| 16 de Junio de 2024 Director Benjamín López

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Toni Kroos, durante una rueda de Prensa de esta temporada
Toni Kroos, durante una rueda de Prensa de esta temporada

El jefecito de Greifswald

Kroos deja el fútbol y provoca un socavón. Se marcha un histórico, que tiene la posibilidad de igualar las seis Copas de Europa ganadas por Paco Gento si el Madrid logra vencer en Wembley

| Miguel Queipo de Llano Deportes

Si esta columna la escribiese Obi Wan-Kenobi, en vez de quien suscribe, tengo clara la primera frase de este texto: "Sentí una gran conmoción en la Fuerza. Como si millones de voces gritaran de terror y luego… fueran silenciadas. Temo que ha ocurrido algo horrible". El Jedi pronunció estas palabras cuando la Estrella de la Muerte se cepilla de un pepinazo al planeta Alderaán. Algo así sentí cuando leí, avisado por Whatsapp, que Toni Kroos dejaba el fútbol el 30 de junio. Un puñalada en el costado duele menos, seguro.

 

Tengo que reconocer que en 2014, cuando un querubín rubio con pinta de haberse escapado de un conservatorio de violín y de no haber pegado un grito en su vida aterrizó en el Bernabéu, no las tenía todas conmigo. Sí, era un gran mediapunta muy joven y con camino que recorrer, pero que hubiese tenido algún tantarantán con Pep Guardiola, su entrenador en el Bayern, y que el ogro bávaro le dejase marchar por sólo 25 millones de euros me ponían con las orejas tiesas: hay había gato encerrado, me decía.

 

Pues no. No había gato encerrado. Había un jefecito. Un futbolista al que una anciana en la cola de un supermercado le ganaría un sprint hacia las cajas, con el mismo físico que el paisano que se toma el aperitivo en el bar de debajo de casa un domingo al sol. Pero no le hizo falta tener unas cualidades motrices ni musculares excepcionales para convertirse en el mejor medio centro de la historia, aunque partiendo como interior en esa posición en la que le reconviritó Ancelotti y le pulió Zidane, siempre con la ayuda de su Casimito, Casimiro, primero, y luego de Camavinga o Tchouameni, los encargados de taparle las espaldas al Jefecito de Greifswald.

 

Se marcha un jugador con una inteligencia superior sobre el campo. Siempre en el sitio oportuno para dar salida al Madrid en corto o en largo, siempre ofreciéndose, y capacitado para, aún jugando tan retrasado, ser capaz de repartir una asistencia de gol cada cinco partidos oficiales con la camiseta blanca. Su palmarés es sideral. Iluso de mí, cuando anunció que volví a la Mannschaft para disputar la Eurocopa de este verano, uno de esos pocos títulos que no aparecen en su currículum, no caí en que era una señal inequívoca de su adiós. Ahora, a toro pasado, todo encaja, claro. Soy torero malo. Más aún, novillero sin picadores.

Kroos, lento como una tortuga (no, Mbappé, esta tortuga no está aquí por ti), tiene en Wembley un reto mayúsculo: ganar su Sexta Copa de Europa. Igualar a un mito eterno como Paco Gento. Es un dato sobrecogedor y que habla a las claras de la influencia que ha tenido Kroos en el fútbol con VAR de este Siglo XXI. Si además consigue ganar, en su país, regresando a la Mannschaft, la Eurocopa de Alemania, Kroos habrá ganado absolutamente todo lo ganable salvo unos Juegos Olímpicos. Que no tenga el Balón de Oro es un sacrilegio. 

 

Pero no solo por su fútbol. Por su liderazgo. Por esa capacidad de saber aglutinar en torno a sí mismo una gran parte del ADN del Real Madrid, por transpirarlo por cada poro de su piel. Esta vez Florentino Pérez sí tuvo razón: Kroos ha nacido para jugar en el Real Madrid. El Jefecito de Greifswald nos deja huérfanos, porque además esta temporada ha rendido a un nivel estratosférico. El Madrid sigue y seguirá, y además ganando. Pero sentarse un rato con los pies colgando al vacío desde una pared vertical de varios cientos metros de altura te deja una sensación de orfandad inmensa. Gracias por todo, Toni.