sumisión a Junts.

Cada cesión a Puigdemont es un golpe a la cohesión nacional y a la justicia. Sánchez podrá seguir agitando el espantajo de los “ultrarricos”, pero su espejo refleja al verdadero ultracorrupto: un presidente que, por mantenerse en Moncloa, vende los intereses de España al mejor postor separatista, dejando un reguero de agravios y desconfianza.

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