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Pablo Iglesias e Irene Montero
Pablo Iglesias e Irene Montero

Acabo con las monarquías

El pobre Carlos II incapaz de procrear, entre otras muchas cosas, dio lugar a una feroz batalla entre las dinastías europeas porque España era una tajada suculenta

| Manuel Aviles Edición Alicante

No soy golpista ni pretendo acabar con el ordenamiento jurídico de un plumazo. Sería una chulería y tendrían que ingresarme de urgencia en la Santa Faz, diagnosticado de esquizofrenia paranoide y megalomanía si manifestara ese propósito. Acabo con las monarquías porque tras algunas interrupciones, quiero acabar los capítulos en que rebato las tesis de Casado sobre la monarquía que cohesiona a España en los últimos siglos. Terminé en el último capítulo con los Austrias y sigo con los Borbones que aún reinan.

Para hablar de reyes – vista la estupidez de algún mandamás, que se dedica a avanzar leyes perfectamente prescindibles, dejando de lado la sanidad y la economía esenciales- he hecho de tripascorazón y me he tragado la bilis. Leo que la ministra Montero – señora de Iglesias- “avanza una ley que reconoce la autodeterminación de género y permite cambiar de sexo en el DNI sin informe médico. Autoriza a los menores para que puedan rectificar el sexo en el registro civil sin el consentimientopaterno”.

Solo hay que declarar la identidad que uno siente. Me quedo a cuadros. Comprendo el drama y la angustia que pueda vivir una persona, con cuerpo de hombre, que se sienta íntimamente mujer o viceversa, pero basar el estado civil solo en sentimientos crea unos problemas en el derecho de tres pares. Debe tratarse ese problema con seriedad, por juristas y médicos experimentados.

Vale que regulen cambiarse de sexo – un lío en sí mismo- pero háganlo con una normativa muy clara y no siguiendo los impulsos emocionales y propagandísticos de Montero, Boti y Beatriz, cuya capacidad como legisladoras desconozco

He vivido esos conflictos en las cárceles cuando llegaba un señor llamado José Antonio – con su DNI vigente- y te decía que había que llamarle Vanessa. ¿En qué departamento lo ubico? ¿Me dirijo a los tribunales a cuya disposición está como Vanessa? ¿Si lo pongo en un departamento de mujeres teniendo caracteres externos masculinos me meto en un lío? ¿Qué pasará en el juzgado cuando le diga a su señoría que está a su disposición Vanessa? El juez se pondrá nervioso, el letrado querrá cortarse las venas y el último funcionario revolverá papeles jurando por su familia que no tienen a ninguna Vanessa en prisión. Es solo un ejemplo en la complicada vida jurídica de toda persona que podemos trasladar a un préstamo, un contrato de alquiler o el carné de un club de petanca.

Vale que regulen cambiarse de sexo – un lío en sí mismo- pero háganlo con una normativa muy clara y no siguiendo los impulsos emocionales y propagandísticos de Montero, Boti y Beatriz, cuya capacidad como legisladoras desconozco.

Hago de tripas corazón, paso de la actividad trepidante, virus incluido. Paso de la barbaridad de suprimir el castellano como lengua vehicular – un desastre cultural como la copa de un pino inexplicable en un gobierno español por mucho socio de investidura y de presupuestos que precise- y me meto en la historia monárquica de España.

El pobre Carlos II incapaz de procrear, entre otras muchas cosas, dio lugar a una feroz batalla entre las dinastías europeas porque España era una tajada suculenta. Hereda el trono – como quien hereda un cortijo que hay que cuidar a la familia- el duque de Anjou, sobrino nieto lejano de Carlos.

María Teresa, hermana de Carlos, se había casado con el rey francés Luis XIV de quien Felipe era nieto. Todo quedaba en casa, aunque la otra dinastía en danza no se conformó y se montó la primera guerra mundial, la de Sucesión española, en la que intervinieron todas las naciones europeas. Felipe V – lean a Henry Kamen en la obra del mismo nombre- fomentó la renovación literaria, las artes
creativas, y acercó la cultura española a la europea.

No todo fue malo. Otros autores se refieren a él como una figura cómica, estúpido, obsesivo e indolente. Un esclavo de las mujeres – de esto tenemos más ejemplos en las élites españolas. Lo califican de rey déspota, aunque fuese un juguete en manos de su mujer. No vamos a profundizar, que estoy escribiendo un artículo y no un tratado.

 

La primera mujer de Felipe V, María Luisa de Saboya, era una jovencita de más carácter que el marido – débil y enfermo mental, dicen muchos. Unida a su camarera mayor, la famosa Princesa de los Ursinos, llevó la batuta hasta su muerte por tuberculosis. Ambas extranjeras, la reina y la princesa, tenían las cosas mucho más claras que el rey, extranjero también.

Muere María Luisa y Felipe se casa de inmediato con una persona arrolladora: Isabel de Farnesio. España y su historia, señor Casado, cohesionada por franceses e italianos que pactan matrimonios y descendencias – el poder por vía vaginal de que hemos hablado- para mantener equilibrios estratégicos.

No se vayan a creer que lo de mezclar pareja y poder ni buscarla apañando el invento es cosa del First Dates, donde yo pienso ir en breve siempre que no me coloquen a una residente de cualquier asilo de mi quinta.

Farnesio, noble, educada, rica, autoritaria y ambiciosa – conozco a tres o cuatro autoritarias y ambiciosas y no son Farnesio-, nada más llegar a la Corte echó a la Princesa de los Ursinos. No quería nadie que hiciera sombra ni la manejara. También hizo que, el obispo que arregló su matrimonio con el rey viudo, Giulio Alberoni, fuese nombrado primer ministro como premio a su celestinaje. No se vayan a creer que lo de mezclar pareja y poder ni buscarla apañando el invento es cosa del First Dates, donde yo pienso ir en breve siempre que no me coloquen a una residente de cualquier asilo de mi quinta.

Felipe, enfermo y aislado, hizo de la Farnesio un personaje esencial en la política. Ella tenía mando en plaza y se dedicó a procurar que medraran sus hijos antes que los del anterior matrimonio real. El género humano, sea noble o plebeyo, rey, príncipe o instalado en el último escalón social, es el mismo.

Uno busca más el beneficio de los propios hijos antes que los del vecino. Felipe V, con una patología psíquiátrica que nadie niega, abdicó en su hijo Luis, pero tuvo que volver al trono porque el sucesor murió de viruela a los pocos meses. El siguiente, en lista de espera monárquica – hoy irracional a mi entender- era Fernando, pero no accedió al trono porque la Farnesio dijo que solo por encima de su cadáver. El rey dimisionario tuvo que volver pese a su estado melancólico, depresivo y deteriorado. Como ven – así ha sucedido siempre- priman los intereses personales, aunque a todos se les llene la boca hablando del interés de España y los españoles.

Sometió la Farnesio a Fernando a un arresto implacable que ya habrían querido para sí los líderes fascistas o comunistas de mediados del siglo pasado.

La señora Farnesio – los tenía bien puestos y mandaba más que el cabo Colomera en mi pueblo- madrastra total, confinó a Fernando y a su mujer en la Corte porque sabía que reyes, condes, marqueses – aplicable a los políticos de toda condición- son aficionados intrínsecos a la intriga y a pelear por el “quítate tú que me pongo yo”. Ella, siendo mujer de un enfermo grave, no quería dejar la manija ni de ser reina consorte. Sometió la Farnesio a Fernando a un arresto implacable que ya habrían querido para sí los líderes fascistas o comunistas de mediados del siglo pasado.

Veintidós años tuvo que esperar Fernando para reinar, los mismos que estuvo doña Farnesio haciendo y deshaciendo en el país porque su marido Felipe estaba para pocos trotes. Donde las dan las toman y nada más acceder al trono, Fernando VI pagó con idéntica moneda a su madrastra, recluyéndola en el Palacio de la Granja porque, en política como en el narcotráfico, como en la vida civilizada, como en las herencias familiares, como en todos los sitios, las deudas acaban pagándose.

Eso es “un secreto de Anchuelo” - ¡hala! Ya tienen entretenimiento buscando el origen del dicho. La formación es origen de costumbres y comportamientos que solo con ella se explican: Fernando VI, casi y más que un inquisidor, ordenó la Gran Redada para arrestar y extinguir a todos los gitanos del reino, separando a hombres y mujeres y convirtiendo a todos los menores, prácticamente en seminaristas. No lo consiguió como salta a la vista y por fortuna.

Tras la muerte de la reina Bárbara, ni su afición a la caza en Villaviciosa de Odón donde se recluyó, evitó que enloqueciera comportándose – no entremos en detalles escabrosos- como un enfermo mental absoluto. La genética aun no era una ciencia, pero apuntaba evidencias para ser estudiada. Se me han echado el tiempo y el espacio encima. No acabo con las monarquías porque me he venido arriba contando historias. El próximo día lo intentaré.